Anders Breivik, el asesino que mató a varias decenas de personas en Oslo y en la isla de Utoya el pasado verano, ha sido condenado por la justicia noruega a una condena máxima de 21 años y mínima de 10, por haber asesinado a 77 personas sin mostrar arrepentimiento. No obstante, pasados los 21 años se podría prorrogar la pena indefinidamente en periodos de 5 años. Se ha rechazado la idea de que Breivik sea un enfermo y se le declara sano y consciente de lo que hacía.
De esta manera, el ultraderechista noruego podría permanecer, en caso de que se le aplicara la pena mínima, apenas 10 años enjaulado, por lo que pasaría algo menos de dos meses de cárcel por cada vida que segó el 22 de julio de 2011. El debate sobre la salud mental de Breivik ha estado presente durante todo el juicio, dado que él no reconoce tener problemas mentales. De hecho, ha indicado que apelará si se le considera enfermo. La encargada de leer el veredicto ha recordado que ya en 1999, la madre de Breivik pidió ayuda para él o que fue amonestado siendo muy joven por realizar pintadas en la pared.
En la declaración de los hechos, se reconoce lo ya sabido: Breivik fabricó el mismo, en la granja en la que vivía a las afueras de Oslo, la bomba que luego detonó en el barrio ministerial y que dañó gravemente incluso el despacho del primer ministro.