Internacional

La portada de Mussolini como hombre del año que ha sacudido Italia

Mario Sechi, su director y antiguo portavoz de Meloni en el gobierno, lo usa como pretexto para subrayar lo que considera una obsesión de la izquierda italiana

  • Imagen de la portada del periódico italiano

“Durante muchos años el antifascismo negó que los italianos fueran fascistas. Es absurdo negarlo. Sí, además creando esta contraposición eterna entre fascistas y antifascistas. ¿Sabes lo que sucedió? Que 45 millones de personas cambiaron casaca de un día para otro. Lo dijo Churchill”, apunta a Vozpópuli el escritor Giordano Bruno Guerri, presidente del Vittoriale, antigua morada del revolucionario soldado y poeta sacro, Gabriele D’Annunzio.  

La premisa sirve de aperitivo, de primer entrante para despertar el paladar ante el plato fuerte. Aunque también es cierto que cuando se habla de viento negro en Italia lo mejor es comenzar rescatando una frase del escritor Renzo de Felice, pronunciada en 1978. “El fascismo se nos escapa. No sabemos si existe o no porque jamás comprendimos su cultura antropológica”. La sentencia no expira nunca. Ni siquiera hoy, cuando el país se ha levantado con la portada de un periódico de derecha (Libero) mostrando el hierático busto de Mussolini, edulcorado éste con un titular sarcástico cuya complejidad reside en descifrar la anodina obviedad: È lui l’uomo dell’anno. 

La idea es de su director Mario Sechi, otrora portavoz de Meloni en Palazzo Chigi. “Han pasado ochenta años de la caída del fascismo, pero la izquierda italiana sigue obsesionada con él. En 2024 hubo debates, polémicas, libros, películas, series (M, basada en el bestseller de Antonio Scurati) … Todo con un solo protagonista: il Duce. Con esto se consigue que un fantasma domine la política aquí”, recoge en la punzante y controvertida editorial, en la que se apropia -también en vano- del antiguo dictador como acicate para dilapidar la corriente opuesta. “La izquierda lo agita contra la derecha en diarios progresistas. Hablan de alarma democrática. Aparecen en talk show, en concursos de belleza literaria… Y veremos qué sucede en el Festival de Sanremo. Sí, él es hombre del año, porque han demostrado que la recurrencia supera la razón. Los intelectuales ven por todos lados señales del fascio. El Futurismo de Marinetti ofusca sus mentes, y Gabriele D’Annunzio les catapulta al pánico total. Todo parece un problema de orden público”, recoge en primera página. 

Una cosa es cierta. Para muchos, el nombre -demoníaco- de Benito se presta para poder manipular, instrumentalizar, maniatar, vivir, nutrirse y apropiarse de él, de su espectro, de sus hordas en camisa negra… Así hasta el infinito, ignorando la verdad si es necesario. Siempre con exabruptos conservadores y progresistas. De hecho, fue el periodista de laRepubblica -Sebastiano Messina- uno de los primeros en manifestar que “cada siete años, el director de un periódico de derecha nombra a Mussolini como hombre del año”. 

Porque sí, lo inventó Il Tempo en 2017, entonces dirigido por Gian Marco Chiocci, capo del TG1 (Rai) desde que Giorgia Meloni está en el poder. Ese artículo, curiosamente, lo firmaba en primera página Marcello Veneziani, un periodista, escritor y filósofo que, en 1995, publicó un conflictivo ensayo donde acusaba al antifascista Norberto Bobbio de compromisos con el régimen. Lo argumentaba así: “De lo contrario no se entiende que hiciera semejante carrera durante una regimentación totalitaria y liberticida, como el mismo Bobbio siempre describió. Quizá estaba alineado con él, aunque resultara inscrito en el movimiento Giustizia e Libertà”. Sí, efectivamente tenía razón el genio iracundo Leonardo Sciascia (al juez Borsellino le llamó profesional de la antimafia) cuando catalogaba Italia un país sin verdad. 

