Cuando acabó el Real Madrid-Borussia Dortmund, vista la aplastante superioridad madridista ante unos alemanes que sí, que sacaban ocasiones de peligro de cualquier balón dividido, pero que eran incapaces de hilar combinación alguna por el suelo, daba al Madrid por clasificado. No me pareció que un solo jugador, Lewandowsky, pudiera nivelar tan brutal diferencia.
Cuando acabó el partido Real Sociedad-Real Marid pocos días después, y mirando a la vuelta europea, di al Madrid por más clasificado todavía. Cierto que la Real, que intentó copiar punto por punto su partido brillante contra el Barcelona algunas fechas atrás, se deshizo anímica y tácticamente en esta segunda parte, facilitando el paseo blanco por Donosti, pero algo habría hecho el Real Madrid para provocar tal desmayo.
Cuando vi los primeros minutos del Borussia-Real Madrid, tentado estuve de cambiar al Chelsea-PSG. Los blancos, con su ya afirmado 4-1-4-1, ponían en jaque a un Dortmund casi suicida, en el que su 4-2-3-1 se volvía un casi suicida 2-4-4 en ataque y dejaba autopistas para las contras madridistas, en las que Benzema ponía la pausa y las variaciones y Di María y Bale encontraban lo que les alimenta, a falta de habilidad, precisión en el pase corto y dominio del juego estático: espacios en la espalda alemana, espacios donde sí se mueven como pez en el agua.
Pero el penalti fallado con toda lógica (con toda lógica, sí, porque tirar a media altura es dar medio trabajo hecho al portero, y si encima te resbalas ya se lo das entero) abrió un nuevo partido, y bien poco que se llevaba del iniciado un cuarto de hora antes. Suele suceder que un penalti desperdiciado dé alas al rival, y ayer no fue la excepción.
Los alemanes se volcaron todavía más, y más huecos dejaban, pero ya los exteriores madridistas empezaron a pelearse con la pelota, más que a dominarla. Illarramendi no se acomodaba bien al puesto de interior, y poco o nada ayudaba a un Xabi Alonso que va muy exigido en el eje a estas alturas de la temporada.
Pepe y Sergio Ramos perdían los nervios al verse enfrentados en un “dos contra dos” en la frontal del área propia y tener entre los dos rivales a su bestia negra, el citado Lewandowski. Iban al suelo al menor amago, daban cesiones absurdas y por momentos parecía que no sabían pasar… ni siquiera despejar contundentemente para enfriar el ritmo local. Casillas perdía el tino más de una vez y se movía antes de tiempo, jugando a adivinar más que a anticipar. Y de ello sacó petróleo Reus.
El Borussia se llevaba todos los balones divididos, como ya había pasado por momentos en la ida del Bernabéu, y al llegar al descanso ya pensaba yo que todo había cambiado hasta tal punto de que dí la eliminatoria por perdida para los españoles.
Afortunadamente, los ánimos se templaron en la segunda mitad, los dos centrales controlaron su locura, Isco aportó luz a los blancos y algo más de temor a los locales y Casemiro llegó a tiempo de ayudar a Xabi. Y Casillas, ahora sí, puso el candado. Justito a tiempo.
Una vez más, el Real Madrid ha demostrado que esta temporada no es que caiga exactamente en el tópico “torazo en corral propio, torito en corral ajeno”, porque sus desplomes no se corresponden biunívocamente con el ser visitante, pero sí que es un grupo con alarmante falta de prestaciones tan pronto el partido se pone 'macho' o meramente complicado. Por eso se ha dejado prácticamente todos los puntos disputados frente al Atlético, el Barcelona y los equipos nacionales que no le han puesto alfombra.
No ha de sorprendernos si valoramos que es un equipo sometido a una guerra civil (y alimentada desde los aficionados y periodistas afines) en un puesto tan esencial como es la portería. Con su faro, Xabi Alonso, exprimido como un limón. Con un supuesto líder, Cristiano Ronaldo, que luce un lenguaje corporal que grita a los cuatro vientos “sin mí no sois nada” (lo que piense es cosa suya, pero lo que transmite está claro). Con un fichaje de relumbrón que está solamente para centrar largo y para tirar –magistral en ambas facetas- pero que ni regatea, ni combina, ni se ofrece ni ayuda defensivamente. Y con un entrenador de los de buen rollo, de los que no estorban –según diría Zidane-, pero que parece quedarse algo corto de espíritu y liderazgo para estas ocasiones.
Al equipo le va a venir providencialmente el hecho de que en la Liga no le esperan grandes huesos y que la mayoría de los partidos serán en su campo. Puede que le salve la campana, dado que Barcelona y Atlético se enfrentan la última semana. A eso han de fiarse, me temo. Los catalanes –que curiosamente comparten algunos síntomas este año (¡qué listo eres, Guardiola!)- y los colchoneros –con diferencia los mejores en lo colectivo y los mejor dirigidos desde la banda- nos van a ofrecer en pocos minutos un anticipo de lo que es, ya, la gran esperanza blanca, el único clavo ardiendo que –visto lo visto- les queda.
Apuesten. Yo sigo sin atreverme.