El terremoto político que el 19 de junio revolucionó Andalucía ofrece tres curiosas comparaciones. Una geográfica, otra temporal, y una tercera que es, a la vez, geográfica y temporal. La tercera mete a Galicia de por medio. La temporal, a Felipe González. Para la solo geográfica podemos tararear el “pongamos que hablo de Madrid”.
Vamos con la doble: geográfica y temporal. Que en Andalucía haya ganado, y por mayoría absoluta, el PP es tan impactante como que pudiera haber logrado una mayoría absoluta equivalente el PSOE en Galicia tras el mandato de Emilio Pérez Touriño. Entre 2005 y 2009, Touriño fue presidente de la Xunta porque, en las últimas elecciones gallegas a las que se presentó Manuel Fraga, el PP no logró la mayoría absoluta, y el socialista pudo gobernar gracias a una coalición con nacionalistas e izquierdas.
Andalucía y Galicia han sido, desde la Transición, el territorio hegemónico de uno de los dos grandes partidos españoles. Mientras Andalucía votaba socialista, y casi siempre por mayoría absoluta, Galicia prefería el voto popular, también con insistentes mayorías apabullantes.
Los gallegos vieron y valoraron cómo era un gobierno en coalición liderado por el socialista Pérez Touriño entre 2005 y 2009, de la misma manera que los andaluces han podido experimentar y calificar cómo ha sido un gobierno en coalición liderado por el popular Moreno Bonilla entre 2018 y 2022. Incluso pudo tener más tirón gubernamental Touriño entonces que Moreno ahora porque en 2009 el Gobierno de la nación estaba en manos socialistas: acababa de refrendar su segundo mandato José Luis Rodríguez Zapatero en detrimento de Mariano Rajoy.
¿Cuál no habría sido el empuje que, para el PSOE de Zapatero, podría haber tenido una victoria socialista, y por mayoría absoluta, en Galicia en 2009? Por ejemplo, ¿sabríamos hoy quien es Alberto Núñez Feijóo? Fue Feijóo, precisamente, el candidato popular que hizo imposible ese contrafactual geográfico. Como es bien sabido, ganó entonces su primera mayoría absoluta en Galicia. Y, quizá por eso, a quien el tiempo ha borrado de la memoria es al señor Touriño.
Ahora la suma de los 58 escaños del PP con los 14 de Vox da 72, el 66% de la Cámara: dos tercios de los diputados andaluces son de centro-derecha o rotundamente de derechas
La comparación temporal es incluso más interesante. Hay que echar atrás el reloj del tiempo, en Andalucía, nada menos que 40 años, hasta el mítico 1982. Antes de las célebres elecciones generales de octubre que concedieron a Felipe González una mayoría absoluta de 202 diputados con el 48% de los votos, hubo otras elecciones clave: las que lo marcaron todo. Ocurrió en mayo en Andalucía.
Era la primera cita autonómica andaluza con las urnas y el PSOE logró una mayoría aplastante. José Rodríguez de la Borbolla obtuvo 66 escaños con el 52,7% de los votos. Más incluso que Juanma Moreno este 19-J. Pero lo que fraguó la leyenda de que Andalucía era de izquierdas -y tenía obligatoriamente que seguir siéndolo para siempre- fue que la suma del PSOE y el PCE aglutinó dos tercios del Parlamento Andaluz, el 68%: 74 de los 109 escaños eran o socialistas o comunistas. Ahora la suma de los 58 escaños del PP con los 14 de Vox da 72, el 66% de la Cámara: dos tercios de los diputados andaluces son de centro-derecha o rotundamente de derechas.
¿Significa esto que a Andalucía le esperan tres décadas y media de gobiernos del PP, como antes acumuló 36 años de imbatible socialismo? ¿O acaso significa que, si este octubre hubiera elecciones, Feijóo tendría al alcance de la mano una holgada mayoría absoluta?
Lo hizo Felipe González en España en 1982. Lo ha hecho Juanma Moreno en Andalucía el 19-J de este 2022. Y hace solo un año de una similar hazaña de Isabel Díaz Ayuso en su 4-M de Madrid
No necesariamente, aunque quién sabe. En realidad puede no significar ninguna de las dos cosas porque una de las enseñanzas de la impresionante victoria de Juanma Moreno el 19-J es que los votos hoy no son propiedad de nadie. Quizá hubo un tiempo de sólidas fidelidades partidarias, pero hoy los ciudadanos prestan su voto a aquel líder político -y a aquel partido- que mejor sabe interpretar y responder a eso que los finos llaman Zeitgeist.
Por entendernos, los ciudadanos prestan (sólo prestan) su voto a aquel líder (y partido) que mejor comprende el espíritu del momento, y que además acierta a dar las mejores respuestas a las demandas y anhelos de la gente en ese determinado instante. Luego, quizá no. Ése fue el caso de la UCD de Adolfo Suárez al pasar de 1977 a 1982. Pero en ese momento mágico de comprensión recíproca los ganadores hacen pleno al quince. Lo hizo Felipe González en España en 1982. Lo ha hecho Juanma Moreno en Andalucía el 19-J de este 2022. Y hace solo un año de una similar hazaña de Isabel Díaz Ayuso en su 4-M de Madrid.
Porque la tercera comparativa es geográfica. Andalucía es la región más extensa y más poblada de España. Allí viven 8,5 millones de personas repartidas en los 87.600 kilómetros cuadrados que suman sus ocho provincias. Madrid es una de las regiones más pequeñas y con más densidad de población. Sus 6,7 millones de habitantes se arraciman en los 8.000 kilómetros cuadrados (sin playa) de una única provincia.
Los 58 escaños de la mayoría absoluta de Juanma Moreno descansan en 1.582.412 votos, el 43,13% de las papeletas emitidas el pasado domingo. Los 65 escaños de Isabel Ayuso el 4-M madrileño -cuatro menos de la mayoría absoluta- surgieron de 1.620.213 votos, el 44,73% de los sufragios emitidos. El caudal de votos y el porcentaje recibido por ambos son equiparables; no lo es tener o no tener mayoría absoluta, pero ahí juega el desglose por provincias y el método D’Hont de reparto en cada una de ellas.
Lo más comparable es el respaldo ciudadano hacia ambos, que inundó a Moreno Bonilla en la noche del martes al atravesar la puerta grande de la Maestranza para acudir a un concierto, como ha empapado a Díaz Ayuso en Las Ventas en corridas de toros y conciertos desde su 4-M. Ambos captaron, entendieron y dieron la mejor respuesta al muy distinto Zeitgeist de Madrid y de Andalucía. Los dos personifican a una derecha humilde. En origen, sí, pero, lo que es realmente importante, en su forma de entenderse con la gente. A los dos les comprarías el célebre coche usado (o un boli usado, que es más barato) y te apetecería tomarte con ellos unas cañas para hablar de la vida. Humildad, fiabilidad, cercanía… autenticidad, por ir resumiendo. Posiblemente por esto los dos son muy queridos más allá de sus siglas.
Muy queridos y también muy odiados. Isabel tiene más de un ‘máster habilitante’ sobre cómo resistir odios africanos. Juanma parece difícilmente odiable y aún no lo ha experimentado. Pero el odio a Juanma está al caer: ha dejado en nada a la izquierda en Andalucía y eso se lo tienen que hacer pagar. Con cómo se lo hagan pagar veremos una cuarta comparación, ni geográfica ni temporal. Solo ad hominem.