Yolanda tiene 52 años de carné, sesenta y pico de piel y 6 meses desde que ha vuelto a nacer. Yolanda recibió en octubre de 2017 las llaves de un piso en el fondo de Móstoles de la mano de La Fundación Rais, una ONG que está implantando en España la nueva forma de acabar con el sinhogarismo: El 'Housing First'.
Yolanda ha vivido 6 años en la calle entre cajeros, aceras, albergues, alcohol, droga y miseria. Tiene mil experiencias que callar y otras cien mil que gritar: "En el cajero golpeaban habitualmente el cristal para preguntarme ¿Me la chupas?".
Yolanda ha pasado por la cárcel, tiene VIH, epilepsia, ha sufrido toxoplasmosis y acaba de salir de un tremendo ictus que le ha dejado secuelas. Su cuerpo es un junco al viento forrado de piel curtida por el frío de la calle y aún con ese lastre físico sus ojos relatan que es una mujer que ha alcanzado una paz excepcional. Yolanda es maravillosa y tiene toda una vida (que el destino le robó) por delante.
Nos recibe a las 10 de la mañanas de un abril impostor en su nueva casa del sur de Madrid: "No es mi casa, es mi nuevo hogar" [primera metedura de pata]. Lo primero que nos enseña es su nuevo DNI: "Cuando vivía en el cajeros y me daba un ataque [epiléptico] en vez de ayudarme la gente me robó hasta el DNI. Para mi significa mucho haberlo conseguido ahora y encima pone mi calle", comenta Yolanda mientras saca orgullosa y con dificultad el carnet de un inmenso tarjetero con un solo inquilino.
Yolanda pertenece al plan de empoderamiento de Rais Fundation, una forma inteligente de sacar a la gente de la calle. La casa es lo primero, no es el fin o el regalo si te portas bien, si dejas el alcohol o las drogas o si alcanzas el último escalón de un duro programa de méritos; la casa es, simplemente, el medio para alcanzar todo lo demás. Y no es tan caro, por 34 euros al día (muchas plaza de albergue son más caras) tienes un hogar con futuro sin hipotecar.
Un extoxicómano puede conseguir trabajo, incluso un expresidiario... pero nadie contrata a un sintecho. Ningún estrato social está tan desprivilegiado como el sinhogarismo
El participante —como le gustan llamar a los beneficiarios del programa— es dueño de su destino, de sus ritmos de integración y de su vida, como no podía ser de otra forma. Hay tantos ritmos como beneficiarios. Únicamente se le ofrece una tutela de apoyo. Y funciona. El 100% de los participantes del programa en España desde 2014 siguen todos en sus casas. Y ya son 195 viviendas. Todos los casos dados por perdidos por una sociedad acostumbrada a esconder el sinhogarismo debajo de la alfombra de la aporofobia.
La gente cree que es una barbaridad permitir, por ejemplo, que se droguen a su antojo en las casas donadas y es un error de lectura. El programa no es una meritocracia ni un saco de donaciones caritativas con una ristra de normas impuestas desde arriba. [Hola Cáritas] El programa es una apuesta por engordar poco a poco la autoestima de cada participante y eso incluye no imponer demasiadas normas, que las hay, pero siempre en horizontal y nunca con ultimátums que anulen la capacidad de autocontrol del individuo.
"Recuerdo una entrevista para un medio en casa de un participante que estaba bebiendo como un loco, lo necesitaba para activarse y poder contarlo todo y, además, era su casa...", nos cuenta Gema Castilla responsable de comunicación de Rais Fundation y una de las invitadas en casa de Yolanda.
"El cambio radical de Yolanda se produjo cuando aprendió a pedir. Y eso es difícil cuando llevas 7 años con constantes decepciones de compañeros de calle. Un día estaba lavándome las manos en la cocina de su casa y me puse el agua caliente. No funcionaba. Yolanda llevaba dos meses de crudo invierno duchándose con agua fría y no nos había dicho nada". Esto nos lo cuenta Marta Carnevali [@fcrm_marta] psicóloga de la Fundación y referente mayor de Yolanda. El referente mayor es el técnico de cabecera que comparte programa con el participante: su confidente, su intendente, siempre desde un rol horizontal "...pero no es su amigo. Hay una implicación emocional muy fuerte pero ellos saben siempre que no tenemos porqué ser amigos", insiste Marta.
Estadísticamente todos los participantes acaban mejorando de sus adicciones si les dejas el control porque con el programa abandonan los lazos que antes las hacían inevitables. Si tu regalas un piso a un sintecho a cambio de que deje de beber o las drogas, el piso no le durará un mono. Si le alquilas un piso por un precio simbólico, le ayudas a obtener la renta mínima y le ofreces el apoyo que necesite de forma horizontal, le haces conductor y protagonista de una nueva vida limpia.
