Estamos en el año 2015 después de Jesucristo. Toda la eurozona está ocupada por defensores de la austeridad… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles griegos resiste todavía y siempre al invasor. Y la vida no resulta fácil para las guarniciones de legiones germánicas que se encuentran en Berlín, Bruselas, Fráncfort y Washington. Durante los últimos cinco meses, la increíble resistencia de estos helenos se achaca a la fuerza que adquieren cada vez que un tal Tsipras arenga a sus huestes tomando la bandera de los derechos y la democracia contra estos locos teutones, autores de la Pax Germanica bajo la égida de la canciller frau Merkel...
Desde luego, atendiendo a ciertas versiones cualquiera diría que así pintan las cosas a orillas del Mar Egeo. Sin embargo, el complejo de Astérix casa poco con la realidad. Tristemente para los griegos, la pócima de los derechos es fungible. Se agota en tanto que no pueden pagarse. La carrera del primer ministro heleno, Alexis Tsipras, se acerca al punto final en el que tendrá que firmar su claudicación. Pese a haber prometido el fin de la austeridad, este domingo muy probablemente tenga que suscribir un Memorando con unas medidas muchísimo más duras que las que tendría que haber acordado hace tan sólo cinco meses. Hace apenas unos días estuvo muy cerca de pactar una propuesta que entrañaba un ajuste por valor de unos 8.000 millones de euros. Ahora la cifra podría ser incluso mayor. Según fuentes helenas, se habla de hasta 13.000 millones de euros. De los otros 18 países que se sientan en el Consejo de jefes de Estado y de Gobierno de la zona euro, diez se muestran a favor de no aguantar más impertinencias y propinar una patada a los griegos a la más mínima. Son Letonia, Lituania, Estonia, Eslovaquia, Eslovenia, Holanda, Finlandia, Austria, Bélgica y, por supuesto, Alemania. Por si no han hecho los números, si estos países se ponen a votar alcanzan la mayoría. Sólo Francia, Italia y Chipre defienden que Atenas siga en el euro incondicionalmente. Dura lex sed lex. Todo apunta que el paso de las Termópilas tiene que caer sí o sí.
Pese a haber prometido el fin de la austeridad, Tsipras muy probablemente tenga que suscribir un Memorando con unas medidas muchísimo más duras que las que tendría que haber acordado hace sólo cinco meses
Merkel pondrá sobre la mesa un ‘o lo coges o te vas’. Y Tsipras tendrá que escoger entre el mandato de permanecer en el euro y el mandato de acabar con la austeridad. ¿Qué decidirá el primer ministro? ¿Acaso se atreverá a pulsar el botón nuclear de la salida del euro provocando una quiebra de la banca y la necesidad de emitir una nueva moneda que se devaluaría rápidamente ocasionando una hiperinflación y un ajuste muy superior al que pretendía evitar?
Pues a juzgar por la carta que este miércoles remitió al fondo de rescate europeo, va a ser que no lo aprieta. Pese a su retórica, la misiva supone significativas concesiones. En primer lugar se compromete a aplicar la próxima semana la reforma de las pensiones y la reforma fiscal, esto es la subida del IVA. De modo que atraviesa dos líneas rojas sin asegurarse siquiera la reestructuración de la deuda a la que tanta importancia se otorgaba. A ese respecto, rebaja el tono bélico y tan sólo menciona que da "la bienvenida a la oportunidad para explorar medidas potenciales que sean tomadas para que la deuda del sector oficial sea sostenible y viable a largo plazo". Es decir, tal y como querían los acreedores primero se hará el ajuste y luego se hablará si acaso del alivio al exceso de endeudamiento.
El romanticismo de Syriza ha costado mucho a un pueblo griego cuya economía ha descendido de nuevo hacia el averno tras cinco meses de incertidumbre y desencuentros con los acreedores. Con gran irresponsabilidad, han cortocircuitado un PIB que avanzaba a tasas anualizadas cercanas al 3 por ciento. Casi como en el mito de Sísifo, justo cuando estaban a punto de coronar la cima, el Gobierno de Tsipras se ha negado a protagonizar el último esfuerzo, ha izado los brazos en señal de rebeldía y ha dejado que la bola se escurra hasta el pie de la montaña. Al final, como se ha podido comprobar, la asfixia financiera ha lastrado mucho más a la economía que cualquier recorte que reclamase Bruselas...
