Ha causado cierta sorpresa no exenta de desconcierto que yo haya difundido tres videos -que pueden ver en mi cuenta de Twitter- en los que apoyo a título personal sin mención alguna a las siglas por las que se presentan a tres candidatos de formaciones distintas, las tres constitucionalistas, a las elecciones autonómicas de Cataluña que se estarán celebrando cuando esta columna vea la luz. Si tuviera que resumir en una frase el motivo de esta en principio insólita excentricidad diría que hace tiempo que he dejado de creer en los partidos para concentrar los restos de fe que me quedan en la política española en las personas concretas. Personas a las que conozco bien, que me inspiran confianza, de las que tengo una alta opinión y sobre cuyas cualidades humanas, intelectuales y morales no abrigo dudas. Por eso he difundido tres mensajes audiovisuales de elogio individualizado a Alejandro Fernández, a Anna Grau y a Ignacio Garriga.
Soy de los convencidos de que nuestro orden constitucional y nuestra arquitectura institucional necesitan serias y profundas reformas. La gradual e imparable degradación de los mecanismos de funcionamiento del Estado, comprendiendo especialmente una estructura territorial disfuncional, caótica y carísima, la fragmentación ineficiente, en consecuencia, de la unidad de mercado; una concepción de la educación contraria al mérito, al esfuerzo y al estudio para enfangarse en una esterilizante inclusividad, un despedazamiento de la unidad de los saberes y un adoctrinamiento político sectario en las aulas con total ausencia del indispensable control de calidad homogéneo a nivel nacional; la grave amenaza a la independencia judicial acompañada del escándalo del sometimiento de la Fiscalía General y de la Abogacía del Estado a las consignas partidistas del Gobierno de turno; la colonización de las empresas públicas, de los órganos reguladores y de los medios de comunicación, tanto públicos como en alarmante medida privados, por el poder ejecutivo; la proliferación de etapas de alarma arbitrarias e inconstitucionales para silenciar al parlamento con el pretexto de la pandemia; el crecimiento suicida de los impuestos y del gasto público en plena recesión; el aumento desmesurado de una deuda que empieza a ser insostenible y que nos aboca la ruina a medio plazo; los ataques aviesos a la Corona, clave de bóveda de nuestra existencia como Nación, encarnada hoy por un monarca ejemplar; la imposición dogmática mediante leyes disparatadas de las ideologías más destructivas y aberrantes en el ámbito de la tan deseable igualdad hombre-mujer que tienen como objeto la laminación de la institución familiar; el impulso de normativas y medidas que se proponen sin mayor disimulo el arrasamiento de la economía de libre empresa para convertir nuestra sociedad, antes dinámica, creativa y floreciente en ideas y talento, en un masa aborregada de zombis dependientes del presupuesto y carentes de criterio y de capacidad de análisis de la realidad ahogados por la propaganda y así, tantas y tantas agresiones a nuestra democracia reducida a una partitocracia en manos de incompetentes notorios, revisionistas vengativos y corruptos tanto en lo tangible como en lo intangible.
Mi modesta rebelión contra este dogal que impide una auténtica democracia electiva, han sido estas muestras explícitas de afecto, de respeto y de estímulo a tres candidatos encuadrados en listas diferentes
A esta melancólica lista de deficiencias, hay que añadir, obviamente, un sistema electoral que desvincula al representante del representado, que transforma las cámaras parlamentarias y las corporaciones locales en asambleas de empleados del jefe del partido y que priva de cualquier libertad de acción y de iniciativa vivificadora a los elegidos por los ciudadanos. De hecho, cuando surge una rara excepción que destaca por su autonomía de pensamiento, su potencia argumental o su lucidez de visión, es rápidamente eliminado por la guadaña implacable de los aparatchik enroscados en la cúpula de la organización. Pues bien, mi modesta rebelión contra este dogal que impide una auténtica democracia electiva, han sido estas muestras explícitas de afecto, de respeto y de estímulo a tres candidatos encuadrados en listas diferentes, pero unidos, por lo que yo les he tratado durante mucho tiempo y valorado positivamente, por una serie de virtudes y características que les adornan y que les harán destacar, una vez ocupen sus escaños en el vetusto edificio del Parque de la Ciudadela, sobre el conglomerado amorfo de sectarismo, fanatismo, mediocridad e irresponsabilidad que señorea esa casa desde hace una década. Tanto Alejandro, como Anna, como Ignacio, son personas de sólida formación, capaces de tener éxito en el ámbito profesional fuera de la política, dotados del discernimiento que proporciona la experiencia en las cosas reales, brillantes en la exposición de sus planteamientos, elegantes en el fondo y en la forma, amantes de la libertad, combatientes de dilatado recorrido contra el totalitarismo y la irracionalidad y dotados, signo inequívoco de los espíritus superiores, de un insobornable sentido del humor.
Me paso así del método proporcional al mayoritario en total desafío a las convenciones vigentes y les pido que voten a cualquiera de ellos tres haciendo abstracción del logo de su papeleta, al que más les guste o les atraiga, con la seguridad de que sea cual sea su opción habrán elevado el ínfimo nivel del Parlamento de Cataluña y contribuido a encender tres luces de esperanza e inteligencia en un recinto de oscuridad, estulticia, fracaso y frustración.