Nueve millones de pensionistas. Nueve millones de votos. Nueve millones de papeletas. Se trata del segmento de la población más anhelado, buscado, perseguido y camelado por todos los partidos en estos lluviosos días de invierno. Los políticos se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena.
En las calles se escucha ahora la queja tronante de una marea creciente de gargantas enfurecidas. La tercera edad se ha encabritado y pide lo suyo. Le enviaron una carta con el aumento del 0,25. Una afrenta. Un insulto. “Me escribe el Gobierno para decirme que me han subido 1,05 euros al mes de pensión. Que se lo metan por ahí”. Las teles han descubierto el filón. Nada más telegénico que el grito embravecido de los desvalidos.
Hasta ahora no existían. Los pensionistas andaban tranquilos por ahí, con sus nietos, su dominó en los ‘centros de día’, sus paseítos cuando el sol y su fútbol en el bar. Se les suponía felices. Hasta que llegó la carta maldita. Y se lanzaron al Congreso, primero. Y a las plazas de toda España, después. Bilbao, no se sabe porqué, se ha convertido en el epicentro del cabreo. Todos los lunes, al sol, o a lluvia. Miles de ellos coreando insultos contra Mariano, Fátima y los demás. “Lo peor que le podía pasar al PP”, dicen en Génova, estremecidos. “Mileuristas, parados, universitarios…no pasa nada. Pero cuando te gritan éstos, hay que echarse a temblar”.
El mosqueo sube de tono. En Moncloa le echan la culpa a los sindicatos y a Podemos. Toda una estrategia del error"
El ‘caladero’ escupe bilis y se retuerce de ira. El vivero de votos está encorajinado. Sólo reciben inconexos balbuceos de Montoro, que se explica mal. Y alguna excusa displicente de Rajoy. El mosqueo sube de tono. En Moncloa le echan la culpa a los sindicatos y a Podemos. Toda una estrategia del error. La oposición en bloque se frota las manos. Reclama un pleno monográfico para hurgar en el talón de Aquiles. Ciudadanos se relame. El báculo del PP se resquebraja.
El 30 por ciento de los jubilados vota al PP. El 19,5, al PSOE, según las últimas estadísticas. Sólo un 8,5 se inclina por Rivera y un 1,6 por Podemos. La abstención es del 36,2. Los números cantan. Gran parte del ‘suelo estable’ del partido en el Gobierno reposa en estas cifras.
‘Aún está verde’
De ahí la alarma de unos y la satisfacción de otros. Los 2,7 millones de pensionistas que votan a Rajoy representan el 43,2 por ciento de su electorado total, según el estudio de La Razón. Esa franja de votante supone el 32,5 por ciento para el PSOE. Ciudadanos apenas lo huele.
Tras el pleno al quince en Cataluña, el bombazo del ‘cuponazo’, el bingo de la equiparación de salarios de las policías, el reto de Rivera estriba ahora en aprovechar esta gran oleada de indignación. Rivera ya ha desplazado a Podemos en la franja de los 30 a los 44 años. Trata ahora de meter su cuña renovadora entre los mayores de 50 años. Tiene que derribar la gran muralla generacional. No es desafío fácil. “Para el votante mayor, el líder naranja aún está verde”, dicen los analistas. “Rivera no es político para viejos”, añaden. Hasta ahora. El último CIS detectaba ya un mínimo corrimiento de la inclinación de voto en esa franja rumbo a Ciudadanos. Pequeño pero perceptible.
“Sigo siendo del PP, a pesar de Rajoy y a mi pesar”, confiesan algunos. Es un voto firme, acendrado, casi inmóvil. Al menos hasta ahora. La rebelión de los cayados. Con ‘y’ griega. Murmuraban en silencio, mascaban sus cuitas, se lamentaban en paz. Nunca les faltó la pensión. Buena parte de ellas, muy por encima de los salarios medios. Pero se ha encendido la llama y el Gobierno aún no ha sido capaz de apagarla. Ni lo ha intentado. Rajoy irá al Congreso la semana próxima. Quizás debería cambiar su discurso. En lo de Ana Rosa no convenció. Rivera observa con atención la movida. La mayoría silenciosa rasgó su mutismo en Barcelona y entronó a Arrimadas al frente del Parlament. La revuelta de los cayados puede asestarle el golpe de gracia a la mayoría inconmovible de Mariano en toda España. Era el PP un partido para viejos. Veremos.