Hoy y ayer

Ha pasado el tiempo, pero todo permanece encajonado en el mismo sitio. El fascismo no está, pero desgraciadamente sigue presente. Sujeto de debate, se evoca constantemente en estos ignominiosos juegos de poder. De él algunos se apoderan cual rehén, aunque también es rentable -monetariamente- vestido de coartada. 

Un personaje importante es Elly Schlein (líder PD), quien aprovecha cualquier momento o efeméride para condenar, para alarmar sobre la onda negra (aniversario Acca Larentia o el delito nero del socialista Matteoti). Además de ella y su grupo fetén, surgen nuevos partisanos cuyo fin es neutralizar a luminarios nostálgicos, pero nada se soluciona. Sí, unos condenan a Giorgio Almirante; otros, sin embargo, le defienden. De un lado enfangan un gol en Serie B del bisnieto del Duce, y a la vez que se ordena cancelar letras navideñas en la localidad de Lodi (XMAS) porque recuerda un símbolo de la extrema derecha… Rojo, negro, negro, rojo. Y con esta distracción -quizás para blanquear la adulación a Bruselas- hasta 2025. 

A nivel nacional, es obvio que hoy se ha agudizado esta cuestión ancestral, tribal, de una Italia dividida... Con medio país esperando calaveras negras como si fueran los tártaros de Buzzati, y el otro contrarrestándolo con libros (Fasciofobia, de Alberto Busacca; E basta con ‘sto Fascismo, de Daniele Capezzone). Así lo veía hace algunos años el profesor Emilio Gentile, en permanente contraste con la tesis de Umberto Eco (Il fascismo eterno), “Muchas de las características del fascismo hoy día son atribuidas a movimientos antifascistas. El fascismo usaba la tradición, pero no tenía el culto de la tradición. Mussolini despreciaba el pasado y estaba obsesionado con crear un futuro. Se trajo a extranjeros para trabajar en Italia. Churchill, De Gaulle, Reagan o Trump fueron tildados de fascistas. El término se usa despóticamente para quien utiliza el poder de forma arbitraria. Por esa regla de tres, Caín y Dios deberían ser fascistas. Esta palabra no tiene un significado en sí. Fue usada para indicar un enemigo común. Comenzaron a pronunciarla comunistas como Palmiro Togliatti… Luego, tras el 48, siguió De Gasperi”, manifestó alguien que precisamente hoy rehúsa comentar más el triste presente.

Ha vuelto a señalar las grietas el diario Libero, justo un año después de otra cover significativa no exenta de cálculo, de polémica: Giorgia Meloni, uomo dell’anno. “En la sociedad del pensamiento débil, hemos premiado las ideas fuertes. En la confusión de roles, hemos puesto el acento en homo, entendido éste como ser humano. En la excesiva superación del límite que tiene que ver con la diversidad, hemos dado la vuelta al género. En el tiempo de guerra, hemos elegido a quien ha demostrado saber combatirla. Giorgia Meloni es hombre del año porque ha cancelado la guerra de sexos ganándola, pensando diferente, siendo divergente, superando la soberbia y ostentación de los hombres y el derrotismo de las mujeres. No ha roto el techo de cristal, lo ha disuelto. Ha proyectado sus adversarios en una dimensión de queja perenne. Dicen que es fascista, líder del patriarcado… Mujer, pero no feminista. El problema está resuelto: Giorgia es el hombre del año”, escribía Sechi, quien no responde al teléfono para poder diseccionar mejor una fina ironía sazonada, condicionada con ínfulas conservadoras y liberales. Para explicar a Vozpópuli si los matices satíricos usados son para proclamar algo o defenderse de no se sabe muy bien qué… Y, mientras, el país camina inerte como una diva muerta. Vuela, pero hacia ninguna parte.  

¿Benito es solo una caricatura?

El nuevo año en el belpaese ha subrayado viejas costumbres aún no del todo metabolizadas. Una vez el reportero italiano Pietrangelo Buttafuoco publicó en Il Fatto Quotidiano una pieza tan suave que rajaba como una daga. “Nosotros le amamos (a Mussolini) para seguir odiándole todavía; vosotros, la mayor parte, lo odiáis porque en realidad lo amaréis siempre”. Una sincronía que se ahoga, para resucitar, en el personaje más vivo de todos los muertos italianos. 

“Uno de los capítulos más importantes de mi libro es que el fascismo era una filosofía política que consideraba el estado como soberano. Los italianos jamás comulgaron con esto, luego en lugar de haber sido fascistas eran directamente mussolinianos. Amaban el hombre fuerte que resuelve todos los problemas. Así bien, la nostalgia no es por el régimen dictatorial, sino por el uomo forte. Siempre vamos a buscarlo: Berlusconi, Draghi, la líder Meloni, antes Bettino Craxi… Indago en cómo esta contraposición de hoy hace daño al país, porque es un tema superado. La historia ya lo hizo, aunque la nación todavía no”. La obra de Bruno Guerri, precisamente, se titula Benito (editorial Rizzoli), y en ella resalta ideas profundas, escurridizas ante cualquier estereotipo banal. “Le llamaban Benito, porque era una presencia en la vida familiar de la gente. Además de la violencia, la ausencia de libertad o democracia, las características del fascismo que nos resultan tan desagradables hoy son el énfasis, la retórica, el fanatismo místico con el que muchos italianos veían el Duce. Provoca un malestar estético e intelectual que, durante dos décadas, fuera un estado de ánimo sincero. Es imposible de comprender, eso sí, cómo podían exaltarse irracionalmente ante un hombre, un manifiesto, un fenómeno del que hoy se conocen tantos defectos”, explica con sutileza en las hojas de Benito. 

El problema es que Italia, avergonzada por esto, ha malversado su pasado. Para evitar que volviera, ha querido modificarlo porque no pudo -en un ejercicio de retrospectiva- ver aquellos años con la mentalidad de la época. Aceptarlos con empatía para, efectivamente, comprender de verdad su fin. No. Lejos de la realidad, y pese a que el país celebra el día de la liberación (25 de abril, derrota de las tropas nazi-fascistas), lo cierto es que Mussolini lleva ochenta años en la tumba siendo un problema para el debate político presente. “El régimen era todo menos algo monolítico. Había un fascismo de izquierda, de derecha, corporativo de varias tendencias… Pero el mussoliniano acaparó todo. Jamás se realizó el fascismo ideal, teórico y oligárquico -inaceptable siempre por dictatorial- que imaginaron Giovanni Gentile y Giuseppe Bottai”, explica en el libro, donde recuerda además cómo el dictador jamás descuidó este aforismo: “Una creencia religiosa o política se funda en la fe, pero sin ritos y símbolos no puede durar”. 

Se creía dios. A partir de ese mantra, Mussolini estudió Gustave Le Bon (psicólogo y antropólogo) y fundó en sí mismo la propia patria, espejo de los italianos. Se erigió en el médium, el profeta entre la fe de las masas y el futuro de la nación. Fue reforzado e institucionalizado por la propaganda. En la época ya le comparaban con César, Cavour, Sócrates, Mazzini, San Francisco o Maquiavelo. Para más inri, sus discursos eran materia de estudio por intelectuales que frecuentaban la escuela de mística fascista. “No, no fue un delirio colectivo ni una maniobra de propaganda. Su deificación era inherente a la religiosidad civil del pueblo italiano, aún impostada con elementos supersticiosos. Benito era el mix entre patriotismo religioso y revolución”, termina. 

Sí, representaba la ortodoxia hacia los valores civiles y a la vez ejercía una desradicalización de las normas. Es obvio que su figura, casi una efigie egipcia, estaba en las antípodas de una mera adulación colectiva impuesta desde arriba o una manifestación de ingenuidad e ignorancia popular. Todo era mucho más complejo, más arquitrabado. Winston Churchill dio con la tecla para descifrar el jeroglífico. “Italia es bizarra. Un día tiene 45 millones de fascistas y al siguiente otros 45 millones entre antifascistas y partisanos. No me cuadra que tenga noventa millones de personas censadas”

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli