Mientras Mariano Rajoy leía el Marca y veía el Tour de Francia por televisión, en los altos despachos de la Generalitat se gestaba Diplocat, el lobby independentista. La institución que organizaba viajes por Cataluña –a gastos pagados- para los corresponsales extranjeros, la que enviaba libros y rosas a Cameron, Merkel y Hollande para agasajarlos el día de Sant Jordi; y la que pagaba a la prensa internacional para publicar artículos en los que se legitimaban las aspiraciones soberanistas. Los ideólogos del procés han tenido siempre claro que la comunicación es fundamental para camuflar las carencias, falacias y dobleces de su discurso. Desde luego, siempre han ido varios pasos por delante del Gobierno, que no ha podido, no ha querido o no ha sabido influir en los medios de comunicación de esta región.
Los resultados están ahí: mientras los secesionistas han manejado una eficiente armada mediática durante la campaña electoral que ha difundido su catecismo por tierra, mar y aire, los aliados de los constitucionalistas se han movido como el ejército de Pancho Villa: cada uno con su pistola y cada uno con sus balas. Disparando hacia todas las direcciones, aunque los proyectiles impactaran en objetivos que no le convenían a Rajoy.
No existe un ejemplo más ilustrativo de la sinrazón de la estrategia de comunicación de Moncloa -si es que la hubiera- que el que acaeció entre mediados de 2014 y 2015. Es decir, entre la eclosión de Podemos y las últimas elecciones autonómicas. Entonces, los líderes del partido morado comenzaron a adquirir un papel protagonista en las tertulias televisivas, principalmente en Cuatro y LaSexta, donde la aparición de Pablo Iglesias y su troupe se convirtió en sinónimo de éxito de audiencia.
En el PP, el "martilleo" de las televisiones sentó como un tiro. Sobre todo en lo que respecta a Atresmedia, una compañía que poco antes había necesitado de la ayuda del Ejecutivo para completar la fusión de Antena 3 y La Sexta. Pues bien, el plan del gobierno para combatir esa oleada de críticas consistió reducir la presencia de sus portavoces en los platós de televisión. En otras palabras, hizo la táctica del avestruz. La del plasma.
El tiempo, que todo lo cura
Los hechos invitan a pensar que Mariano Rajoy considera como un dogma de fe el tópico de que ‘el tiempo lo cura todo’. El problema es que a veces no basta con esconder la cabeza y es necesario actuar. Resulta difícil de entender que nadie llamara al orden o intentara seducir al conde de Godó cuando, a principios de la década actual, La Vanguardia –toda una institución en Cataluña- y RAC1 agarraron la mano que les tendieron los independentistas.
Eran los años más duros de la crisis económica, la publicidad escaseaba y la prensa en papel había comenzado a flojear. Y las subvenciones del Govern de Artur Mas eran muy golosas. Quien pensara que un periódico iba a cambiar por el mero hecho de sustituir a su director (José Antich por Màrius Carol, excorresponsal en la Casa Real) estaba equivocado. Los intereses políticos y económicos se aferran como lapas a las empresas periodísticas. Y los vicios adquiridos son difíciles de modificar. Las redacciones no dejan de ser una reproducción, a escala, de las sociedades en las que se ubican.
El suflé independentista fue tomando consistencia como consecuencia de la incapacidad -y falta de valor- de Madrid para atajar el problema y de su poca habilidad para orquestar una estrategia mediática que hiciera sombra a la que había tejido la Generalitat. Mientras la vicepresidenta amadrinaba el lanzamiento de la edición digital de El País en Cataluña –casi intrascendente y perteneciente a un grupo en caída libre-, el Govern engordaba a una marabunta formada por decenas de medios de comunicación en internet, los .cat, que, cuando ruge y muerde, es capaz de provocar importantes daños en sus presas.
El suflé independentista fue tomando consistencia como consecuencia de la incapacidad -y falta de valor- de Madrid para atajar el problema y de su poca habilidad para orquestar una estrategia mediática que hiciera sombra a la que había tejido la Generalitat.
