Análisis

París, unidad contra el fanatismo

Los atentados de París han provocado el efecto contrario al que buscaban. Brotan las manifestaciones espontáneas de unidad contra el terror, brotan las alianzas entre gentes de toda condición y confesión y miles de niños acuden con sus padres y sus rotuladores a escribir lo que ya es una declaración de libertad de expresión: "Je suis Charlie". 

  • La sede de Charlie Hebdo se convierte en lugar de peregrinaje cívico en París

Caminar por París hoy es imposible salvo que sea para sumarse a la marcha republicana contra el terrorismo. Caminar por París ayer fue tener la certeza de topar con un homenaje popular espontáneo con velas y bolis a las 17 víctimas del terrorismo, fue tener la certidumbre de guardar un minuto de silencio en algún punto del trayecto en el que todo se detenía, incluso a bordo de un AVE a 300 kilómetros por hora, y de encontrar expresiones de rechazo espontáneo al terrorismo de gentes de toda condición y de toda confesión.

París es una ciudad dolida, pero no se ha refugiado en la rabia, sino en la unidad contra el terror

París es una ciudad dolida. Pero no se ha refugiado en la rabia sino en una unidad cerrada contra el terror que recuerda mucho a los tiempos que España vivió tras el secuestro de Miguel Ángel Blanco. El símbolo de esa unidad es un cartel de letras blancas sobre fondo negro en el que se puede leer “Je suis Charlie”, “Yo soy Charlie” en alusión al semanario Charlie Hebdo en que los hermanos Cherif y Saïd Kouachi mataron a 12 personas. Al contrario que tras el 11-S en Estados Unidos, no es la bandera nacional sino esa pequeña declaración de valores la que inunda las calles: En los puentes de la capital francesa hay bolígrafos abandonados como homenaje. En los restaurantes, los menús se sirven entre dos hojas con ese rótulo “Je suis Charlie”, un cartel que ha tomado los escaparates de cada comercio parisino.

Los atentados han provocado que la población parisina abrace todavía más una libertad de expresión que quizá obviaba. Un cartel en el suelo de la sede de Charlie Hebdo lo refleja. Escrito a mano, un ciudadano se disculpa: “Perdón por no haber comprado nunca Charlie Hebdó. Desde el día siguiente al atentado me he hecho suscriptor. En cualquier caso, perdón y gracias”. Si el objetivo del ataque era cuestionar los valores, al menos en las calles de París, parece haber conseguido justo lo contrario y parece haber afilado el respeto cívico. Si el objetivo era matar una publicación que tiraba decenas de miles de ejemplares, ha conseguido que la prensa como Libération le de cobijo para que tire un millón de copias el próximo miércoles.

Sólo en París, 30 convocatorias espontáneas tomaron las calles antes de la gran marcha republicana de hoy

La libertad de expresión se está canalizando también en libertad de manifestación… espontánea y sin comunicación al gobierno. En las calles de la capital francesa no se ha registrado ni un solo ataque a una mezquita, ni un solo incidente pero sí una avalancha de convocatorias populares por la unidad. Sólo en París, 30 convocatorias espontáneas tomaron las calles antes de la gran marcha republicana de hoy. En el resto del país, hasta 700.000 personas caminaron en silencio por decenas de miles: 80.000 en Tolousse, 30.000 en Niza, otros 30.000 en Nantes, 23.000 en Pau o 20.000 más en Cannes portando el cartel que reza “Je suis Charlie”.

Ésa es la fotografía del presente de los atentados. Pero en París se está viviendo, además, una escena de esperanza en el futuro para quienes creen que la guerra contra el fanatismo no se libra sólo en el terreno militar o policial sino sobre todo en el social, en el de la integración y la educación en el respeto al otro. Ayer cientos de niños eran acompañados por sus madres a los nuevos santuarios como la puerta de la sede de Charlie Hebdo para dejar sus bolígrafos, sus rotuladores y sus lápices del colegio. Ayer se podía ver a padres explicando a sus hijos que alguien había muerto por dibujar como ellos hacen en el colegio y por pensar diferente. Ayer, entre los 2.300 policías desplegados y los 1.350 militares en las calles, una generación de niños aprendía que las libertades, en realidad, se defienden ejerciéndolas.

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