Opinión

España como excepción

Un año que se presenta tan prometedor, esplendoroso incluso, desde el punto de vista de lo que ocurre fuera como deprimente desde la perspectiva española

  • Donald Trump y Emmanuel Macron: malos tiempos para Europa -

El sábado 7 de diciembre, una Francia en declive se dispuso a asombrar al mundo con el último destello de su vieja “grandeur”. Todos los ojos pendientes de París. Aquella tarde lluviosa el mundo  civilizado asistía a la reapertura de Notre-Dame. Los ojos de los reyes y jefes de Estado que allí se dieron cita estaban, sin embargo, pendientes de un solo hombre, todas las miradas, todos los gestos, concentrados en el protagonista del momento, la personalidad del año, el presidente número 47 de los Estados Unidos de América, el tipo fanfarrón y maleducado por quien meses antes nadie hubiera dado un duro, pero al que un pobre Emmanuel Macron no perdía de vista, siempre a su lado como una garrapata, como si pretendiera absorber parte del aura, del poder magnético que exhala este personaje indescriptible al que hace unas semanas la mayoría de los reunidos consideraba un mero paria. Hace cuatro años, 6 de enero de 2021, las cancillerías de todo el mundo y los grandes “Media” dieron a Donald Trump por amortizado cuando sus partidarios invadieron el Capitolio. Pocos repararon entonces en que el hombre del pelo naranja había logrado 11 millones más de votos que en 2016 y que el trumpismo estaba lejos de haber colapsado. El fenómeno seguía vivo porque los problemas que lo habían catapultado al estrellato -el empobrecimiento de amplias capas de clase media y trabajadora por la globalización; la inmigración masiva y su correlato de inseguridad; la mengua de libertades provocada por los excesos del movimiento woke; el insultante divismo de las elites demócratas (léase socialistas), la crisis de autoridad, etc., etc.-, no solo no se habían resuelto sino que se habían exacerbado.

 

A punto de inaugurar el año 25 del siglo, el escenario geopolítico mundial está presidido por la vuelta de Trump al puente de mando del país más poderoso del mundo, la consolidación en Argentina de un terremoto llamado Javier Milei, el éxito indiscutible de Giorgia Meloni en Italia, la transformación de Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen en el primer partido de Francia, la eclosión de AfD en Alemania, la reelección de Viktor Orbán en Hungría, la popularidad de Nayib Bukele en El Salvador, la victoria de los demócratas de Suecia, la de Geert Wilders en Holanda, pero también el descrédito absoluto del empleado de Rothschild en Francia, la salida por el desagüe de Olaf Scholz en Alemania, el viaje a los infiernos de Keir Starmer, en apenas seis meses, en Gran Bretaña… La derecha conservadora renace de sus cenizas mientras los restos del socialismo se baten en retirada. En todas partes, menos en España, convertida en la gran anomalía de Europa, un país varado en mitad de ninguna parte, con un Gobierno social comunista a quien sostienen en puro y medieval chantaje los enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales, al frente del cual figura un buscavidas, un “good for nothing” sobrado de morro y vocacionalmente emparentado con los peores autócratas del momento (Putin, Erdogan, Modi y demás enemigos de la libertad).

 

La derecha conservadora renace de sus cenizas mientras los restos del socialismo se baten en retirada. En todas partes, menos en España, convertida en la gran anomalía de Europa, un país varado en mitad de ninguna parte

 

Este es el escenario al que apunta nuestro pequeño mundo en los albores de un año cargado de negros presagios para los demócratas españoles, con escasas esperanzas de cambio porque las aves de rapiña que lo sostienen no van a dejar escapar tan apetitosa presa, lejos España del resplandor del cambio que se esta operando a nivel mundial, mutación que, quiéranlo o niéguenlo  unos u otros, terminará sin la menor duda por afectarnos. Una revolución conservadora está en marcha, con el 20 de enero como el gran día de su cita con la historia. Es el deseo de los pueblos de recuperar su soberanía, de conservar su identidad frente a las migraciones masivas, de proteger su modelo social frente a la apisonadora de la globalización, de acabar con el diktat de esas elites de izquierdas que se han hecho dueñas de un poder desde el que miran al hombre corriente por encima del hombro. Es el final del wokismo, un movimiento que, en el fondo y so capa de progresismo, no es más que un esquema de control social a gran escala destinado a segmentar la sociedad según el origen, el color o el género, en manos de una tribu dispuesta a establecer una verdadera policía del pensamiento. Pero la vuelta de Trump al trono de Washington apunta a un movimiento de mayor calado y envergadura estratégica, casi una revolución cuyo éxito podría terminar ejerciendo una influencia decisiva en el devenir de la política mundial: la transformación en profundidad de la tecnoestructura administrativa y jurídica norteamericana.

Poner fin al “Estado profundo”, siguiendo el eje argumental del libro convertido en biblia del trumpismo: “Dawn's Early Light: Taking Back Washington to Save America”, del que es autor Kevin Roberts, presidente de la Heritage Foundation, el influyente think-thank conservador, que ha prologado el nuevo vicepresidente de los Estados Unidos, JD Vance, relato llamado a marcar la agenda del segundo mandato de Trump. Roberts propone nada menos que una “segunda revolución estadounidense” a los votantes deseosos de devolver el poder al pueblo. “Elites globales: vuestro tiempo se acabó”, se puede leer en la solapa de una obra que identifica sin ambages una serie de instituciones que la nueva Administración debería recuperar o simplemente destruir por ser “demasiado corruptas para ser salvadas”: las famosas universidades de la Ivy League, el FBI, el New York Times, el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, el Departamento de Educación, el poderoso fondo BlackRock del melífluo Larry Fink (presente en el capital de la mayoría de las empresas españolas del Ibex 35), la Fundación Bill y Melinda Gates, el National Endowment for Democracy, entre otras. “Todas estas instituciones necesitan ser disueltas si se quiere transmitir el estilo de vida americano a las generaciones futuras. La buena noticia es que vamos a ganar. Esas elites están tan ebrias de poder que no se dan cuenta de que el suelo se está moviendo bajo sus pies”. Se trata de arrinconar a la clase burocrática y financiera que ha dominado la vida política estadounidense -y mundial- desde los años ochenta del siglo pasado. Lo enunció hace tiempo uno de los grandes teóricos de la sociología moderna, el italiano Wilfredo Pareto, para quien “la historia es un cementerio de elites; una sucesión de minorías privilegiadas que se forman, luchan, llegan al poder y se benefician de él para luego declinar y ser reemplazadas por otras minorías”.

 

Una “revolución estadounidense” llamada a tener un enorme impacto en el futuro de las democracias occidentales en caso de éxito. Pero, tanto o más importante para los españoles que el devenir de la segunda legislatura Trump, es la consolidación en Argentina del proyecto libertario que lidera Javier Milei. He ahí un hombre empeñado, a la manera de Trump, en “Hacer grande a Argentina otra vez”. A diferencia de Trump, sin embargo, Milei es partidario del libre comercio y poco o nada interesado en el debate sobre la inmigración. No estamos ante un conservador, sino ante un tipo capaz de llamar “hijos de puta” a los periodistas y de hablar a los argentinos como a adultos, un “outsider” que no vende milongas, que dice verdad: “No podemos pagarles, no tenemos dinero, la caja está vacía, el gasto público aumentó del 24% al 43% del PIB en catorce años, y la Argentina está en quiebra”, capaz incluso de pedir sacrificios a los más pobres –que también son su base electoral– y decirles que les aguardan días de grandes sacrificios en espera de tiempos mejores. Algo inaudito desde los tiempos de Margaret Thatcher, otra de sus ídolos. Su revolución está en marcha: ha despedido a 30.000 funcionarios, abolido una docena de ministerios, eliminado la indexación de las pensiones a la inflación, reducido paguitas en Educación y ayudas a jubilados y a comedores públicos. Cinturón de hierro para todos. El primer año de Milei en la Casa Rosada lleva el aroma del éxito. Una inflación anualizada del 200% ha caído al 2,43% el pasado noviembre, resultado de un ajuste de caballo cuya contraparte es el aumento temporal del número de argentinos por debajo del umbral de pobreza, paso imprescindible para que la economía empiece a crecer. La inflación, la calamidad de los más pobres, parece encarrilada. La recesión ha pasado, ahora queda convencer a los inversores para que vuelvan a confiar en Argentina. La esperanza es enorme para un país devastado por ochenta años de proteccionismo, violencia y corrupción. Y qué duda cabe de que el acierto de Milei supondría la reafirmación de la ortodoxia económica, el renacer de la maltrecha democracia liberal y su triunfo sobre el infecto socialismo.

