Lo vivaz y el medio ambiente están siendo, una vez más, poco menos que anecdóticos en los discursos de la mayoría de los candidatos. Los programas de los partidos colocan casi siempre en última posición lo que harán con el derredor. Que incluye, no lo olvidemos, los elementos esenciales, los ciclos y procesos básicos, los paisajes únicos, la multiplicidad biológica y tantas cosas más que en nada resulta exagerado afirmar que lo ecológico es lo que más se aproxima al todo. Por mucho que demasiados hayan decretado que se trata de un tema menor, no lo hay mayor. Es más, existen muchos procedimientos para conseguir casi todo lo que hace una sociedad urbana, acomodada, tecnológica de forma no abrasadora para el resto de lo viviente e, insisto, para todo lo que permite que así sea.
Por supuesto que hay una excepción: Equo; pero su decidida vinculación a lo ecológico queda muy diluida al concurrir a las próximas elecciones con Podemos que, por cierto, cuenta con un programa básico realmente bueno. Ha sido elaborado en buena medida por Jorge Riechmann, profesor de Filosofía moral y enorme poeta. Pero como todavía no ha sido aceptado en su totalidad, ni dirigente alguno se ha comprometido con él, es probable que apenas viva fuera de los papeles. Una propuesta, en suma, que de poder ser aceptada por cualquiera de las formaciones desatascaría el panorama, como lo está por cierto en muchos otros países de nuestro entorno. Conviene, en cualquier caso, reconocer que la indiferencia hacia la vivacidad es mucho menor en los municipios. En la política local quedan alivios programáticos donde tomar alguna bocanada de aire fresco.
Sin duda cuesta aceptar que lo más importante, grande y hermoso sea pisoteado por el mal llamado pragmatismo político. Basado esencialmente en la negación de evidencias tan contundentes como que no habría ideas, ni poder, ni sociedad, ni cultura, sin el soporte vivo que también somos y que funciona exactamente igual en nosotros que el organismo de cualquier otro animal.
Nadie es realmente independiente si no reconoce la dependencia.
Por ejemplo:
Si en este planeta el 99,7 % de la vida no fuera verde nosotros no estaríamos aquí.
Si ese verde no renovara el oxígeno del aire sucedería otro tanto.
Si las aguas no volvieran a volver, limpias por cierto, esto se habría acabado hace mucho tiempo.
Podría seguir así al menos hasta enumerar unas cien mil facetas del derredor que resultan indispensables pero que carecen de interés mediático y político. Hasta que un día, por supuesto no tan lejano, nos percatemos de la obviedad que siempre tuvimos todos delante de los ojos: La de que todos nosotros, los humanos, arrogantes o no, somos lo ahora infravalorado.
De momento, la otra mitad de lo que todos somos, es decir lo circundante y vivificante, quedará una vez más en las últimas posiciones de los propósitos de los que pretenden gobernar.