El intento de golpe de estado separatista. El 155. Los independentistas propalando injurias y falacias. La radicalidad apoderándose de la campaña. Ante tal panorama, muchas personas que han sido votantes socialistas en Cataluña buscan desesperadamente a su candidato. Y no creen encontrarlo en el PSC.
El baile es en sí un acto ridículo
Lord Chesterfield recomendaba aprender a bailar bien, porque cuando se hace mal te pones en ridículo y, según el aristócrata británico, bailar ya es de por sí un acto risible. Conste que se refería a los bailes de salón, esos en los que más de una dama salía con los pies destrozados por la impericia de su pareja, ya que requieren unos mínimos conocimientos. Imagino a Milord viendo como se agitan simiescamente los jóvenes de ahora en ésas macro discotecas, aturdidos por el sonido, la luz y la garrafa que les dan. El hombre caería fulminado.
Pues bien, hay un candidato que ha hecho del baile su principal seña de identidad. No es precisamente Nikinsky, pero tampoco lo pretende. Recuerda más a Rick Ashley o a Jimmy Sommerville. Que esa imagen le otorga una frescura notable frente al envaramiento empalagoso de los pseudo héroes procesistas es algo evidente; que puede ser más que discutible en alguien que aspira a ser un alto cargo público, también.
Nos referimos, claro está, al candidato socialista a la Presidencia de la Generalitat, del que pueden decirse muchas cosas. Hablo desde el conocimiento personal, porque lo traté muchos años. Miquel Iceta es una persona inteligente, culta, astuta y tenaz. Posee audacia, y esa cualidad en política es poco menos que un milagro hoy en día. También es rico. No hay porque rasgarse las vestiduras. Ni es el primero ni será el último. Si lo señalo es para dejar claro que si Iceta está en es simplemente porque le gusta, no porque pretenda medrar. Ya viene con el bolsillo bien holgado gracias a su familia.+
La imagen de un Iceta bailarín, lenguaraz, con un humor ácido de réplica divertida no se adecua en absoluto a la trascendencia de los comicios catalanes"
Debido a que le ha costado décadas llegar hasta el puesto que siempre ambicionó, uno esperaba de él alguna cosa más. Porque el tremendo error de su campaña no son las cosas que dice, que también, sino él mismo. La imagen de un Iceta bailarín, lenguaraz, con un humor ácido de réplica divertida no se adecua en absoluto a la trascendencia de los comicios catalanes.
El electorado tradicionalmente socialista mira a el candidato del PSC y se queda perplejo. Las gentes que han votado al partido del puño y la rosa en Cataluña gustan de gentes sólidas, enérgicas, firmes, serias. Son los que han votado a lo largo de los años a Felipe González, los que admiran a Alfonso Guerra, los que jamás se fiaron ni votaron a Raimon Obiols y los que no sabían a que carta quedarse con Pascual Maragall. No son nacionalistas, vamos. El que les gusta es Josep Borrell. Son personas que, en su mayoría, viven en el cinturón industrial barcelonés, en los barrios populares, los que mantienen las raíces de sus lugares de procedencia. Se sienten por igual catalanes y españoles, tienen como lengua materna el español, aunque muchos de ellos hayan sido educados en la escuela de la inmersión, que más bien debería llamarse abducción. Hemos de decir que a toda esa enorme masa de votos Iceta no les llega ni a la epidermis. Lo tachan de frívolo, de poco sólido y, lo peor, de connivencia con los secesionistas. No es ninguna novedad. En la eterna Badalona socialista de los alcaldes Joan Blanch, Maite Arqué o Jordi Serra – por cierto, Arqué se pasó al proceso independentista, ya me dirán ustedes que clase de socialistas tenía el PSC en la ciudad del Bétulo – acabó por ganarles a todos Xavier García Albiol, del PP. Eso no se lo perdonarán jamás ni Iceta ni los suyos, pero es evidente que los votos socialistas se fueron hacia los populares por una simple razón: Xavi no era nacionalista y hablaba muy clarito con respecto al problema de la inmigración descontrolada que tenía bajo su control barrios enteros de Badalona, con consecuencias que derivaban en cuestiones de orden público. Ayudados por las izquierdas más radicales, le quitaron la alcaldía, pero es igual. El cómputo de votos le daba a él más ediles que a cualquier oro partido y fue preciso sumar PSC, CUP, Convergencia y el Cristo de los Faroles para desalojarlo de su más que legítimo puesto de alcalde. Iceta fue el gran muñidor de esta operación, debida a sus filias y sus fobias. Como decían muchos ex votantes del PSC, allí no volverán a ganar en su puñetera vida. En Cataluña, al paso que van, tampoco.
