Sabemos al menos que pasan por las manos de la NSA americana, y casi con seguridad también por las de los servicios secretos de los países cuya jurisdicción atraviesan los cables submarinos de Internet, incluyendo desde luego los servicios secretos del Reino de España. Una simple búsqueda en Google, por ejemplo, puede dar la vuelta al mundo antes de aparecer en nuestro navegador en sólo unos segundos.
Puestos contra la pared por los “papeles de Snowden”, portavoces de los servicios secretos norteamericanos han intentado justificarse diciendo que lo único que hace es recopilar la “metainformación” de tales mensajes (quién es el remitente, el destinatario, cuándo se envió el mensaje, etc.) pero dado que esto contradice todo lo que anteriormente habían proclamado, su credibilidad está bajo severa sospecha. Los que sí sabemos con certeza es que varias agencias de espionaje se encuentran en la actualidad construyendo o ampliando varios centros de almacenamiento de datos del tamaño de un pueblo mediano. Esto significa que hay decenas de miles de personas en todo el mundo a las que se les ha otorgado el permiso para fisgar en nuestras comunicaciones “en nombre del estado.” Del estado respectivo, claro.
La magnitud de estas revelaciones es tal que la opinión pública de todo el mundo apenas ha comenzado a digerirlo. Tan sólo en Estados Unidos y en Alemania ha habido sonoras protestas públicas contra lo que se considera una intolerable intromisión del estado en la vida privada de los ciudadanos. En España la desinformación es alarmante: una encuesta de Metroscopia para El País revela que sólo el 19% de los españoles considera aceptable que el estado espíe los emails de los ciudadanos para prevenir el terrorismo, pero que un 28% acepta que con esa excusa el estado controle cualquier actividad en Internet de sus ciudadanos ¡Como si el email no fuera parte de tal actividad en Internet!
Con ser preocupantes tales datos, lo que resulta aterrador es la perspectiva que la falta de reacción ciudadana ante esta monitorización por parte de las agencias de espionaje de todo el mundo nos presenta para dentro de tan solo unos pocos años.
Las casas inteligentes
Pongámonos en una casa española de clase media en el año 2023. Para entonces Internet no será sólo el vehículo para nuestras comunicaciones vía email y las redes sociales de la década que viene. Buena parte de la actividad doméstica estará controlada a través de esta red. Hoy en día hay mucha gente que vigila la seguridad de su primera o segunda vivienda contratando un servicio que le permite recibir en el ordenador o el teléfono móvil una alarma si la casa recibe una visita inesperada. Podemos recibir vídeo en tiempo real a través de Internet y comprobar si el visitante es un intruso. También es cada vez más común que podamos controlar la calefacción, el riego automático o la conexión de un aparato eléctrico mediante sistemas inteligentes conectados a la Red.
Muy pronto podremos hacer que nuestro refrigerador compruebe las reservas de determinados alimentos y, si tiene instrucciones para ello, ordene a nuestro supermercado online que nos envíe para el día siguiente lo que necesitamos, a la hora en que nosotros, o nuestro servicio automático, pueda hacerse cargo del pedido. Lectores de QR dentro de la nevera comprobarán la fecha de caducidad de los alimentos y nos avisarán de los que están a punto de caducar. Con seguridad los rastreadores automáticos de ofertas nos dirán cuáles son las mejores alternativas para volver a rellenar la nevera, etc.
La década que viene será la década de los sensores (de temperatura, humedad, presión atmosférica, concentración de contaminantes, etc). Muchos de los objetos habituales llevarán incluidos varios de tales sensores, conectados a Internet, para permitirnos, en principio, llevar una vida más cómoda, más segura y quizá más saludable. ¿Pero qué ocurre si toda esa información que es procesada automáticamente por nuestros sistemas inteligentes es monitorizada y puede ser manipulada por un hacker con intenciones criminales, o por los servicios secretos, de cualquier país?
Tenemos ya varios ejemplos de cómo se puede manipular los objetos mediante un virus informático o teniendo acceso a los datos. El virus Stuxnet, por ejemplo, desarrollado por la NSA y el espionaje israelí permitió dejar fuera de funcionamiento la maquinaria de enriquecimiento de uranio de la central iraní de Natanz. Varias plantas de gas en Estados Unidos han sido afectadas seriamente por ataques cibernéticos lanzados desde otros países (se apunta a China o a varios países árabes como sospechosos). La lista de lo que se conoce es casi interminable, y probablemente la que se desconoce es todavía mucho más larga.
Tiempo de cibercriminales
Con seguridad los cibercriminales del futuro próximo intentarán secuestrar estos datos en su propio provecho, manipulando los tiempos de apertura y cierre de los sistemas, o cargando a nuestra cuenta las compras de otros, como hacen ahora mismo. Pero viendo la impunidad con la que los servicios secretos espían en nuestras comunicaciones es difícil imaginar que no hagan lo mismo con nuestros datos de consumo o compras. No es difícil imaginar que esta información se usará para detectar patrones de comportamiento de los ciudadanos con los que intentar controlar la opinión pública; que se podrá atacar al adversario político o a los líderes ciudadanos haciendo pública información privada, etc. En casos extremos, el sistema térmico o el que controla la electricidad o el gas de la vivienda podrá manipularse por “agentes incontrolados” para acabar físicamente con el disidente sin que haya la menor prueba de una intervención deliberada…
Ahora hagamos un pequeño ejercicio de imaginación y tratemos de imaginarnos cómo serán las revelaciones del “whistleblower” (o “alertador”, como Snowden) de la década que viene.