Una historia que vemos en más de una ocasión en las series televisivas es la de un niño o niña que coge las de Villadiego y abandona su hogar para vivir variopintas aventuras. O, por el contrario, nos encontramos a un independiente que sabe valerse por sí mismo, sin necesidad de tener adultos a su alrededor, ni servicios sociales que se preocupen de él.
Heidi
Quizá el máximo exponente de niña televisiva desprotegida por los servicios sociales sea Heidi, esa chavalita rural cuyos padres mueren nada más empezar la serie, y de la que ni su tía ni su abuelo se quieren hacer cargo. Sin comerlo ni beberlo, ni prestarle el más mínimo aprecio, su abuelo -ese huraño apodado El viejo de los Alpes- se ve obligado a cuidar de Heidi; cuando le empieza a coger cariño, esa tía que tampoco la quería le arrebata a su nieta y prácticamente la vende a una familia rica para que la niña haga de bufón de una adinerada adolescente con movilidad reducida.
Heidi se convierte en la falsa moneda que de mano en mano va y ninguno se la queda, y pocos se preocupan de que en la vida de la chica haya menos estabilidad que en la trayectoria profesional de Pilar Rubio. Así, en la serie no nos encontramos ni una sola autoridad que se preocupe por Heidi, cuyo nombre artístico es Adelaida, que sencillamente se deja llevar por los intereses de uno y de otro, como si no tuviera bastante con haber perdido prematuramente a sus padres.
Marco
En un puerto italiano al pie de la montaña, los servicios sociales pasaban mucho de la familia Rossi, en la que vivía el niño Marco. Un chaval que quiere a su madre con locura, pero ella un día ella se despide a la francesa y pone pies en polvorosa supuestamente para trabajar y luchar por un futuro mejor para los suyos en Argentina. Pero Marco no se lo toma bien este abandono, y huye de casa para convierte en artista ambulante y marinero, entre otros oficios, intentando así buscar a su madre en una época en la que no había internet ni teléfono móvil. Como buscar una aguja en un pajar, pero con un mono albino encima del hombro.
Lo triste es que cuando las cámaras dejaban de grabar, en la casa de los Rossi debía haber mucho más drama del que nos imaginamos. Solo así podemos explicarnos por ejemplo que el episodio 4 tenga el título durísimo de Te odio, papá. Que un niño le diga a su padre que le odia a boca llena y que se vaya de casa sin que nadie lo impida, deja leer mucho entre líneas, pero parece que a los servicios sociales televisivos de aquel entonces poco le importó.
Celia
En España tuvimos más o menos un caso similar al de Marco: la niña Celia. Celia protagonizó una serie homónima en Televisión Española y que tuvo solo seis episodios, pues fue cancelada por su alto coste, si bien estaba previsto que tuviese catorce entregas. En el último capítulo, los padres de la niña se van a buscar trabajo fuera de España, “a la China” según le decían a Celia. Y ella se niega a que sus progenitores la abandonen y decide huir del convento de monjas donde vive interna, y cual Marco se alista en un circo chino ambulante, creyendo así que se reencontrará con su familia.
Los espectadores nunca llegamos a saber qué pasó, si encontró a sus progenitores o no, pues la última secuencia de la serie vemos a Celia montada en uno de los coches del circo, diciendo “tengo que encontrar a mis papás” y una sobreimpresión que decía “Continuará”. De hecho, ni siquiera sabemos si esa huida fue real, ya que es lo que la niña -que siempre tuvo mucha fantasía- comenzó a escribir en un libro que narraba su fuga. ¿Escaparía realmente Celia del colegio religioso para convertirse en artista de variedades junto a su cigüeña Culiculá o fue todo un cuento fruto de su imaginación?
Pippi Calzaslargas
Una niña independiente, fuerte, rica y amiga de sus amigos. Esa es Pippi Calzaslargas, la pelirroja más famosa de la televisión. Pippi vivía sola en Villa Kunterbunt, una gran casa ultracolorida que comparte con su caballo Pequeño Tío y el mono Señor Nilson. Pippi es huérfana de madre, y su padre se considera un buen progenitor por dejar que la cría haga su propia vida con sus animalitos, procurando que no le falte de nada dándole dinero y tesoros a espuertas. Para no solo ser un buen padre sino también parecerlo, de vez en cuando el hombre se deja caer por la casa para ver que todo va bien; no obstante, hay que entender que el tipo está muy ocupado siendo Rey de los negros en la isla de Taka Tuka.
Curiosamente, en esta serie de origen sueco sí que existían unos servicios sociales encabezados por la apodada como Tía Pastelius, quien se presentaba como un personaje malvado y antagónico por preocuparse por el bienestar de Pippi. Porque, lógicamente, el espectador estaba a favor de que una niña de unos diez años viviese sola, que montase fiestas en casa con sus amigos Tommy y Anika, que siempre acababan pegando y amenazando a los ladrones que intentaban quitarle su fortuna. Mucho mejor que estar bajo la tutela del estado, dónde va a parar.
Dora la Exporadora
Podría parecer que eso de series en las que los niños hacen lo que les da la gana sin que las autoridades se preocupen por ellos es cosa del pasado, pero no. ¿O acaso no pasan mucho de Dora la Exploradora y de su familia? Solo así se explica que la niña esté todo el día para arriba y para abajo intentando llevar un pingüino al polo norte, una calabaza a un huerto o un cangrejo perdido con su madre; todo pasando por sitios inhóspitos como un volcán que cuando entra en erupción no suelta lava sino pringue, un río plagado de cocodrilos o un bosque lleno de serpientes. Por no hablar de los personajes que se topa por su camino casi a diario, como un viejo trol gruñón, un zorro cleptómano o un gran pollo rojo que triplica el tamaño de la propia Dora.
¿Es que nadie se va a preocupar por la joven exploradora? Cualquier día le muerde una serpiente venenosa o le ataca un caimán y nos llevamos un mal rato los espectadores.