—España ha acogido hasta la fecha 18 refugiados... —La pregunta que sigue queda en el aire, porque la entrevistada interrumpe, entre el estupor y la incredulidad:
—¿18 refugiados? ¿18? ¿Quieres decir 80?
—No, 18.
—¿Y hay familias?
Pascale Warda (1961, Daouida, Irak), la mujer que aún no sale del estupor por el número de desplazados acogidos hasta la fecha por España de entre los llegados a través de Turquía, Grecia e Italia, sabe bien todo lo que hay detrás de la palabra refugiado. También de los términos exilio y genocidio. Lo sabe bien, en carne propia, como cristiana asiria en Irak exiliada en su día a Francia; como miembro de una familia que huyó de los ataques químicos con los que el régimen de Sadam Husein quiso acabar con las minorías; como hija, hermana, prima, de un clan -18 personas- que cruzó a finales de los 80, a pie, la frontera de Turquía para entrar en un campo de refugiados y llegar a Grecia; como exministra de Inmigración y Refugiados en el tumultuoso Gobierno de transición tras la caída del dictador (ella sufrió cinco ataques, en uno de ellos, murieron sus cuatro guardaespaldas); como presidenta de una ONG, Hammurabi, dedicada a intentar que los desplazados no pierdan sus raíces. Lo sabe bien, y quizá por eso su postura sobre este tema, esbozada en una entrevista con este periódico con motivo de la presentación de su biografía, Una rosa en Irak (ediciones Teconté), es contundente. Radical: "Europa está obligada a acoger a los que realmente son refugiados, pero sabiendo muy bien quién es quién. No a los terroristas ni a quienes utilizan el derecho al asilo con otros propósitos. Los Gobiernos tienen la responsabilidad de usar la tecnología y todos los medios para examinar caso por caso". La sospecha, la suya y una vieja polémica en España, es que el Estado Islámico está infiltrando a sus miembros entre quienes vienen huyendo aterrorizados, precisamente, del ISIS.
Warda no habla de ISIS, sino, siempre, de "dark Daesh". Esto es, el oscuro Estado Islámico (Daesh es, además, la denominación que repudian los terroristas). El maligno Estado Islámico. Porque ella conoce también lo tenebroso del ISIS. En 2014, año en el que el Estado Islámico se asentó en Irak -que, por otra parte, es su origen-, ocupando una tercera parte del territorio, se registraron 2,2 millones de desplazados en el país. Hoy, se calcula en 3,7 millones su número. Huyen del horror sanguinario de un grupo terrorista que, según Warda, "coge algunos versos que están en el Corán y los ponen en práctica. Digamos que lo aplican en parte. Podrían escoger los mejores pasajes, pero no". Bajo su dominio, las "mujeres, los niños, los cristianos, no son más que esclavos". Pero para Warda, el Estado Islámico no es un problema iraquí o sirio. No sólo. También español. Y europeo, y estadounidense. Lo es, para Warda, en dos sentidos. "Primero, porque está creado internacionalmente. Hay miembros del Daesh que salen de España, de Francia..., entrenados aquí y allí, y que se han estado moviendo con mucha facilidad", sostiene. "No digáis 'estamos a salvo'. Ciudadanos vuestros, que han viajado [a Irak y Siria] a luchar en las filas del Daesh, están regresando. No todos morirán allí y volverán", añade.
Segundo, el ISIS es un problema europeo por "políticos que no son conscientes del peligro que representa ni de que el derecho de asilo es para aquellos que están en peligro. No pueden acoger a todo el que se presenta en sus fronteras, o pueden hacerlo, pero después de saber quién es quién. Yo sé, y de una forma muy directa, que centenares de miembros del ISIS se han introducido entre quienes piden asilo provenientes de Siria e Irak, y ellos no vienen a ser buenos ciudadanos, sino a cometer actos como los de Bruselas o París". Con la misma contundencia con la que sostiene esta sospecha, Warda defiende el derecho al asilo para quien realmente lo merece, y critica también la visión europea del problema de los refugiados: "Si sólo pensamos en lo económico perderemos la humanidad, la moral y todos nuestros valores", señalaba también en la presentación del libro.
