Ahora Niza. Antes Estambul. También París, Bagdad o Bruselas. En la memoria, Londres o Madrid. El terrorismo amenaza la esencia del cosmopolitismo, la convivencia en las calles y plazas, el espacio urbano abierto y a todos aquellos que lo habitamos. La lucha contra el terror es una asignatura global que se la juega en un examen local. Una calle, un barrio, una instalación deportiva… El brutal, pero siniestramente sencillo, atentado del jueves en Niza deja preguntas urgentes que ya se están resolviendo y cuestiones de fondo que costará más dilucidar: ¿cómo proteger mejor nuestras ciudades contra la amenaza del nuevo terrorismo?
Londres ya ha dicho que revisará las medidas de seguridad. Protocolos eficientes. Más vigilancia y mejor coordinación. También soluciones imaginativas (Israel instala obstáculos en las calles para evitar atentados). Pero, ¿es suficiente para frenar a los imprevisibles lobos solitarios? ¿Para combatir el azar o la minucia, la cotidiana normalidad de un camión que circula por una vía y de repente se convierte de un volantazo en un proyectil mortífero?
Londres revisará las medidas de seguridad. Protocolos eficientes. Más vigilancia y mejor coordinación. También soluciones imaginativas, como hace Israel instalando obstáculos por las calles
Desde hace más de una década la Comisión Europea alienta el proyecto Ciudades contra el terrorismo. Primera idea: la amenaza terrorista no tiene la misma importancia en una capital de Estado que en una ciudad mediana, en una ciudad de frontera que en otra con instalaciones estratégicas. Segunda: hay que integrar la dimensión local –urbana– en las políticas nacionales de lucha contra el terror. Más allá de los niveles de alerta, de la visible –y seguramente necesaria– militarización del espacio público, los gobiernos locales hacen frente al terrorismo de forma holística, desde el poder de las armas, las nuevas tecnologías (aunque a veces sea mejorable, como la app del Gobierno francés que avisa de los atentados y que en Niza no funcionó) o la arquitectura.
Es este último aspecto, el del diseño urbano, el más desconocido. Se denomina designing-in resilience (diseño para la resiliencia) y es el nombre técnico que los arquitectos e ingenieros han dado una idea muy sencilla, pero difícil de llevar a cabo: mejorar técnicamente los espacios públicos para prevenir atentados terroristas. ¿Cómo? Desde lo más sencillo, la reorientación del tráfico para alejarlo de infraestructuras críticas o la colocación de barreras físicas y cámaras, hasta intervenciones inteligentes. Es decir, adaptar el entorno, los materiales de construcción y el mobiliario urbano a las nuevas amenazas a la seguridad… sin por ello dejar de lado las bondades que hacen de una ciudad un espacio habitable. Un ejemplo: el transporte urbano. Se pueden minimizar los riesgos de un atentado evitando dejar espacios o huecos en los que esconder explosivos, construir los diferentes elementos con materiales que respondan con menor agresividad a una gran deflagración o el uso de alta tecnología para en la detención de bombas o agentes químicos.
Inversiones millonarias en 'big data' y algoritmos
Las nuevas tecnologías son la esperanza de las autoridades. Los ayuntamientos y los gobiernos locales se gastan millones de euros y dólares para equiparse con gadgets diseñados por empresas privadas para prevenir atentados. Y no solo en aparatos, también –y sobre todo– en información. En EEUU, por ejemplo, hay más de 75 centros de tratamiento de datos compartiendo información entre los diferentes niveles gubernativos y los departamentos de policía de algunas ciudades del país, como Los Ángeles, ya usan habitualmente algoritmos para predecir dónde se pueden producir nuevos atentados. Algunas de estos nuevos instrumentos de control, como el caso de las unidades de cibervigilancia puestas en marcha en Nueva York, arrastran la sospecha de coartar las libertades individuales. Un debate –seguridad contra libertad– que también es otro de los grandes escollos cívicos que deben afrontar en el futuro las ciudades.
El temor a un ataque terrorista es algo intrínseco a los habitantes de las grandes ciudades, pero no tanto en las urbes medias, donde el poder simbólico de un hipotético ataque es menor
Rand Europe, un think tank especializado en seguridad, ha desarrollado recientemente un conjunto de recomendaciones para dar respuesta a la amenaza del terrorismo desde la óptica de las ciudades. Algunos de los consejos resultan obvios y las grandes urbes europeas y estadounidenses ya los contemplan, como el de establecer alianzas con todos los niveles de la Administración central y las compañías de seguridad. Pero donde más énfasis ponen es en el desarrollo de una tecnología antiterrorista eficaz, donde el manejo de datos e información sea la clave. El big data también para frenar a los criminales de masas.
Por otra parte, el temor a un ataque terrorista es algo intrínseco a los habitantes de las grandes ciudades, las capitales del mundo, pero no tanto en las urbes medias, donde la vida fluye a otro ritmo y donde el poder simbólico de un hipotético ataque es menor. Es allí, en cambio, donde según la fundación PEW, una institución filantrópica estadounidense matriz de la prestigiosa empresa demoscópica Pew Research Center, donde se gestan muchos atentados terroristas, donde surge y crece el embrión de una amenaza que luego estallará a cientos o miles de kilómetros. En un contexto así es más difícil que los ciudadanos acepten de buena gana que parte de sus impuestos vayan destinados a prevenir un ataque que con mucha probabilidad no se producirá allí. Pero más allá del tamaño, lo cierto es que para 2030, según datos del Banco Mundial, un 60% de la población del planeta vivirá en núcleos urbanos. Y aunque el terrorismo para entonces no haya vencido, tampoco se habrá logrado extinguir.