El jovenzuelo Ansel Adams hacía un recorrido por la Sierra Nevada de California cuando tuvo esa iluminación. A partir de entonces hizo de Yosemite el centro de su larga y fructífera carrera de fotógrafo. Tampoco fue el primero, ya que los paisajes glaciares de esta joya natural han fascinado desde siempre a artistas, filósofos, escritores y naturalistas. El naturalista John Muir fue uno de los primeros. En 1868 se quedó extasiado en este valle porque “nunca había contemplado un tesoro tan rico de bellezas supremas en la montaña”.
En este camino llegaron los turistas y las amenazas a la integridad de esta joya de la naturaleza. Tres millones y medio de personas llegan ahora cada año atraídos por la propia belleza que amenazan. Los movimientos para proteger Yosemite fueron los que condujeron a crear el concepto de parque nacional, tan extendido y valorado en todo el mundo.
Grandes vistas
El objetivo principal de todos es ver el Half Dome, El Capitán —dos de los mayores retos de los grandes escaladores en granito— y las cascadas. Y los sequoias que crecen durante siglos en estas montañas. Hasta finales del siglo XIX se pensaba que no se podía llegar a la cima del Half Dome pero ahora cualquiera en buena forma física puede alcanzarla gracias a unos cables que facilitan el acceso. Desde lo alto, la vista se extiende por todo el parque.
Ansel Adams al principio fue sólo uno más de los fotógrafos y pintores que acudían a este valle. A diferencia de los turistas actuales que llevan sus cámaras de bolsillo o sus teléfonos inteligentes, Adams cargaba con un pesado equipo que le obligaba, por necesidad, a plantearse una fotografía más tranquila, más reflexiva. Y al volver y volver decenas de lugares a los mismos lugares llegó a conseguir la magia de encontrar algo fresco, algo inesperado, en cada momento. Y supo transmitirlo. Es lo que pasa cuando el corazón filtra la realidad y no sólo actúa el ojo y el cerebro. La memoria, la experiencia emocional y no sólo estética hicieron el resto.
Al enfrentarse a la naturaleza, Ansel Adams consiguió unas imágenes que parecen ajenas al tiempo. Líricas, pero melancólicas. Él sólo quería captar la enorme belleza del mundo. Con unas cámaras que ahora estarían en un anticuario, una técnica brillante y, sobre todo, un ojo romántico, consiguió que la naturaleza brillara como nunca lo ha hecho en blanco y negro. Su obra en Yosemite, ya sea de las grandes formaciones rocosas o de los mínimos detalles de la flora, son uno de los triunfos de la fotografía de todos los tiempos.