¿Y todo esto para nada?, se dirán. Pues bien, quizás no sea así. A pesar de haber llevado al país de vuelta al atolladero, Tsipras podría sacar rédito personal de la jugada y acabar como un héroe nacional en lugar de un cadáver político. Desde el mismo instante en que el líder de Syriza tomó el testigo de Samaras, un descomunal interrogante pesaba sobre los nuevos miembros del Ejecutivo heleno. Fueran o no votantes de Syriza, en el fondo todos los ciudadanos griegos se preguntaban lo mismo: estos tipos sin experiencia en tareas de gobierno… ¿serán capaces de cambiar el horizonte económico de Grecia? ¿Podrán plantar cara a las todopoderosas instituciones europeas, o nos veremos obligados enseguida a volver la vista con nostalgia hacia la vieja casta de los Karamanlis, Papandreu y demás? Para el nuevo Gabinete se antojaba una cuestión primordial despejar cuanto antes esa duda.
De modo que primero había que retratarse como un fenómeno completamente distinto a ese Samaras que parecía derretirse cada vez que Merkel desfilaba a su lado. De ahí las declaraciones tan irreverentes de Varoufakis en su primera intervención, cuando sin cortarse un pelo dejó entre ojiplático e irritado al presidente del Eurogrupo al anunciarle que pretendían hacer el mayor 'simpa' de todos los tiempos, sólo comparable por cierto al que ya hicieron los propios griegos en 2012. Ellos no iban ni a firmar un Memorando ni a soportar un minuto más a la Troika. ¡Toma ya! El mensaje de que la actitud genuflexa había terminado causó furor en Atenas y logró marcar distancias con el timorato Samaras. La valoración de Tsipras en las encuestas se disparó por las nubes. Incluso quien no le votaba, sentía que al menos se defendía la humillada dignidad de la madre patria.
A pesar de haber llevado al país de vuelta al atolladero, Tsipras podría sacar rédito personal de la jugada y acabar como un héroe nacional en lugar de un cadáver político
Y así no es de extrañar que acabase montando un referéndum que siguiese alimentando el orgullo nacional. A punto de expirar el programa de rescate, Tsipras regresó a Atenas con un acuerdo muy malo bajo el brazo. Ni le concedía la reestructuración de deuda, ni le permitía evitar el ajuste en pensiones. Una humillación de tamañas proporciones que levantó en armas a un nutrido grupo de diputados de Syriza. Falto de apoyos entre los suyos, el primer ministro griego se veía por momentos teniendo que recurrir a los votos de otros partidos. Entre ellos los de Nueva Democracia, el partido que tanto vilipendió para tomar el poder y del que precisamente se quería desmarcar. Adiós a toda su estrategia. De repente, tendría que retratarse junto a un Samaras que además le exigiría la dimisión a cambio de su respaldo. Sin otra salida, el primer ministro griego optó por la escapada hacia adelante y convocó a la desesperada el plebiscito abriendo la puerta al desastre. Lógicamente, preguntados sobre si aceptaban otra ronda de austeridad, los griegos dijeron que no. "Que le den a Merkel, nos han limitado lo que podemos sacar del cajero a 60 euros al día pero ni siquiera tenemos 60 euros que sacar", se comentaba sardónicamente en Grecia. A lomos de una gigantesca ola de orgullo nacional, ignoraron el corralito y las amenazas de los acreedores prefiriendo aferrarse a los cantos de sirena de Tsipras, quien no dudó en afirmar cosas como que no les podían echar legalmente del euro, que el coste era demasiado alto, que los bancos abrirían el lunes y, sobre todo, que un 'Oxi' en el plebiscito les brindaría una mano mucho más fuerte a la hora de negociar con Bruselas. Lamentablemente para los griegos, ha llegado el momento de comprobar una por una la veracidad de semejantes asertos.
Aun así, la rotunda victoria en el referéndum ha propulsado todavía más la popularidad de Tsipras. Hasta el punto de que Samaras se vio forzado a dimitir y que los otros tres partidos proeuropeos incluida Nueva Democracia han tenido que izar la bandera blanca y consensuar con Tsipras un mandato para que negocie en Bruselas, un hecho sin precedentes en Grecia que acarrearía un compromiso de todos estos partidos para respaldar lo que sea que se apruebe en el Consejo Europeo. Cuando parecía que todo estaba perdido, el líder de Syriza sorprende a propios y extraños, destruye a su principal adversario y se hace con sus votos para poder aprobar en el Parlamento cualquier rescate finalmente impuesto por los acreedores. Aunque su temeraria jugada esté aún plagada de riesgos, el bisoño político en la escena europea se ha revelado como un operador político nacional muy astuto. Cada desplante que le ha generado un enemigo en Bruselas le ha brindadno miles de votantes en casa. El complejo de Astérix toca a su fin. El paso de las Termópilas se ha perdido. La actividad ha vuelto a hundirse. Y Tsipras podría terminar hincando la rodilla en Bruselas ante frau Merkel. Pero todo apunta a que, con el destino del pueblo griego en juego, el mandatario heleno ha apostado muy fuerte a que él seguirá en el poder sea lo que sea que se aplique. Por más que haya cedido, esos cinco meses de pugna con Merkel le han servido para erigirse en una suerte de héroe nacional...