Opinión

Acta de rendición

Más que una ceremonia de orgullo cultural francés, es decir, civilizatorio, fue una ceremonia de rendición

Se apagan los ecos de la grotesca ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos y quedamos a la espera, aterrados, de la ceremonia de cierre. Crucemos los dedos, no vaya a ser que se les ocurra representar una crucifixión woke con un Cristo con  tetas. A la poca crítica, digamos gubernamental (lo políticamente correcto es entrar por los cinco aros), se han unido algunas voces que pretenden intelectualizar el desastre y ofrecer una coartada literaria, y hasta geopolítica (¡el que critique la ceremonia es de Putin, y trumpista!) a lo que fue un acta de rendición. No sólo francesa, de la cultura Occidental.

Que si Céline Dion, que si la moderación, que si la inclusión, que si la convivencia. Va siendo hora de que aprendamos que el culto a la moderación es una forma solapada de censura, un jarabe amansador, una sibilina táctica ideológica para mantenernos a raya. Para infectarnos de resignación. Ser moderado en Europa se ha convertido en sinónimo de vencido. La sumisión a la demencia woke y el terror a la llamada “comunidad musulmana”, es hoy la marca de agua de la cultura occidental. Si no comulgas con las políticas wokistas, mujeristas, negristas, musulmanistas y mutiladoras de niños, eres un fascista. ¡Fascistas!, van berreando las turbas lobotomizadas por las escuelas públicas, los políticos, y las televisiones compradas o no (todas hermanadas en el pensamiento grupal).    

Francia es ya un país postrado en el que decapitan a un profesor en nombre de Alá y ni los ciudadanos, ni los gobernantes, tienen el valor de poner, a manera de homenaje, el nombre del decapitado a la escuela

En verdad lo único que hubiera podido redimir a Francia de la burla a los cristianos (y a la estética), hubiera sido que, a continuación de esa cena vulgar y tatuada (tengo que ocuparme en algún momento del horror de los tatuajes, marca de ganado de nuestra cultura) se representara en el mismo escenario una mofa semejante del ascenso de Mahoma al cielo a lomos de un caballo, o de la boda de Mahoma con una niña de 6 años (aunque es cierto que hasta los nueve no consumó sexualmente el matrimonio, ¡qué detalle!). Y bailando (es un decir) en torno al Profeta, un grupo de enfervorizados adefesios lapidando a una pobre mujer tapiada dentro de un burka.

Claro que todo esto que digo es imposible, Francia es ya un país postrado en el que decapitan a un profesor en nombre de Alá y ni los ciudadanos, ni los gobernantes, tienen el valor de poner, a manera de homenaje, el nombre del decapitado a la escuela ante la cual le cortaron la cabeza. ¿Puede haber una prueba más elocuente y definitiva de la rendición francesa ante la invasión religiosa musulmana? Bueno, ahora que lo pienso, en verdad la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos ha sido una prueba aún más elocuente y definitiva.

Si hacía falta una demostración irrefutable de la decadencia occidental, ya la tenemos: la ceremonia woke de inauguración de los Juegos Olímpicos en París. ¿Esa es la nueva  Francia? ¿Una barahúnda de bailarines epilépticos, mujeres barbadas, pájaras ciclistas, gordas tatuadas, bufones azules y un desfile de adefesios contorsionistas?

Cabezas guillotinadas sembradas en el río

Yo contemplaba aquel aquelarre signado por el mal gusto, la apoteósica principalía woke y el terror a los musulmanes franceses, que son primero musulmanes y sólo después y cobrando, franceses, y sentía una enorme tristeza. Pensaba en Léautaud y en Rabelais, y mi desolación aumentaba. Aquellas cabezas guillotinadas sembradas en el río en la mejor tradición francesa, aquellas mariantonietas en los balcones lanzando chorros de sangre, aquellos pobres músicos encaramados en los techos, aquellas dos locas ¡racializadas! y una mujer (o eso parecía) encerrándose para hacer un trío (¿pero esta gente aún no se ha enterado de que los tríos los hacen dos hombres y una mujer o viceversa?), aquellas diez mujeres de oro entre quienes no estaba Marie de Gournay ni Madame Curie y sí la maoísta Beauvoir (cuarenta millones de muertos la contemplan); y para rematar el caballo de El triunfo de la muerte de Pieter Bruegel el Viejo en una interminable travesía por el Sena. Toque macabro muy apropiado si tenemos en cuenta la postración de la gran cultura francesa ante la demencia woke y el mujerismo.

Chimpancés con derecho a voto

Toda la ceremonia, física, televisiva y estéticamente hablando rezumaba acatamiento, miedo y resignación cultural ante los enemigos de nuestra civilización. Más que una ceremonia de orgullo cultural francés, es decir, civilizatorio, fue una ceremonia de rendición.  Pero nadie mejor para describir el lugar al que nos encaminamos, rumiantes, que el gran Imre Kértesz: 

“Se dice que los musulmanes inundarán y luego se apoderarán de Europa, en pocas palabras, la destruirán; se trata de cómo maneja Europa todo esto, del liberalismo suicida y de la estúpida democracia; chimpancés con derecho a voto. El final es siempre el mismo: la civilización alcanza un estado de excesivo desarrollo en el que no sólo es incapaz de defenderse, sino que ni siquiera lo quiere; en el que, de una manera irracional en apariencia, adora a sus propios enemigos. Para colmo, esto no puede decirse públicamente. ¿Por qué no? (…) Empiezo a entender la coacción de la que se alimenta la gran mentira generalizada: resulta simplemente imposible luchar contra esa coacción, para el político porque pierde su popularidad y para el escritor por el mismo motivo; los buenos modales son la mentira y la renuncia total a ser uno mismo”.

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