Indultar a los pesos del golpe de estado separatista
A Iceta bien puede sucederle políticamente hablando lo que al personaje de Víctor Hugo, que amaba tanto al baile que éste acabó por matarlo. Porque su baile va más allá de darse unos garbeos con el Despacito, aunque con la que está cayendo tal cosa sea algo peor que un error. El baile del candidato se muestra mucho más preocupante en el terreno de las cosas que asegura que haría en caso de ser el próximo President de la Generalitat. Iceta ha dejado dicho que está por un referéndum pactado, por la reforma de la Constitución, por mejorar la situación de Cataluña con respecto al resto de comunidades autónomas, por el principio de ordinalidad, el Estatut de Maragall, el federalismo, la inmersión escolar, en suma, por muchas de las cosas que también piden los separatistas.
Lo más hiriente para el votante que defiende el orden constitucional, sea de derechas o de izquierdas, es que haya declarado que, si los ex Consellers o los líderes de la ANC y Ómnium fuesen definitivamente condenados a prisión, vería con buenos ojos que se les indultase. Eso ya es mucho baile para los votantes del PSC. Aunque lo haya dicho con intenciones puramente estratégicas – ya me dirán que estrategia es esa que conculca el espíritu de la ley – ese paso de baile es un resbalón tremendo, un pisotón en el pie de su propia gente, la que no quiere más privilegios para la casta nacionalista catalana.
La equidistancia, el recurso dialéctico, el saber manejar la oratoria de manera más o menos hábil no pueden ser admitidos cuando lo que está en juego es la convivencia y el bienestar de toda una sociedad"
Este es un momento decisivo para la historia de Cataluña y, lógicamente, para el resto de España, de ahí que el candidato de un partido que aspira a gobernar la nación debiera mostrar sentido del estado. Es hora de aplicar políticas regeneradoras que nos hagan salir del pozo al que nos han sumido los partidarios de la irrealidad, los defensores del clasismo regional, los que argumentan que un catalán debe estar por encima de cualquier otro ciudadano de España. La equidistancia, el recurso dialéctico, el saber manejar la oratoria de manera más o menos hábil no pueden ser admitidos cuando lo que está en juego es la convivencia y el bienestar de toda una sociedad.
Iceta haría bien en rectificar ese sesgo nacionalista, ese continuo guiño de ojos hacia los votantes tradicionales de convergencia a los que, al parecer, pretende dirigirse. El fichaje de Espadaler, ex conseller de Artur Mas y miembro de la extinta Unió Democrática, indica claramente por donde van sus intenciones. Es asombroso que no haya entendido aun que los nacionalistas jamás le apoyarán mientras que, en cambio, los suyos pueden abandonarlo por partidos mucho más claros con respecto al problema territorial, como son Ciudadanos o el PP. La búsqueda de ese centro catalanista que obnubila a los de PSC desde hace décadas – ya no saben que inventar con las clases medias urbanas y otras pavadas por el estilo – ha sido la causa de su ruina. Un nacionalista catalán es, por definición, un antiespañol más de derechas que el palo de la bandera. Es casi imposible que decida votar a un candidato socialista. Pretenderlo es buscar la cuadratura del círculo.
Mal asunto para Iceta, porque le va a ser difícil encontrar pareja en esta danza terrible que se desatará a partir del día siguiente a las elecciones de diciembre. Sería terrible que se quedase sentado en la silla, viendo como los demás evolucionan por el salón. Quizás piense, como Nietzsche, que solo es posible creer en un Dios que sepa bailar. Lo cierto, lamentablemente, es que muy pocos piensan votar a un socialista que se dedique tan solo a marcarse unos pasos en un escenario cualquiera.