Se hace difícil tener una buena consideración sobre la política después de ver Veep. Las peripecias de Selina Mayer, una errática pero afortunada vicepresidenta de Estados Unidos nacida del genio cómico de Julia Louis-Dreyfus, son un paródico retrato del entramado político y electoral estadounidense en el que el humor es usado para trasladar una duda inquietante: ¿realmente puede alguien tan incompetente tener el botón nuclear tan cerca de sus manos?
Aunque resulta imposible no quererla, Mayer no es ninguna heroína política. Tampoco es torpe o ignorante; lo suyo es la supervivencia y en los particulares juegos del hambre de Washington la estrategia tiene mucho más peso que la ideología. Puede que se deje la piel por promover leyes sociales, pero su objetivo final no es el bien público, sino el suyo propio, y tiene un nombre: la Presidencia de los Estados Unidos. Si para llegar hasta ella hay que boicotear tus propias leyes o chantajear a tus adversarios, se hace; si resulta necesario posar para una foto comiendo yogur helado en plena ola de calor aunque un virus de estómago te esté devorando por dentro, pues también. Al fin y al cabo, como ha explicado alguna vez Louis-Dreyfus al hablar de las frustraciones de su personaje, “no hay ningún político en Washington que tenga como aspiración llegar a ser vicepresidente” (quizás el vicepresidente con George W. Bush, Dick Cheney, sí la tenía, pero esa es una enrevesada historia más apta para otros espacios).
Veep se alimenta de esas miserias del ninguneado, como las rutinarias preguntas de Mayer a su secretaria cada vez que abandona el despacho –“Sue, ¿ha llamado el presidente?”– para recibir siempre un “No, señora” como respuesta, pero en la obstinada mente de la vicepresidenta se convierten en el recordatorio de su constante necesidad de continuar a cualquier precio. El creador de la serie, Armando Ianucci, lo explicaba el pasado junio en una entrevista con el Hollywood Reporter: “Para alguien como Selina, lo que esté haciendo tiene que merecer su tiempo, independientemente de lo que sea, porque si empieza a pensar ‘esto no ha valido la pena’ puede acabar cuestionándose toda su propia vida y su carrera, y eso puede ser devastador”.
La serie es rápida en su desarrollo, casi frenética. En los diálogos, muchos de ellos improvisados, llueven los insultos, siempre envueltos con un gran lazo retórico y despachados con una sonrisa tan hipócrita como perfecta. Las dianas de esos dardos suelen ser los adversarios, pero también los propios miembros del equipo, arrollados por el huracán Selina y devastados tras su paso, incapaces a partir de entonces de ejecutar ninguna misión hasta el final. A pesar de todo esto –o precisamente por todo esto– Mayer logra sobrevivir en semejante jungla.
Selina lleva cuatro temporadas empeñada en su quijotesca aventura en Washington y por ahora no parece que las cosas vayan a cambiar. Ianucci anunció su retirada de la serie en junio para regresar a Londres con su familia y trabajar en una comedia sobre la muerte de Stalin, aunque David Mandel (Curb Your Enthusiasm) parece un reemplazo solvente con el que mantener la calidad de la producción. El premio a mejor comedia, que además sirvió para desbancar a Modern Family tras cinco años como la mejor de la temporada, no fue el único del domingo (Louis-Dreyfus obtuvo su cuarto consecutivo como mejor actriz principal y Tony Hale el segundo como secundario, además de otros Emmys al mejor guion por el episodio Election Night y a la mejor dirección de casting) y la quinta temporada ya está en marcha. Qué ocurrirá con Mayer a partir de ahora es algo que solo los guionistas saben, pero sea lo que sea incluirá algo así: