Opinión

Ada Colau y el lujo de la vela

Ganarán unos pocos y perderemos los demás, pero la borrachera nos ha puesto muy contentos, con la ilusión de nuevo en órbita y el fracaso colectivo del secesionismo olvidado durante un tiempo

  • La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau -

La concesión del montaje de la Copa América de vela ha desatado la euforia en los círculos náuticos de la ciudad de Barcelona. El grupo de whatsapp más ilustre y numeroso, casi 300 miembros, de aficionados a la náutica de recreo hierve en comentarios confiados en que el evento activará y fomentará la economía relacionada con su actividad. Todo es ilusión y esperanza.

Como en nivel político de la ciudad se arrastra por el fango desde hace años, todos elogian que el éxito se ha conseguido por la unidad de las instituciones políticas, fundamentalmente la Generalitat gobernada por Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) y el Ayuntamiento de Barcelona en Comú, presidido por la señora Ada Colau. Es decir, algo que debería ser exigible a unos políticos que en verdad respetaran a los ciudadanos se convierte en gran noticia. Y todos contentos.

Nadie se pregunta qué ha pasado, cómo es posible que un Ayuntamiento que consideraba los deportes náuticos como un exponente del lujo ocioso que la pureza de la ciudad no podía consentir se baje ahora de sus convicciones y apadrine el espectáculo más elitista del mundo. Ni siquiera ha osado alguien recordar en voz alta que durante muchos años la alcaldesa Colau bramaba contra el Port Vell y alimentaba aquella campaña de mentiras y estupideces que denominaron Defensem Port Vell (Defendamos Port Vell), un lema del estilo impuesto por el procés, muy atractivo, emocionante, pero falso. Nunca nadie explicó de qué había que defender el Port Vell. Salvo contadas excepciones, la ciudad permanecía callada.

Y nada dijo tampoco cuando la señora Colau se encaprichó con gestionar el Puerto Olímpico. Ya mandaba como concesionaria, pero se empecinó en echar de la gerencia a la empresa privada que lo había gestionado con éxito desde su creación en 1992. Ahora manda ella y con el dinero público hace lo que le da la gana. Y todos callados.

Siendo muy generosos la actual copa América es una simple competición entre multimillonarios, a ver quién tiene más dinero para pagar el mejor barco y contratar los tripulantes más caros

Aunque parezca mentira, hay quien aduce que la Copa América no es un evento elitista porque se trata de una carrera deportiva. ¿Deporte? Siendo muy generosos la actual copa América es una simple competición entre multimillonarios, a ver quién tiene más dinero para pagar el mejor barco y contratar los tripulantes más caros. De deporte, muy poco, o tal vez nada.

Ante semejante espíritu crítico a nadie se le ocurre ahora cuestionar el supuesto éxito que para los ciudadanos de Barcelona y de Cataluña representa la organización de la Copa América. A nadie se le ha ocurrido preguntarse cómo es posible que los contendientes de Barcelona para llevarse el pastel fueran Cork y Málaga, y no Los Ángeles, Aukland, Sidney o Valencia. Inexplicable si, como vocean quienes esperan sacar provecho, el evento ha de traer beneficios millonarios para la ciudad y el país organizador.

La America’s Cup nació en 1851 en el marco de los inicios de la agonía de la vela, cuando el vapor empezaba a imponerse de manera definitiva como energía propulsora, y la vela se convirtió en refugio de la nostalgia. Era una competición entre Gran Bretaña y los Estados Unidos de América. Quien ganaba -durante muchos, muchos años, los americanos- organizaba el evento. La tradición duró 161 años, hasta que venció un barco suizo de coste estratosférico, el Alinghi, y decidieron buscar un puerto marítimo, quizás porque creyeron que el lago Leman no daba la talla. Ganó Valencia, para beneficio de algunos y quebranto de muchos. Las millonarias pérdidas que supuso el evento, más de 400 millones, han pesado como una losa en las finanzas municipales y autonómicas, de modo que a Valencia no se le ha ocurrido caer de nuevo en el error. Por eso, por el gasto desmesurado para el bien común, la mayoría de grandes ciudades, las más veleras del planeta, no han considerado meterse en el fregado.

La euforia de Barcelona, bien decorada con historietas sobre el gran esfuerzo que ha realizado la ciudad para llevarse el gato al agua, no quiere ni oír que Valencia tuvo unas pérdidas descomunales y se engañan pensando que a la capital de Cataluña eso no le pasará porque aquí somos más listos, gestionamos mejor y no tenemos corrupción. Los catalanes somos mejores, una superstición que el procés ha venido cebando desde hace años.

Nos costará caro el triunfo. Ganarán unos pocos y perderemos los demás, pero la borrachera nos ha puesto muy contentos, con la ilusión de nuevo en órbita y el fracaso colectivo del secesionismo olvidado durante un tiempo. Cuando despertemos nos quedará el recurso de culpar a Madrid, y a España, y ¡que nos quiten lo bailao! Ya se encargarán los beneficiados de sedarnos con nuevos cuentos sobre el éxito de Barcelona. Éxito inenarrable.

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