Dice el francés Daniel Pennac que el humor resucita. Conminados por la lucidez del novelista que inventó a Malaussène, toca echar mano del desfibrilador de la risa para despachar esta Polaroid. La semana que hoy completa su quinta jornada comenzó con la fotografía -el meme, habría que decir- de un viajero singular. El más alto y espigado, ¡acaso el más henchido!, de toda la terminal. Se trata de Pedro Sánchez, nuestro hombre en Benicasim. Y aunque el presidente del Gobierno nunca vendió aspiradoras ni hizo de espía en Cuba como el James Wormold de Graham Greene, conserva algo de su ineptitud.
Ocho días después de su expedición a la Comunidad Valenciana, el viaje de Pedro Sánchez retumba todavía, entre otras cosas, porque antes tenía agenciada su entrada para ver a la banda The Killers en el Festival Internacional de Benicasim que los apoyos en el Congreso de los Diputados para elegir a Rosa María Mateo como gestora de RTVE. Aquel viernes, aunque no llevaba gafas a lo Kennedy como en esa primera estampa de la legislatura lotera, Pedro Sánchez sí iba a bordo del Falcon, el avión presidencial. Se fue volando el hombre a cumplir con la agenda cultural nocturna -Carmen Calvo dixit- en uno de los eventos más destacados de la tribu indie veraniega.
Antes tenía agenciada su entrada para The Killers en Benicasim que los apoyos en el Congreso para elegir a Rosa María Mateo como gestora de RTVE
Acaso porque quien escribe estas líneas sólo posee la mayoría absoluta de la opinión propia -otros han de negociar las suyas en menesteres más trascendentes y en peores condiciones-, ver la imagen ya reposada de Sánchez paseándose en vaqueros por un photocall -en plan bolo- produce cierta urticaria. No porque parezca una marca ya no blanca sino desteñida de un Obama más moreno. Tampoco porque exista algo casposo en su look de guapo de panadería -¡qué va!, de moderno Sánchez va servido- sino por esa vergüenza que suscita el ridículo ajeno, en especial cuando el objeto del pudor preside un país y su mano derecha en el gabinete se dedica a limpiarle del baby las babas políticas al mozalbete.
Elitistas del mundo, ¡pudríos! Si hubiese ido a la ópera no os pondríais así, aludió la ministra socialista Carmen Calvo cual machacona madre de un niño poco aventajado, una mujer -para más inri- de sobra experimentada en la gestión de los asuntos culturales. Le pasa a las ministras y a las menestras, que de tanto repartir vocales, perpetran una igualdad a la baja. Les toca, pues, tragar las más sosas cucharadas del menú político. Si, bien es cierto, hay quienes como Angela Merkel se van a festivalear a Baviera en lugar de Benicasim -la canciller alemana inauguró esta semana una nueva edición del encuentro wagneriano por excelencia, el Bayreuth-, el asunto del señor Pedro Sánchez no es tanto una cuestión de ‘modernez’ como de desfachatez. Se puede ser poca cosa, pero con disimulo.
Que le guste o no The Killers es lo de menos; el problema es que Sánchez sigue siendo un turista en La Moncloa, un Superman en funciones al que sólo le han dado la capa
En su repertorio de presidente influencer -como lo ha llamado Carlos Alsina en más de un monólogo- Pedro Sánchez parece haber contraído el síndrome del diario de la hija de los Clutter en A sangre fría: esa actitud de quien escribe con letra redondeada a veces y con cursiva en otras. Soy así. Soy asá. El Estado no acepta chantajes, hoy; la próxima semana... quién sabe. El subidón de descubrir el agua tibia cada mañana y la jarra helada que supone constatar, ¡ay!, que alguien más ya la había inventado. A propósito del agua, convendría al lampiño Sánchez poner las barbas en remojo, porque a su predecesor, Mariano Rajoy, de tanto acostarse con nacionalistas amaneció meado: esa tragedia doméstica de quienes duermen con niños. Nunca se sale ileso de esos fregados. Nunca.
Que le guste o no The Killers a Pedro Sánchez es lo de menos -a este paso terminará invitando a James Rodhes a merendar-; el problema es que el presidente de Gobierno, como le ocurre al falso espía de Greene, sigue siendo un turista en La Moncloa, un Superman en funciones al que sólo le han dado la capa. Alguien asombrado por su notoriedad y que, a causa de tanto selfie, termina por no enterarse de nada. Así se mueven por el mundo los que se deslumbran ante el brillo de sus propios fuegos artificiales: a trompicones. A nuestro hombre en Benicasim le pasa lo que a Wormold. No le queda el más elemental de los consuelos: ser capaz de aprender de sus propios errores. O, al menos, de asumirlos. Se puede sacar de la chistera una reunión de veinte minutos con Ximo Puig para adecentar la metedura de pata del viaje a Castellón. Lo complicado es inventarse un plan para no acabar en unas elecciones. Vamos, cortarse la coleta justo después de tomar la alternativa. Pero Sánchez, como la Ana Botella de los Juegos Olímpicos, se las juegas todas al Moncloa 2020. Así se hunde, o de momento flota, nuestro hombre en Benicasim.