Medios

La muerte de Gabriel y el periodismo sanguinario

La televisión española se ha convertido en el mejor reflejo de su sociedad, sepultada bajo toneladas de mediocridad y aturdida por las voces de alarma y odio que escucha desde

  • Gabriel Cruz.

La televisión española se ha convertido en el mejor reflejo de su sociedad, sepultada bajo toneladas de mediocridad y aturdida por las voces de alarma y odio que escucha desde varios flancos. Este lunes, las reinas de las mañanas de las cadenas privadas –las de las selfies en la huelga del jueves- hacían caso omiso a la clemencia mediática que había pedido la madre del niño Gabriel y dedicaban sus programas a escarbar en las desgraciadas vidas de los padres del muchacho y en el historial de la presunta asesina. Lo hacían con una frivolidad pasmosa, propia de quienes, semanas antes, habían hablado largo y tendido de los oscuros amoríos de Diana Quer y de las repugnantes desventuras de ese grupo de majaderos de ‘La Manada’.

La memoria cada vez es más corta en esta sociedad de la inmediatez, de ahí que este tipo de pirómanos mediáticos haya encontrado un filón en la amnesia colectiva, cada vez más grave. Un día, una de estas periodistas se pone un lazo en la solapa para abanderar una causa y, dos días después, con un cadáver caliente, se sienta en una mesa e indaga sobre la relación de Gabriel con la asesina, con el padre o con la vecina del quinto. Parece que delante de los focos ninguna víctima tiene derechos, ni ningún contertulio atiende a norma moral alguna. Por eso, la escritora Lucía Etxebarría se permitía el lujo de especular sobre la “relación parasitaria” del padre de Gabriel. Y por eso otro tertuliano trazaba -con sorprendente ligereza- un perfil psicológico de la madre del chico. ¿Y qué decir de ese periodista de El Periódico de Cataluña que se ha erigido en una especie de cronista del dolor de la familia y, ni corto, ni perezoso, ha filtrado su última conversación con la detenida? Es un circo mediático obsceno.

Hace no mucho, uno de esos vanidosos editores de ‘lo digital’ que tantas y tantas veces ha salvado el periodismo de las injerencias del poder (o casi) se preguntaba por las causas del deterioro de la salud de los medios españoles. Este lunes, en su periódico se ofrecían los detalles del estrangulamiento de Gabriel. Minuto a minuto. En su portada –convertida en un mostrador de casquería para la ocasión- también podía usted encontrar una noticia que advertía de que la hija de la supuesta asesina había sufrido un ataque de ansiedad. Al lado, había otro artículo sobre el historial laboral de la tal Ana Julia, con referencias a su perfil en Facebook, donde, sepa usted, se definía como “buena madre” y amiga de sus amigos.

Destruir la convivencia

Mientras Soraya Sáenz de Santamaría expresa en público su preocupación por el fenómeno de las fake news y por los peligros que comporta para Occidente, una gran parte de los medios de comunicación patrios se dedican día y noche a difundir ideología trasnochada, sembrar el pánico y malear la realidad. De forma interesada, crean alerta y odio y contribuyen a agrandar las grietas que amenazan con fracturar el país a través de un amarillismo despreciable.

Creo que sobra decir que el infanticidio que nos ocupa es atroz. Pero, ¿de verdad merece este suceso tantas horas de televisión y tantos litros de tinta? ¿De veras el telediario de La 1, la pública, tiene que dedicar más de 30 minutos a un suceso truculento, cuando interesadamente ha pasado de puntillas sobre algunos de los casos más vergonzantes de corrupción institucional? La respuesta se encuentra al seguir el camino de baldosas doradas: el que marca la audiencia.

La memoria cada vez es más corta en esta sociedad de la inmediatez, de ahí que este tipo de pirómanos mediáticos haya encontrado un filón en la amnesia colectiva, cada vez más grave.

Lo que ha ocurrido con Gabriel no es nuevo. Ni mucho menos. Se reprodujo tras la desaparición del niño de Somosierra y en los casos de Alcasser, de Anabel Segura, de Marta del Castillo, de Diana Quer y de los hijos de José Bretón. En todos ellos, el periodismo sobrepasó la frontera de la decencia y en todos ellos realizó la misma autocrítica: ninguna. Por eso pudo usted leer ayer, paso a paso, cómo la tal Ana Julia dejó abiertas las ventanas y las contraventanas por las que cayó su hija, fallecida en 1996. O consultar una galería fotográfica del patio interior del edificio.

La maquinaria mediática del fango no para. La semana pasada tocaba calzarse el lazo morado y alarmar sobre la desigualdad de las mujeres. La anterior, había que subirse a la ola de los pensionistas y, hace unos meses, a la de una violación en grupo en San Fermín. Se trata de echar más y más leña al fuego para ganar la batalla del share y engordar el dato de usuarios únicos. En medio, el ciudadano, a quien se sumerge en una atmósfera de tensión que resulta ideal para los oportunistas.

Habrá un día en que los carroñeros se queden sin carnaza, los balances dejen de cuadrar y se vean obligados a echar el cierre a sus empresas periodísticas. Entonces, como siempre ocurre, pronunciarán la siguiente frase: “El periodismo es necesario para que una democracia goce de buena salud”. ¿De veras lo es el periodismo actual?

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