El vídeo es un éxito y llama a la realización de otros más para rentabilizar su viralidad. "Si a esa madre le ha funcionado el juego a mi también". El 'oversharing' —así lo llaman los anglosajones— o esas ganas de compartir compulsivamente en nuestras redes material gráfico de nuestros hijos ya no es suficiente. Hay demasiada competencia si cada padre publica una media de 1000 fotos al año de sus hijos y para destacar hay que dar un paso más.
Que el niño se caiga, que la niña sufra, que el niño sea humillado sutilmente te dará más relevancia y debate en las redes que si la niña sabe multiplicar con 3 años. Al fin y al cabo solo es un juego. Dicen muchos padres.
Y es que es mucho más fácil conseguir el like cómplice por una caída imposible que por un esfuerzo por el que tienen que pasar todos. Muchos padres buscan artificialmente la escena dantesca o humillante del niño para fabricar un falso viral. Un teatro funesto, un juego muy peligroso para los niños y para las tendencias.
**VÍDEO ORIGINAL CENSURADO:
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—¿La P con la E?
—PE
—¿La L con la O?
—LO
—¿La T con la A?
—TA
—¿Qué dice entonces?
¡¡¡TOMATE!!!
No hay nada de pedagógico en este vídeo. En la escena hay una presión desmedida hacia la niña, en tensión permanente, aterrorizada y que acaba explotando al sentirse avergonzada por aquellos a los que más quiere. Se nota que el vídeo está precocinado y busca llegar a ese desenlace, probablemente ya experimentado con anterioridad.
Si el vídeo te hace gracia eres parte del problema. Y el problema es grave. La publicación original tiene más de medio millón de reproducciones, 20.000 retuits y casi el doble de likes. Cuarenta mil personas regalan el corazoncito por disfrutar con la vergüenza de una niña sometida a una presión pública y privada totalmente innecesaria.
"Es solo humor", dicen algunas respuestas. "Unas risas de vez en cuando no nos vienen mal", comentan otros. La mayoría del hilo denuncia la crueldad del vídeo pero este sigue compartiéndose a velocidad de vértigo. Demasiadas veces contemplamos la vida ajena como material producido para una telenovela que caduca. La realidad que hay detrás no nos interesa cuando nos arranca las risas fáciles de una comedia. Usar, tirar, y olvidar el daño colateral.
El psicólogo Alberto Soler Sarrió, especialista en crecimiento personal y crianza de los hijos y responsable del canal 'Pildoras de Psicología' habla de por qué compartimos este tipo de material, el efecto de tolerancia digital y del reforzamiento que produce la lucha por conseguir el viral de turno:
"Cada vez necesitamos mayor intensidad del estímulo en cuestión para que despierte nuestra atención, ya no basta con compartir imágenes de gatitos."
Otro factor que influye, es lo que se conoce como el "reforzamiento aleatorio intermitente", que es el que está detrás de, por ejemplo, las máquinas tragaperras: es el programa de reforzamiento más poderoso que existe, porque no sabes cuándo vas a obtener el "premio". La red es así, "como una caja de bombones", no sabes qué publicación va a despuntar, lo cual lleva a una conducta compulsiva en busca de esa recompensa, la viralidad."
Por eso compartir el vídeo también nos hace cómplices de este maltrato 2.0. La impersonalidad de la lejanía o el anonimato de los personajes no sirve como excusa para promocionar un contenido que funcionará tan bien en redes. Favorecer su difusión es contribuir a que el fenómeno se perpetúe, se convierta en tendencia y favorezca que las pequeñas burlas se transformen en grandes frustraciones.
Las consecuencias de este 'juego viral' de adultos irresponsables para con la niña pueden ser interminables:
"Afecta a la autoestima del menor, puede generar problemas emocionales como depresión, ansiedad, problemas de socialización, problemas académicos y también, como hemos visto en diferentes ocasiones, puede incluso llevar al suicidio" nos comenta Alberto.
La humillación nunca puede ser una herramienta de educación ni de disciplina, y menos ejercerla públicamente en redes sociales. Enseña a los niños unos límites de adultos que aplicarán cuando lo sean, exactamente igual que la violencia. Un niño humillado en redes no solo pierde la confianza en quien le humilla, también pierde el derecho a una reputación construida con su voluntad, no con sus faltas o errores.
¿Que ocurriría si, por ejemplo, la niña del vídeo fuera disléxica? (Si no sabe leer a esas edad es una posibilidad nada desdeñable). ¿Sería un agravante o un atenuante? Las risas se transformarían ahora en muecas. ¿Nos estamos riendo de una niña con un trastorno de aprendizaje? ¡No lo sabía! ¡Tengo excusa!
En realidad la falta de información no exime la responsabilidad del espectador. Las evidencias son suficientes para demostrar un desagravio, haya o no dislexia. No hay nada de gracioso en construir chistes con realidades anónimas de carne y hueso por unos cuantos likes o retuits.
La mejor forma de actuar en estos casos es denunciar a la red social el contenido del vídeo y no favorecer a su divulgación si no es para hacer pedagogía con ella.