Es verdad que muchas veces se anuncian temporales ya sea de lluvia, nieve o viento y luego no es para tanto. Y que otras no hay previsión de debacles climatológicos y luego nos pilla en fuera de juego. Pero este pasado fin de semana de Reyes la nevada estaba cantada. Las previsiones meteorológicas anunciaban frio, viento y nieve, mucha nieve. Y aun así, miles fueron los conductores que se vieron bloqueados en medio del temporal. Y en muchos casos, lanzándose al vacío sin paracaídas.
Y sin paracaídas me refiero de entrada al simple hecho de iniciar el viaje, con todo el derecho por supuesto, pero a sabiendas del riesgo, poco o mucho, que entrañaban unos desplazamientos de cientos de kilómetros sobre trazados que no es la primera vez que se ven afectados por nevadas extremas.
Porque no es lo mismo que en el mes de abril o mayo nos sorprende una tormenta de nieve a la altura del mal en una localidad costera que en pleno mes de enero, en la meseta castellana, nos demos de bruces con la realidad del crudo invierno. Cada uno es libre de salir a la carretera, pero los avisos sobre nevadas debieron haberse tomado más en serio, y no pocos fueron los que iniciaron el regreso sin cadenas, sin suficiente combustible y con niños de muy corta edad. Luego, cuando todo se complica, lo más sencillo es echar la culpa a los organismos públicos, al propio Estado o a la propietaria de la concesión de la autopista de peaje en cuestión. Pero casi nadie se mira al ombligo y asume que se tomó una decisión errónea.
Habría quien pensara que con sus coches con tracción total, con cadenas o con neumáticos de invierno serían capaces de superar la nevada sin problemas, pero el problema está muchas veces en aquellos que lo hacen sin ningún tipo de previsión. Basta un simple turismo que no esté preparado para bloquear una carretera. A partir de ahí, el caos acaba imponiéndose, abriendo y cerrando trazados a veces a destiempo, accesos bloqueados a los puntos más conflictivos y el ciudadano, con más o menos razón, reclamando soluciones inmediatas.