Basta con consultar los datos de publicidad institucional para cerciorarse de que estos diarios y revistas digitales se gestaron en el laboratorio independentista y se han desarrollado por ósmosis. Tan sólo en 2016, el portal Naciodigital.cat recibió 314.152 euros por estas campañas, Vilaweb.cat, 143.525, E-Noticies.cat, 78.477, Elmon.cat, 83.724; y Directe.cat, 57.349, entre otros.
Pero aún hay más, pues anualmente, y desde hace más de una década, la Generalitat ha repartido cientos de subvenciones -400 en 2017- que le han permitido alimentar y engordar su amplia red de apoyos, que se extiende a lo largo y ancho de Cataluña. Bajo este paraguas se cobijan actualmente 86 medios de comunicación digitales (1,5 millones de euros), 198 publicaciones escritas (3,89 millones), 18 empresas radiofónicas (570.000 euros) y 19 televisiones (570.000 euros), premiadas por difundir contenidos en catalán o en aranés.
Precisamente, una de las medidas derivadas de la aplicación del artículo 155 en Cataluña fue la congelación de las ayudas públicas que reciben estos medios de comunicación. Rápidamente, tres asociaciones de editores (APPEC, Premsa Comarcal y AMIC) enviaron una carta a la Generalitat –según publicó Crónica Global- en la que avisaban de que, si la situación se prolongaba, tenían que echar el cierre. Señor Rajoy, ¿ve cómo no era tan complicado?
Por un plato de lentejas
Resulta lamentable que determinados editores en Cataluña -y fuera de ella- se dediquen a hacer proselitismo a cambio de un sueldo público con forma de subvención. Pero todo es posible en una comunidad autónoma que vive en una especie de realismo mágico que Moncloa ha sido capaz de deshilvanar. Las falacias suelen disolverse fácilmente cuando se confrontan con argumentos. El problema es que Rajoy no los ha sabido difundir o no ha encontrado a quien los difunda con cierta solvencia y credibilidad.
Mientras en TV3 se construía una patética versión contemporánea de Braveheart de cara a la campaña electoral, en la que los independentistas eran las víctimas de un Estado opresor que cargaba a las puertas de los colegios electorales y represaliaba a sus héroes, Xavier García Albiol terminaba un discurso al grito de "a por ellos" y hablaba de "gente normal" -los suyos- y del resto. Desde luego, no parece la táctica más inteligente para que el 'rival' caiga en la cuenta de que ha sido víctima de un enorme engaño.
Mientras en TV3 se construía una patética versión contemporánea de Braveheart de cara a la campaña electoral, en la que los independentistas eran las víctimas de un Estado opresor, Xavier García Albiol terminaba un discurso al grito de "a por ellos". No se puede hacer peor.
Habría también que preguntarse por qué el Ejecutivo decidió destrozar TVE a sabiendas de que las comunidades autónomas gobernadas por partidos nacionalistas cuentan con cadenas autonómicas que ejercen de potente altavoz de odio hacia la oposición.
La televisión pública española se encontraba en una posición privilegiada hasta finales de la pasada década, pero el PSOE eliminó la publicidad de su parrilla de programación -con María Teresa Fernández de la Vega seducida por los lobbistas de los canales privados- y Montoro pegó un enorme mordisco a su presupuesto y entre los dos firmaron su sentencia de muerte.
Para más inri, Génova presionó para poner al frente a José Antonio Sánchez, un periodista que procedía de la Telemadrid de Esperanza Aguirre. Es decir, de una cadena que no servía ni para manipular, pues no la veía nadie. O casi nadie. El resultado es de sobra conocido: La 1 es un canal caro e intrascendente.
Este jueves, registró una audiencia de 7,1 puntos, mientras que TV3 arrasaba con un 41,7% de share en Cataluña. El programa más visto de la noche fue La que se avecina. Parecía un presagio de lo que le espera a Rajoy en las próximas semanas.
Es complicado hacerlo peor con los medios de comunicación. Y, desde luego, sería inexplicable que en este terreno volviera a confiar en que todo se va a resolver con el paso del tiempo. Así ha ganado muchas batallas en el pasado, pero en el terreno de la comunicación ha perdido con claridad. Los soberanistas le han dado una soberana lección.