¿Núñez de Balboa? Está ocurriendo ya en muchos lugares de Madrid y del resto de España. La gente sale a protestar por la deriva autoritaria de un Gobierno social-comunista que miente y oculta la información para disimular su negligencia o sus intenciones políticas. Es lo que ocurre cuando se bastardea la ley -el estado de alarma-, para suspender derechos y eludir la democracia.
Los que protestan no olvidan que la profundidad de la pandemia es culpa de este Ejecutivo que no tomó medidas preventivas para no molestar a las feministas ni a los nacionalistas. Tampoco esas personas pueden obviar que esa irresponsabilidad está generando una crisis económica sin parangón en la historia democrática de España, que llenará el país el parados y empresas cerradas.
Control de la información
La respuesta de la izquierda y de sus intelectuales ha sido la previsible: el insulto y las exigencias de represión. Por ejemplo, Manuel Castells siempre ha sostenido que el poder se fundamenta en el control de la información y de la comunicación, y que las nuevas tecnologías, las redes, permitían cuestionar ese dominio, e incluso derribar gobiernos o regímenes porque la gente se “empoderaba”. Ahora que está en el Gobierno pide la represión de la libertad de información, las opiniones y las redes.
Otros intelectuales orgánicos de la izquierda hablan de la “rebelión de las élites” para insultar a los que protestan, citando mal o sin comprender a Christopher Lasch, autor de una obra con dicho título. Este sociólogo norteamericano se refería a las élites progresistas y cosmopolitas que, a su entender, habrían traicionado los valores occidentales. Es decir; Lasch solo puede ser citado para referirse a la izquierda, al PSOE y a los pisaverdes de Unidas Podemos.
Dicen, mintiendo, que la pandemia ha roto la “vieja normalidad”, y que se está instalando una “nueva” que pasa por más socialismo. Es un viejo ardid de la propaganda izquierdista
Esta tergiversación se debe a que estos intelectuales orgánicos se están dedicando a distorsionar la realidad. Tratan de que la gente crea que lo que está pasando en España, la suspensión de derechos por parte de un Gobierno con alma dictatorial, es normal y conveniente, y que es lo que está pasando en el resto del mundo. Dicen, mintiendo, que la pandemia ha roto la “vieja normalidad”, y que se está instalando una “nueva” que pasa por más socialismo. Es un viejo ardid de la propaganda izquierdista: el próximo e inevitable advenimiento de una era post-liberal como resultado de una contradicción cataclísmica.
Esos escritores y académicos son orgánicos porque quieren apoyar al Gobierno, trabajan a su amparo o lo buscan y anteponen las consignas al análisis. Ahora, el compás ideológico lo marca Unidas Podemos, y, por tanto, se rinden al comunismo populista. No decían lo mismo, por ejemplo, cuando el 'repertorio de acción colectiva' izquierdista, como lo denomina Iglesias copiando a la socióloga italiana Della Porta, llenaba las calles de protestas ilegales.
'Criminalizar la protesta social'
El ejemplo más reciente tuvo lugar el pasado 22 de abril, cuando condenaron a Isabel Serra, portavoz de Unidas Podemos en la Asamblea de Madrid, a 19 meses de cárcel e inhabilitación para ejercer cargos públicos y a pagar una multa de 2.400 euros. Los motivos fueron atentado a la autoridad, lesiones leves y daños en una protesta contra un desahucio el 31 de enero de 2014.
Los podemitas y su prensa afín difundieron que la condena a la diputada era por tratar de impedir un desahucio, lo que era falso por incompleto. Pablo Iglesias, Echenique, Ione Belarra y otros de Unidas Podemos dijeron que se “criminabilizaba la protesta social”. El argumento es que la ley y el poder judicial no se ajustan a la legitimidad que aporta el concepto de justicia social encarnado en el pueblo.
Esta izquierda se rige por lo que llaman “contrapoder”, que según Antonio Negri, un filósofo comunista italiano, es la voz de la calle contra las instituciones y las normas injustas. Pablo Iglesias y su partido tomaron así ese “contrapoder”, la protesta, como un instrumento de transformación social, una nueva forma de revolución.
Era la iniciativa titulada “Vamos!”, una vulgar estrategia de agitación y propaganda para que aumentara la protesta social, no necesariamente legal porque debía parecer espontánea
Se dedicaron entonces a hacer performances -incluido el desnudo en la capilla de la Complutense-, a impedir desahucios, cortar el tráfico, hacer escraches, boicotear conferencias de los “enemigos” políticos, alentar la okupación y a rodear el Congreso. Era el resultado de aprender de la experiencia internacional antiglobalización y del 15-M. No hay más que leer los ensayos de Iglesias y Monedero, y su elogio del repertorio de acción colectiva (no legal) contra el “régimen neoliberal”.
Pablo Iglesias impuso en Podemos en octubre de 2016 la tesis de tensionar las calles a cualquier precio y politizar el dolor. Era la iniciativa titulada “Vamos!”, una vulgar estrategia de agitación y propaganda para que aumentara la protesta social, no necesariamente legal porque debía parecer espontánea. Al eslogan le seguía el lema: “Cuando el cambio no lo hace la institución, lo hace el pueblo”.
Era cuando los podemitas hablaban de “empoderamiento” del pueblo en defensa de sus derechos. Errejón, haciendo alarde de intelectualismo, apostilló luego que era una “tensión creativa que nos permita ser fuerza de resistencia pero también de futuro”. Teresa Rodríguez, entonces en Podemos, añadía que desde el Gobierno de Rajoy se estaba haciendo una “caricaturización de la protesta y una mitificación de la actividad institucional”.
Ninguna de esas ideas era suya. Donatella della Porta, socióloga de cabecera de Iglesias y fundamento de su tesis doctoral, sostiene que los Estados “neoliberales” criminalizan la protesta, y exalta la desobediencia civil como una forma de democracia. De ahí sacó Iglesias su definición de “jarabe democrático” para los escraches a los políticos de la derecha.
El contraste entre los derechos que la izquierda se atribuye, y los que suspenden y tratan de reprimir a sus “enemigos” políticos, da idea del talante autoritario que ha tomado el Gobierno de España. Ahora, esas cacerolas que ellos incorporaron a la política se les han vuelto lanzas.