 

El primer año de Milei en la Casa Rosada lleva el aroma del éxito. Una inflación anualizada del 200% ha caído al 2,43% el pasado noviembre, resultado de un ajuste de caballo

 

Un 20 de enero, pues, convertido no solo en el arranque de la segunda legislatura Trump, sino, quizás, en el principio de una nueva era para el mundo occidental, con la Unión Europea, y naturalmente España, en fuera de juego. Más allá de sus obvias implicaciones económicas, la vuelta de Trump supone un reto de dimensión histórica para una Unión forzada a reinventarse y a entronizar de nuevo los valores que hicieron grande al viejo continente. Una UE mayoritariamente de derechas obligada a plantear con toda crudeza, si es que queda alguna derecha decente en Europa, la batalla cultural a una izquierda que se ha hecho fuerte en las instituciones comunitarias, obligada a defender un modelo de sociedad donde la igualdad no se mida por el color de la piel, sino por el mérito, el esfuerzo; una sociedad que, parodiando a Tocqueville, prefiera la desigualdad en libertad a la igualdad en la servidumbre.

 

Un año que se presenta tan prometedor, esplendoroso incluso, desde el punto de vista de lo que ocurre fuera como deprimente desde la perspectiva española. España como excepción. España como anomalía. No venían a acabar con la corrupción, sino a hacerse con el poder y a permanecer en él el tiempo necesario para enriquecerse. Alguien ha escrito en X estos días que Sánchez “es un nómada de las estepas que se encontró las puertas de la ciudad abiertas y se instaló en el trono, mientras los restos de la sociedad civil y las escasas elites que restan en España optaron por no complicarse la vida en tanto en cuanto pudieran seguir yendo a Baqueira”. El grado de vergüenza colectiva ha llegado al punto de imaginar al felón el pasado viernes 20 de diciembre en el Sofitel de Bruselas, mano sobre mano, sin nada que hacer, sin agenda, simplemente esperando una llamada de Puigdemont. El presidente del Gobierno de España mendigando una foto con un prófugo cuyos votos necesita para sobrevivir. El huido volvió a despreciarle. Un tipo que se rinde ante un vivo y se crece ante un muerto (de hace 50 años). Una indignidad que nos contamina al tiempo que nos interpela. Ni un español sin culpa. Porque los males no proceden del comportamiento de un “grupo exiguo” (Rafael Jiménez Asensio en su “Juan Valera. El liberalismo político en la España de los turrones”), no es responsabilidad exclusiva de Sánchez y su banda, sino resultado de una sociedad “anémica, débil e inconsistente”, capaz de aceptar el sofisma, en palabras de Valera, de que “todos son buenos menos un puñado de hombres que tienen embaucados y supeditados a los demás”. Vale también la cita de ese curioso cronista, mentado también por RJA, que fue Serafín Estébanez y sus “Crónicas andaluzas”: “El gobierno que promete, seduce; el que da, corrompe; si amenaza, es tirano; si atropella, esclaviza, quien tal hace no merece el poder; el pueblo que lo sufre no merece ser libre”. ¿Merecemos ser libres los españoles? Obligados, por eso, a plantearnos una nueva “revolución española” a la manera de Trump, una revolución democrática que mande al cubo de la basura las leyes, reglamentos e imposiciones  de este maldito Gobierno; obligados a refundar una nueva legalidad democrática capaz de unir a los españoles en empeño colectivo similar al que alumbró la Constitución del 78. Barrer con la mafia sanchista y mandar al guano su pequeño mundo de rapiña. Un gran envite para una oposición dormida y una obligación moral para lo que quede de salvable, a derecha e izquierda, en este país llamado España.

 

Todo lo mejor en 2025 para los lectores de Vozpópuli.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli