Cortar los huesos de un antebrazo cuesta lo que se tarda en rezar un padrenuestro, según el Diciccionario crítico de Bayle. Pegarse un tiro en el pie, si eres dirigente del PP, lleva aún menos tiempo. Casi una avemaría. En apenas 24 horas, lo ha hecho dos veces. La primera, Casado en el Congreso con el decreto de alarma. Un gatillazo, un ostium interruptus. Demasiado civilizado para el caso, complaciente en exceso para la magnitud de la catástrofe. Una abstención que rezumaba canguelo. Al día siguiente, a Isabel Díaz Ayuso le dimite la directora general de Salud Pública, en plenas vísperas de la fase 1. Tras el pleno de la alarma del miércoles, al primer partido de la oposición todo le ha salido mal.
Terremoto en las cumbres de Génova y de la Puerta del Sol. Así se las ponen a Pedro Sánchez. En su peor momento, desbordado por un Everest de muertes, aterrorizado ante la riada salvaje de parados que ya se viene, acollonado por la desastrosa gestión de la 'desescalada' de Illa, Simón y sus doce sabios secretos, llegan raudos los del PP para darle aire, para insuflarle una dosis generosa de árnica.
La bandera de alarma
Hasta que estalló la tormenta, Martínez Almeida y Díaz Ayuso habían reforzado su perfil firme y promisorio durante los días de la pandemia. Esa lágrima negra de la presidenta en el funeral de la Almudena y ese esforzado trajín en la cadena humana de la parroquia de Aluche se han convertido en el símbolo de la solidaridad y el dolor. Madrid fue la primera en moverse, en agitar la bandera de peligro, en dar el paso para cerrar colegios, recintos culturales, bibliotecas, deportivos, bares. Forzó a un Sánchez aturdido a salir del pasmo. El Gobierno español, sólo entonces, reaccionó. Tarde y mal, pero esa es otra historia que requerirá jueces, tribunales y, cómo no, votos y urnas.
Ayuso es la dirigente más hostigada y vilipendiada del bestiario político nacional. Está en el punto de mira permanente de la izquierda y sus 'medios vasallos', como diría la fiscal Madrigal. Cualquier desliz recibe un obús. Cualquier traspiés, una descarga de artillería. Fuego graneado sin tregua. Los plátanos, las pizzas, los plenos, la misa... Encabalgados en el agravio, le critican incluso el hospital de Ifema, un monumento totémico en esta pesadilla.
El penoso papel de Aguado
En un episodio maldito, de una inesperada torpeza, la presidenta ha suministrado al enemigo un cargamento de munición de primera. En plena 'desescalada', la responsable de Salud de la región abandonaba su puesto. Era el estrambote de un pulso interno y maligno en el seno del Gobierno. Ignacio Aguado, vicepresidente del Ejecutivo, anhelaba protagonismo y lo tuvo, en forma de ruido y estruendo mediático sobre el delicado tránsito a la fase 1. El líder de Cs en la región ha actuado con un infantilismo inadmisible, una pasmosa frivolidad inadmisible en estos tiempos en los que es absolutamente imprescindible que asuma su condición de número dos del Ejecutivo de la región más cruelmente vapuleada por el virus y más obsesivamente perseguida por Pedro Sánchez y su equipo de propagandistas asociados.
Ahora se aventan versiones de crisis, de cisma, de arreglos bajo cuerda entre Gabilondo y Aguado para defenestrar a Ayuso. Quizás no sean más que eso, teorías sin poso, chascarrillos sin contenido que el líder de Cs debe, cuanto antes, desmentir o, en caso contrario, irse a su casa. Los madrileños no le votaron para eso. Como era de esperar, Pablo Iglesias, responsable orgánico de la tragedia en los asilos, ha recuperado su vieja costumbre carroñera de utilizar como argumento el lanzamiento de cadáveres sobre la cabeza de la derecha.
Ajeno a este vendaval en la Puerta del Sol, el alcalde Almeida mantiene firme el rumbo desde la sala de mandos del Palacio de Correos, en la plaza de la Cibeles. Ni un minuto de negligencia o de cansancio, ni un instante para el agobio o el desánimo. Organiza con criterio la masiva 'suelta' de los ciudadanos tras dos meses recluidos, pauta los circuitos urbanos del desconfinamiento, regula los paseos, evita las espantables marabuntas. En plena hecatombe, la capital funciona como un reloj, una máquina engrasada. Limpieza, orden, suministros, transportes, horarios...
Se han criado en el PP madrileño, la viga maestra del partido. El fuego amigo quiere ahora dinamitar esa relación. Cizañean, enlodan, enturbian el terreno. Pretenden distanciarlos
El próximo reto es la seguridad. Ya avisó Ayuso: con un millón de parados puede haber disturbios, conflictos de orden público, problemas en las calles. Almeida y Ayuso trabajan en ello codo con codo. Se entienden, se complementan, llegaron juntos a sus respectos puestos en las elecciones de hace un año. Han luchado y sufrido al unísono. Vidas paralelas. Se han criado en el PP madrileño, la viga maestra del partido, el 'aleph' del liberalismo conservador español. El fuego amigo quiere ahora dinamitar esa relación. Cizañean, enlodan, enturbian el terreno. Pretenden distanciarlos, sin disimulos, a empujones. No se cortan ya en anunciar, como en el legendario filme de Pedro Masó, el divorcio que viene. Se equivocan. Ayuso y Almeida, ambos 'casadistas' militantes de la facción 'sin complejos', forman un tándem sólido, casi imbatible.
Alimentan envidias imposibles, celos inexistentes, pretenden una segunda edición de la legendaria etapa protagonizada por Aguirre y Gallardón. Otra presidenta y otro alcalde, dos enormes dirigentes, dos personalidades en permanente disputa, dos caracteres en un choque interminable. Le adjudican a a Ayuso el papel de la intransigente, la estricta gobernanta, símbolo de la derecha rancia y trasnochada . O sea, Aguirre. Almeida, sin embargo, aparece como el elemento dúctil de la pareja, hábil, 'empático', próximo y dialogante, que ya ha creado grupos de trabajo con la oposición y hasta recibe elogios de Rita Maestre, la protegida de Carmena y ahora portavoz de Mas Madrid en el Consistorio. O sea, Gallardón, al que jaleaban desde las filas del progreso y la izquierda chic.
Destruir a Ayuso, derribarla como ya hicieron con Rita Barberá, con Esperanza Aguirre, con Cristina Cifuentes... Lo intentarán todo, la moción de censura imposible, la ruptura con Almeida, impensable. La izquierda necesita recuperar Madrid. Lean a Lastra, antes incluso de que el Gobierno informara oficialmente de cuales son las provincias que pasan a la siguiente pantalla: 'Protegemos a los madrileños'. Sin Madrid, el PP no es más que unas siglas colgando en el medio de la nada.