Una vez has pisado tierra en la isla, aguzando la vista es posible ver una de estas serpientes cada 10 o 15 minutos en la parte más baja de la isla. Esta frecuencia aumenta a una por cada cinco metros cuadrados de terreno en otras partes de la isla. Esto significa que, mientras te abres paso por una vegetación que llega a la altura de la cintura, incluso aunque vayas equipado con unas buenas botas, la situación es parecida a caminar por un campo de minas móviles que, en lugar de hacerte volar en pedazos, te paralizan lentamente y licuan tus entrañas. Al menos es lo que estas serpientes hacen a los pájaros con los que se alimentan en las copas de los árboles.
Vale, quizá lo de ‘licuar las entrañas’ sea un tanto exagerado, pero nadie lo sabe con certeza, puesto que nadie ha vivido lo suficiente como para tener tiempo de ingresar en un hospital; por lo menos ninguno de los investigadores tiene constancia de ningún caso. Como tampoco la tiene la armada brasileña, que concedió un acceso exclusivo a VICE para que pudieran grabar la inspección anual de mantenimiento del faro de la isla —automatizado desde la década de 1920, después de que su guardián se quedara sin comida y desapareciera mientras recogía bananas en una pequeña plantación cercana a la orilla. Cuenta la leyenda que tanto él como todos los componentes del equipo de rescate murieron solos, uno a uno, mientras buscaban al resto de sus compañeros.
La víbora cabeza de lanza dorada es una especie muy particular y su veneno es tan potente que los ‘biopiratas’ que trafican con estos ejemplares pueden llegar a ganar hasta 30.000 dólares por una de ellas en el mercado negro. Estos precios pueden ser superiores en función de la procedencia del rico excéntrico que la compre o, incluso se rumorea, según la demanda del mercado negro de la biofarmacia en su afán por obtener alguna patente.