Su historia personal y familiar le ha llevado a tener una particular visión de cómo se debe ayudar a los refugiados: anidando en ellos la idea de que vuelvan a su tierra. Aunque pertenezcan, como ella, a una minoría perseguida: Warda tenía sólo cuatro meses cuando las 82 casas de su pueblo fueron destruidas. Esta semana, en Madrid, aún se emociona recordando cómo su familia huyó del genocidio conocido como Anfal. Su pueblo, como tantos otros, fue de nuevo arrasado, y 18 miembros de su familia huyeron hacia Turquía. Uno de sus hermanos contaba sólo 6 años. Ella, que a sus 27 años estudiaba en Francia, viajó sola hasta Diyarbakir, después de pasar dos meses sin ninguna noticia. "Sentía que estaban vivos". Y lo estaban: el arzobispo de Estambul le dijo que tenía una lista de nombres, las de los supervivientes de la huida, que alguien, en el campo de refugiados, entregó a una enfermera. Estaba escrito en árabe, y aún no la habían traducido. "Me la enseñó, y allí estaba el nombre de mi familia. Aún conservo esa lista", dice. Sucedió en 1988, pero podría ser una crónica actual.
El viaje de los suyos continuó hasta Grecia, y sólo lograron el visado hasta Francia gracias a la mediación de Danielle Mitterrand, para quien Warda sirvió de traductora en su campo. Su padre, en aquel periplo, tenía un empeño: no decir adiós para siempre a la tierra de sus antepasados. Es lo mismo que siente ella, que permanece en Irak sin sus hijas, y lo que intenta respecto a los desplazados desde la ONG que preside: "Por supuesto, tienen que proteger tu vida y huir si es necesario. Yo no les digo simplemente 'quedaos'. Cada uno es responsable de sus decisiones. Pero sí que no piensen que Europa va a resolver todos sus problemas. Les digo que mientras sea posible, es mejor que se queden en su país. Recibirán más ayuda humanitaria y, cuando sus pueblos sean liberados, podrán volver. Lo que hay que hacer es mejorar las condiciones de vida en los campos de refugiados en Irak", afirma. Preguntada por el caso de Erbil, población que siente la sombra de ese dark ISIS a pocos kilómetros, responde: "Si se mantiene la seguridad, deben quedarse. Si entrase el Estado Islámico toda esa gente podría morir. Es una gran responsabilidad. Pero Barack Obama ha dicho que Erbil es la línea roja".
Para Warda, el problema del ISIS se solucionaría "en una tarde, si Occidente quisiera eliminarlo". No con drones, o no sólo, sino con tropas internacionales que pongan sus botas en tierra iraquí: "Sólo con un ejército habrá un intento real de echar a esa gente", señala. La exministra iraquí asegura que el ejército y las milicias de su país dejaron a la población "en manos de los terroristas", y pide una fuerza internacional que trabaje con él: "Nada se consigue con las milicias, que sólo protegen a los suyos. Los kurdos protegen a los kurdos, y los cristianos no tienen a nadie".
Warda describe Irak como un país "hambriento y enfadado", de eternas venganzas, y que "sigue en guerra desde la caída de Sadam Hussein". Ella fue miembro de aquel primer gobierno de transición a la democracia que reinstauró la pena de muerte horas antes de que el dictador compareciera ante el tribunal que lo condenó a morir. Hussein murió en la horca, pero (casi) todo sigue igual. O peor, según ella, en cuanto a las necesidades de la población. Warda habla de "caos político". Hussein no está, pero "la mentalidad de los suyos, sí. Cada grupo tiene la misma idea dictatorial que tenía el régimen. La de 'cállate o te mataremos'. Esa es la mentalidad de los políticos, aun ahora", sostiene. Incluso hoy, y desde Madrid, esta mujer que sufrió en su cargo hasta cinco intentos de asesinato, pide que se suavicen sus declaraciones sobre temas espinosos en plena entrevista: "Yo no lo escribiría así... Estaría en peligro", pide en un momento dado. Sobre los avances de la democracia en este sentido, explica: "Con Hussein había sólo una voz. Ahora hablo, escribo.... Es cierto que puedo morir en cualquier momento, pero se puede hablar". ¿Por qué no tirar la toalla? "La tentación está ahí cada día. Pero hay personas que quieren seguir viviendo en sus casas, con dignidad, y yo siento que tengo que estar ahí con ellos".