Opinión

¿Cuánto va a tardar Abascal en exigir que Casado se trague sus palabras?

“Señor Abascal, en política, lo que no es posible es falso. Antonio Cánovas, seguro que le suena”. 22 de octubre de 2020. Pablo Casado inicia así el discurso en el

  • El presidente del PP, Pablo Casado, y el líder de Vox, Santiago Abascal

“Señor Abascal, en política, lo que no es posible es falso. Antonio Cánovas, seguro que le suena”. 22 de octubre de 2020. Pablo Casado inicia así el discurso en el que iba a anunciar su rechazo a la moción de censura contra Pedro Sánchez presentada por Vox. Un sorprendente, y valiente, pronunciamiento reformista; un inesperado arrebato de centralidad: “No somos equiparables, son muchas nuestras diferencias. Tantas como la distancia que media entre el liberalismo reformista y el populismo antiliberal. Entre el patriotismo integrador y el antipluralismo. Entre la economía abierta y el proteccionismo autárquico. Entre la vocación europea y atlantista y el aislacionismo. Entre el interés general y el oportunismo demagógico”. Una imponente declaración de intenciones.

¿Qué queda hoy de aquel vibrante discurso? ¿Cuánto va a tardar Santiago Abascal en recordarle a Casado el axioma de Cánovas y exigirle que se aplique el cuento, que se trague aquellas jubilosas palabras? “Usted [señor Abascal] ya es parte del problema de España, y no puede ser parte de la solución que mi partido representa”. Nítida proclamación. ¿Seguirá vigente después del 13 de febrero? No parece posible. Es más probable que en Castilla y León se oficie en breve, con toda la parafernalia que la ocasión exige, el solemne funeral del espíritu del 22 de octubre. Cambiar a Ciudadanos por Vox, a Paco Igea por un clon menor de Abascal. Una operación sublime; una demostración de que se está dispuesto a renunciar a la centralidad, de que todo vale para acelerar la toma del poder.

Es muy posible que en Castilla y León se oficie en breve, con toda la parafernalia que la ocasión exige, el solemne funeral del espíritu del 22 de octubre

El forzado e injustificado adelanto electoral en Castilla y León nada tiene que ver con el interés general, sino con el de Pablo Casado. Un movimiento táctico que no todo el mundo va a entender. Un atajo que ya veremos si acorta el camino hacia La Moncloa o provoca el efecto contrario, la desbandada de los moderados. “El Partido Popular no somos (sic) ni furia ni ruido. No alimentamos fracturas, sino que queremos cerrarlas”. Ya. Y el problema es que llueve sobre mojado. El problema es el liderazgo menguante de quien es crecientemente percibido como un político incapaz de afianzar un perfil propio; alguien necesitado de patentizar su poder alterando planes y agendas de los dirigentes territoriales en lugar de situarse au dessus de la mêlée; un personaje devorado por subalternos e inseguridades.

A pesar de todo, ¿le puede salir bien? Sí, claro que le puede salir bien. Dirán que las elecciones autonómicas nada tienen que ver con las generales. En Valladolid y en Sevilla. Dirán. Además, sería torpe, e injusto, subestimar la contrastada pericia de Pedro Sánchez en el proceso de autodestrucción del PSOE. Pero no parece probable que el líder socialista desaproveche, a su debido tiempo, el enorme vacío que puede dejar Casado en el centro del mapa político nacional. Un Casado obligado a compartir Consejo de Gobierno con los amigos de Orbán, Le Pen y Morawiecki, de traicionar aquel impulso regenerador de finales del 20, inspirado en el más puro espíritu liberal-europeísta, puede servir a Sánchez en bandeja de plata la gran baza electoral que éste necesita para repetir.

No parece probable que el líder socialista desaproveche el enorme vacío que puede dejar Casado en el centro del mapa político nacional

“Señor Abascal, Vox es el sueño del nacionalismo y el salvavidas de Sánchez”, exclamó Casado aquel ya lejano 22 de octubre en medio del delirio de la bancada popular. Va a tener razón. Va a resultar que la gradual percepción de un Vox irremediablemente adherido al PP se confirma como el principal lastre de la alternancia y en el eje de la campaña que ya diseña el contrincante.

Decía Pedro Arriola que las elecciones nunca las gana la Oposición, las pierde el Gobierno. Un axioma que, en contra del adjudicado a Cánovas, este aún válido, quizá muy pronto haya que revisar.

La postdata: viejos y dolorosos desequilibrios

(Del discurso de investidura de Felipe González. 30 de noviembre de 1982)

“Entre los desequilibrios mencionados, sin duda el más doloroso, desde un punto de vista humano, es el del paro. No intentemos disfrazar su crudeza con el término menos agresivo de «desempleo». Nuestro deber es vivir el paro como el drama de cada hombre o cada mujer que desea trabajar sin conseguirlo; vivirlo como una serie interminable de días de frustración y de desesperanza, porque no se trata sólo de un problema económico que se pudiera aliviar sustancialmente con un subsidio; el paro ataca a las raíces más profundas del ser humano, socava la energía moral y la confianza, debilita el espíritu de participación ciudadana, lleva a cuestionar la solidaridad social.

(…)

El segundo desequilibrio grave que nos afecta es el de la inflación, que algunos prefieren considerar en primer lugar. Por nuestra parte, sabemos que este problema y el del paro se entrelazan, dentro de la independencia general de las disfunciones económicas. Conocemos también las dañosas repercusiones de la inflación sobre los propósitos de ahorro, las iniciativas de inversión, sobre la balanza de pagos o sobre el valor de la moneda. Ahora bien, desde nuestra perspectiva, la inflación es, para expresarlo con palabras sencillas, el problema de quienes ven decaer el poder adquisitivo de sus recursos monetarios, mientras que el drama del paro empieza por no poder siquiera obtener esos recursos.

Otro desequilibrio fundamental es el del déficit del sector público, cuyo crecimiento aspiramos primero a frenar y, en años sucesivos, a reducir, al tiempo que reestructuramos el gasto público; queremos inclinarlo más en el sentido de la inversión y de las transferencias constructivas… La actitud de ampliar el déficit público con negligencia, financiándolo de manera inflacionista, lejos de ser una panacea que resuelve los problemas, es una grave irresponsabilidad, que golpea a los sectores más débiles”.

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