Opinión

23-J: se juzga al PSOE

Desde 2021, la tendencia marca una caída en picado del voto socialista. Primero en Madrid, a continuación en Andalucía, y, finalmente, el pasado 28-M, los electores han demostrado una voluntad decidida de castigar al Partido Socialista.

  • Mitin PSOE

Desde 2021, la tendencia marca una caída en picado del voto socialista. Primero en Madrid, a continuación en Andalucía, y, finalmente, el pasado 28-M, los electores han demostrado una voluntad decidida de castigar al Partido Socialista. Lo llamativo es que los socialistas no sean capaces, como respuesta, de modificar el rumbo. Al contrario, en el discurso del Congreso posterior a las elecciones, Pedro Sánchez, su secretario general, directamente negó la realidad. Visiblemente impactado por la contundencia del resultado, transmitió la imagen de un boxeador grogui que, terminado el combate, continúa lanzando golpes al aire.

La RAE recoge el significado de cantinfleo como “hablar o actuar de forma disparatada y sin decir nada con sustancia”, en referencia a las peroratas absurdas de Cantinflas. Sánchez, en su reacción de desconcierto, emuló al genial actor mexicano. En un momento cumbre para su trayectoria populista, se dirigió a los acérrimos, los que le creen por quién habla, no por lo que dice.  Lo hemos hecho fantástico, proclamó, y marcó su plan de campaña para el 23-J: hacer lo mismo, esperando el milagro de lograr resultados diferentes.

Han metido al PSOE en el Titanic y ya se conoce el desenlace. Es admirable la buena intención que anima a algunas personas destacadas en la historia del partido dispuestas a liberar al PSOE de Sánchez. Vano esfuerzo. En el portal de sedes del Partido Socialista se informa de más de cuatro mil agrupaciones de militantes. De ninguna de ellas hay constancia de crítica a los acuerdos para gobernar Navarra, a los indultos o a cualquiera de los giros que les han convertido en una organización auxiliar de los proyectos secesionistas. Ese partido del que hablan ya no existe.

Hoy los militantes aplauden a Sánchez con sometimiento, siguiendo el principio populista de “el jefe siempre tiene razón, sobre todo cuando no la tiene”

Cuando Felipe González se reúne hace unos días con Lambán y Page para organizar la restauración del PSOE a partir de la derrota inevitable del 23-J, pasan por alto que Sánchez ha desvitalizado al partido. En el estudio Cómo mueren las democracias se utiliza el concepto “distanciamiento” como la obligación que asumen los partidos prodemocráticos ante la sociedad a la hora de seleccionar a sus líderes. El Partido Socialista falló a los españoles en esa obligación de “filtro” y pagará por ello. Peor aún, hoy los militantes aplauden a Sánchez con sometimiento, siguiendo el principio populista de “el jefe siempre tiene razón, sobre todo cuando no la tiene”.

Ni una voz ha salido de esas cuatro mil sedes ante la grosera utilización del Partido Socialista al servicio de estrategias independentistas. Siguen disciplinadamente la deriva de radicalización que ha llevado a partidos socialistas como el francés a la irrelevancia. Ya puede el sanchismo fiar su suerte a un conglomerado de izquierdas que, cuanto más se unen, más rechazo de los electores provoca, en España como en Francia. Yo no veo irritados con Sánchez, por esto, a los militantes que, como señala Alfonso Guerra, callarían por disciplina. Sí hay, en cambio, muchos ciudadanos irritados con el PSOE y su pasividad.

Ni con el mismísimo Cid Campeador en las papeletas lograrían rectificar la senda iniciada con las elecciones de 2021 en la Comunidad de Madrid

Como solución, algunos sugieren un cambio de candidato socialista. Si lo hicieran, en nada modificaría la tendencia subyacente que pone en la diana de los electores al partido. Ya lo hicieron con Zapatero en 2011, cuando presentaron a Rubalcaba como salvador, con el resultado conocido. Ni con el mismísimo Cid Campeador en las papeletas lograrían rectificar la senda iniciada con las elecciones de 2021 en la Comunidad de Madrid. No es solo el sanchismo, es sobre todo el Partido Socialista el que está en juego.

No se podrá culpar de la desafección electoral a la falta de entusiasmo del activismo mediático del sanchismo. Narrativa de guerra: “en cuanto a golpes de efecto y giro de guion no hay quién le gane. Sánchez ya había perdido, ahora solo puede ganar”; “en una noche de insomnio en Moncloa, sus colaboradores tomaron una decisión loca, a la vez que lógica y coherente”; lluvia de “datos positivos” -frente una realidad marcada por ocupar el último lugar de la UE en recuperación económica y el primero en paro-; un presidente admirado en el exterior, al que no se le reconocerían sus méritos en casa.

La última “filtración” se las trae. Sánchez sería el candidato para secretario general que quieren en la OTAN. Son atrevidos, teniendo en cuenta el currículo del personaje. Inició su carrera proponiendo la supresión del Ministerio de Defensa, incluyó en su gobierno ministros anti-OTAN y cesó a la directora de la Inteligencia Nacional (CNI) por exigencias del independentismo. La verosimilitud no importa. ¿No son capaces de presentar a Núñez Feijóo como el radical que sigue los pasos de Trump y Bolsonaro?

El problema insalvable para la poderosa artillería mediática del sanchismo es que con Sánchez es imposible mantener la coherencia entre la trama y el personaje. Cómo ocultar que siempre miente. Lo hace cuando dice que nunca pactará, al explicar por qué pacta y a la hora de negar que alguna vez haya pactado. Los relatos son cada vez más pasajeros; fugaces como fuegos fatuos. Lo pagará el PSOE que, demostrada su incapacidad para reaccionar, ha seguido una senda de radicalización populista que será sometida a examen en la próxima cita electoral. Las urnas llevarán sentencia.

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