Opinión

Ana Botín y sus esfuerzos por ser simpática

Un banquero nunca puede empeñarse en adoptar el papel de hombre llano, con conciencia social y habilidad por pelar patatas, batir huevos y dar un 'sartenazo' a la tortilla

  • Ana Botín, presidenta del Banco Santander.

Desconozco si la idea es suya o de alguno de sus asesores, pero se ha empeñado Ana Botín en acercarse al populacho y eso ha generado algunos episodios que -digámoslo así- podrían generar opiniones encontradas. El más reciente se produjo hace unos días, cuando la empresaria acudió a un negocio de la cocinera Pepa Muñoz para estrechar su relación con la España de los hombres de a pie. La de la gente corriente. La que madruga, pasa calor en el metro y consulta el saldo de la cuenta corriente con las manos en los ojos y la respiración contenida.

Hay papeles que a un millonario le pegan como a un Cristo dos pistolas y uno es el de ‘persona normal’. Botín, desde luego, no lo es. Es lógico pensar que quien hereda un banco ha tenido cuna de oro, educación elitista y mucho dinero. Es decir, ha vivido tan alejado de la calle que desentona entre quienes queman suela a diario en el asfalto. Quizá quienes rodean a Botín consideran positivo diferenciarla del resto de los banqueros con su acercamiento a las ‘causas justas de moda’ y a las páginas de sociedad de los medios de comunicación. Pero hay algo que chirría en esas acciones, que no pega.

Porque el cocinero de un restaurante no pronuncia frases trascendentales mientras pela patatas, como hizo ella, sino que suda para terminar el trabajo a tiempo. Botín cogió el cuchillo en su visita a esta tienda gastronómica y, con vestido de diseño, batió huevos, habló de su habilidad para preparar tortillas y de su vocación por poner en valor las actividades de los súbditos del reino. “Ésta es la parte mejor de mi trabajo. Es la que más me gusta: ver clientes, ver personas, ver negocios… Ésta es la economía española hoy por hoy. Entonces, yo creo que tenemos que hacer que se vea”, expresó.

Es evidente que esta acción publicitaria buscaba un acercamiento a las pymes. Lo que no está tan claro es la efectividad que tendrá en un momento en el que estas empresas no están para verbenas ni juegos florales, pues se encuentran con el agua al cuello tras dos meses cerradas o funcionando al ralentí como consecuencia del estado de alarma. "Hemos sido responsables en quedarnos en casa. También hemos de serlo en salir (…); "la semana próxima ya abrís, vengo (risas)".

Te buscaré en Groenlandia

Hace poco más de medio año que Mediaset dedicó el prime time de sus dos principales cadenas al programa de Jesús Calleja que protagonizó Botín, pero podría decirse que sus imágenes siguen frescas en la memoria. ¿Cómo olvidarlas? La pizpireta banquera tocó allí el piano, paseó por un glaciar de Groenlandia, alertó contra el cambio climático y expresó su perplejidad con quienes cuestionan que, como banquera, pueda ser feminista.

Hace unos días, cuando comenzaron los disturbios de Estados Unidos, tras el asesinato de George Floyd, aprovechó para congraciarse con quienes protestan contra el racismo y citó una frase del escritor Ta-Nehisi Coates. “Debemos ser ciudadanos conscientes de este mundo terrible y hermoso”.

Podría decirse que todos estos intentos son una forma polite de acercarse a sus clientes a través del manido estereotipo del millonario filántropo. El problema es que Santander ha realizado algún que otro movimiento en los últimos años que no parece tan inocente y desinteresado. Como el de colocar a Javier Monzón como presidente no ejecutivo de Prisa, para dolor de cabeza del principal accionista, el fondo de inversión Amber Capital.

El banco forma parte de la lista de acreedores que aceptó capitalizar deuda y alejó a la dueña de El País y la Cadena SER de la quiebra. Pero, claro, digamos que, a partir de ahí, se extralimitó un poco en sus movimientos.

Este último es el mejor ejemplo del porqué la estrategia de acercarse al pueblo de Botín desentona. Y es que es difícil que el ‘poder financiero’ caiga simpático, pues, cuando no le conviene, no presta; cuando no cobra, exige; y, cuando exige y no cobra, a veces opta por tomar el control de las operaciones. No hay mucha humanidad en esos gestos porque en los negocios no es el factor que debe imperar. Pero, por esta razón, un banquero nunca puede empeñarse en adoptar el papel de hombre llano, con conciencia social y habilidad por pelar patatas, batir huevos y dar un 'sartenazo' a la tortilla.

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