La mayoría de los participantes vienen de importantes desconexiones familiares. Yolanda no se habla con su madre, que le oculto el fallecimiento de su padre, al que estaba muy unido. "Encima a mis 3 hermanos les puso casa. A mí no", nos recuerda. Pero hace poco ha vuelto a retomar el contacto con su hija: "Lo más emocionante de todo esto ha sido poder enseñar la casa a mi hija y a mi nieto [suspiros y silencio]. Ese día me subió la bilirrubina, la testosterona o lo que fuera..." [risas]
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Daniel, 37 años
La casa de Daniel está en la Villa de Vallecas. Otro mundo, otra historia, otro proyecto de vida radicalmente distinto. Él dejó 7 años de alcohol, calle y peleas en Plaza de España por una casa estilo ikea, una gata muy cabrona y un reguero de visitas. Durante la entrevista sonó dos veces el telefonillo: "¡Ven dentro de 40 minutos, Joder!"
Y es que cada uno puede invitar a quien quiera a su casa ¿No lo hacemos nosotros? ¿Por qué ellos tendrían otras normas? Las viviendas no se convierten en pisos patera ni a ellos se les ocurre alquilar las habitaciones. Entre otras cosas porque saben que ni el programa, ni el sentido común lo permitirían. La entrevista y el control semanal de su referente mayor vigilan que se cumpla este principio de corresponsabilidad cívica.
"Llevo 8 meses aquí y todavía no he dormido en la habitación, prefiero el sofá del salón. Aquí tengo la tele"
Daniel es un rumano de 37 años de espaldas anchas y piernas palillo y con ¡esa piel!... esa piel de haber enrollado cien mil cigarros bajo la luz que le robó a las farolas. Una polio mal llevada le ha dejado una minusvalía que le impide trabajar ya en lo que más sueña:"Me encantaría ser herrero".
"Llevo 8 meses aquí y todavía no he dormido en la habitación, prefiero el sofá del salón. Aquí tengo la tele", comenta con total naturalidad Daniel.
Su casa es una vivienda protegida y de diseño en los nuevos barrios de Vallecas. Las viviendas del programa las alquila la fundación en el sector privado o a los ayuntamientos y obligan a los participantes a firmar un realquiler por el 30% de sus ingresos, si los tienen. Los bancos nunca han querido participar a pesar de contar con el mayor parque vacío de casas de toda España, nos cuentan muy sorprendidos los de RAIS.
La de Daniel está impoluta. Nos confiesa que ahora es un loco de la limpieza. El caos de una vida embarullada entre chabolos, cartones y sobredosis de cerveza contrasta con un nuevo orden para proteger lo suyo con las armas que forjó en el pasado. No para de mostrar el puño cuando nos cuenta sus recuerdos con vehemencia. Su casa es ahora su guarida.
—Los peores eran los jóvenes. De miércoles a domingo era imposible dormir en la Plaza de Los Cubos. Los niñatos, la gente borracha, las discotecas. Yo estaba expuesto a todo.
—¿Sabes cómo llamo yo a eso, Daniel? —le interrumpe Gema— Son 'delitos de ocio'. Los jóvenes toman ahora el odio y las agresiones a vosotros como algo divertido.
Los albergues son 'cama para hoy y calle para mañana'. Una inversión a fondo perdido con un porcentaje mínimo de éxito en la integración social de los sintecho
"La primera noche que entré en esta casa no dormí, estaba con 'El chino' y no teníamos ni sueño ni ganas de estar despiertos. Muchos nervios. Y es que la calle es muy dura, dependes del barrendero que te despierta a las 6 de la mañana. Aquí todo cambia. Todo es tuyo."
La independencia es la clave de un cambio que empodera. Daniel ha pasado de recoger las sobras tiradas por un lujoso hotel de la capital a hacerse su propia comida, y es un cocinillas que suele recuperar ahora platos de su tierra: "En el hotel me conocían por las cámaras de seguridad de los cubos de basura. No podían darme la comida directamente pero me la dejaban apartada, a veces trozos de jamón como puños [...] "
Para acceder al programa de vivienda 'housing first' tienes que pertenecer al peor estrato de los 'sin hogar', aquellos que padecer una enfermedad mental o una discapacidad física importante. Yo tengo amigos más locos y que llevan su casa y su futuro con menos clase y rigor que estos dos nuevos proyectos de vida.
Yolanda y Daniel no es que se merezcan una oportunidad, es que se les debe el derecho a disfrutar de una vivienda digna.
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