Decía la canción que la vida te da sorpresas. Pero en la "desescalada" vivimos en una sorpresa constante. Todo lo que nos pasa es tan novedoso que a este paso se nos va a agotar hasta la capacidad de asombro. En los lugares donde ya estamos en fase 1 -madrileños y barceloneses, tranquilos, todo llega- se está produciendo un curioso fenómeno derivado de las circunstancias pandémicas: el café con desconocidos.
Los hosteleros quieren hacer negocio para no hundirse. Y las terrazas tienen sus limitaciones de espacio. Por ello, la nueva moda que está naciendo es que personas que no se han visto en su vida compartan mesa para tomar el café, bien sea por una solidaria iniciativa propia o bien sea porque el camarero propina el empujón necesario con la pregunta incómoda: ¿Le importa que este señor se pongan con usted? Aunque sí te importe, es un tanto embarazoso decirlo mirando a los ojos del interesado.
Así las cosas, cuando llegas a la terraza de un bar no sabes con quién te acabarás sentando. El problema, en realidad, radica en que no hay suficientes terrazas abiertas. Las asociaciones de hosteleros denuncian que solo han abierto el 15% de locales que tenían la posibilidad de hacerlo. El motivo es, como era fácil de vaticinar desde el primer día, que no sale rentable abrir con la mitad de las mesas y teniendo que desinfectar el baño seis veces al día.
¿De qué sirve ir con mascarilla y guantes, sintiéndote como un pulpo en un garaje, agobiándote porque respiras como si fueras Darth Vader, si luego te ponen al lado a un tipo sin protección alguna que no guarda la distancia de seguridad y que, para colmo, quiere darte palique?
A todos nos encanta colaborar en la salvación de los establecimientos de hostelería que tanto adoramos y tanto hemos añorado. Pero estaría bien que lo de compartir mesa con alguien fuera una decisión nuestra en función del hipotético acompañante. ¿De qué sirve ir con mascarilla y guantes, sintiéndote como un pulpo en un garaje, agobiándote porque respiras como si fueras Darth Vader, si luego te ponen al lado a un tipo sin protección alguna que no guarda la distancia de seguridad y que, para colmo, quiere darte palique? ¿Para qué sirve protegerte si luego quedas expuesto con suma facilidad?
Alguien podría objetar razonablemente que para no tener este problema lo mejor es no ir a tomar café, claro. Pero tras dos meses sin hacerlo es casi ya una necesidad vital. Más aún cuando, como me sucedió este martes, el pequeño te ha desquiciado durante cuatro horas de juegos ininterrumpidos. Aprovechas el cable que te echa tu pareja para visitar una terraza cuando bajas a por el pan. Encuentras un sitio libre y ya saboreas tanto el café como la intimidad hasta que, de repente, te plantan al lado a alguien que te hace ponerte en alerta.
Tu suerte depende, por tanto, de si el desconocido es charlatán y, en caso positivo, de qué carajo te cuente. En este caso el señor que me tocó narraba con total despreocupación, como el que habla del tiempo, que venía de hacerse una prueba PCR en el hospital
Con esta nueva práctica del café con extraños pierdes esa soledad que a veces se necesita pero ganas en posibilidad de charlar. Tu suerte depende, por tanto, de si el desconocido es charlatán y, en caso positivo, de qué carajo te cuente. En este caso el señor que me tocó en la lotería del terraceo narraba con total despreocupación, como el que habla del tiempo, que venía de hacerse una prueba PCR en el hospital porque el viernes tiene una operación. Podrán imaginarse mi cara, claro, al escuchar la historia. Aguanté cinco minutos que parecieron una eternidad antes de largarme.
Ocurre que para muchas personas, incluido un servidor, lo mejor del café del bar es tomarlo en soledad. Es el momento de la calma. Te relajas y piensas en tus cosas o en lo que se te ocurra mientras observas al personal circundante. Te tomas un respiro para huir de tu rutina, tus delirios o tus wasaps. Siempre ha sido así. Ese ritual silencioso e íntimo no puede cambiarlo ni siquiera la necesidad de contacto provocada por el aislamiento de estas semanas. No obstante, en este tiempo de sorpresas infinitas hay que hacerse a la idea de que hasta eso va a ser diferente. Toca sacrificarse y compartir mesa. Quizás con el próximo desconocido tenga más suerte. O quizás me invente que espero a alguien.