En los tiempos del Manuel Fraga reconvertido en demócrata confeso, y ya presidente de Galicia, a uno de sus consejeros, cuyo nombre omitiremos en aplicación del caritativo principio del olvido, se le preguntó en rueda de prensa cuál de los espectáculos programados en aquel verano de primeros de siglo recomendaría a sus paisanos: “Sin duda el de una cantante gallega extraordinaria que se llama Carmiña Burana”. Se trataba del conselleiro de Cultura, detalle este que sirvió para que la prensa desalmada se cebara con aquel político de verbosidad excesiva.
A Carmen Calvo no hace falta que nadie le pregunte. Ella solita es capaz de meterse en un jardín verborrágico de formidables proporciones sin que haya aparente modo de pararla. Y el problema mayor es que, lejos de ser excepcional, la extremosidad comunicativa es la regla en el caso de la vicepresidenta. La buena noticia es que si aplicáramos a las apariciones públicas de doña Carmen un factor de tolerancia frente al error, similar al que otorgamos a otros personajes públicos, la bregada y bragada política socialista saldría muy bien parada de la comparación, al menos en términos relativos, dada la sobreabundancia de su actividad verbal.
Si Calvo sale y es Iceta el elegido no estaremos solo ante un relevo táctico; hay mucho más que una mera conveniencia de marketing político detrás de esta decisión
Carmen Calvo (más bien su comunity manager) acaba de confundir un monólogo con una obra teatral de Federico García Lorca. Como era de esperar, los enemigos le han zurrado de lo lindo. Va en el sueldo. Pero lo políticamente relevante es constatar el silencio de la mayoría de los “amigos”. Apenas Adriana Lastra ha salido en su defensa, bien es cierto que en justa reciprocidad con algún auxilio de mayor cuantía prestado en el pasado por la cordobesa a la correosa asturiana. La anécdota lorquiana coincide con los rumores crecientes de una crisis ministerial que dejaría fuera del Gobierno a Calvo. Otra vez la casualidad. No estamos -o de confirmarse estaríamos- ante un cambio ni obligado ni cosmético. Se trata de la número dos del Ejecutivo. Palabras mayores. Decisión de calado cuyas consecuencias, las que fueren, ningún lapsus ni guasa va a disimular, por mucho que algunos lo pretendan.
Si Carmen Calvo sale y es Miquel Iceta el elegido -o alguien con parecida concepción del proyecto España-, no estaremos solo ante un relevo táctico. Hay mucho más que una mera conveniencia de marketing político detrás de esta sustitución. Iceta es una enmienda a la totalidad de la política del viejo PSOE, y desde el propio Gobierno no falta quien ve la salida de Calvo como una de las consecuencias del pacto no escrito entre Pedro Sánchez/Iceta y Oriol Junqueras. Un pacto que supone sujetar la legislatura hasta los meses previos a las elecciones municipales de 2023, momento en el que asistiremos a la voladura controlada (y concertada) de los acuerdos que sostienen al Gobierno.
Desde el propio Gobierno no falta quien ve la sustitución de la vicepresidenta como una de las consecuencias del pacto no escrito entre Sánchez/Iceta y Oriol Junqueras
Calvo está en el punto de mira del secesionismo desde que negoció la aplicación del 155 en Cataluña con Soraya Sáenz de Santamaría. Hoy, pelillos a la mar, Sánchez no puede permitirse una ruptura con Esquerra Republicana, al igual que en el 23 no acudirá en ningún caso a las urnas sin antes haber roto amarras con el independentismo. Y viceversa. Todo calculado; y agendado. Ya se sabe: si estos principios no sirven, tengo otros. ¿Por qué Carmen Calvo, con sus virtudes y defectos, pero cuyo compromiso con la Constitución nadie discute, parece haberse convertido en un molesto estorbo para Sánchez?
Hasta la fecha a Carmen Calvo, entre excesos y patinazos, le ha dado tiempo a ejercer de contrapeso a Podemos, a dar la cara cuando nadie quería darla, a comerse los marrones de otros; recompuso la confianza con el PNV, muy deteriorada tras el acuerdo presupuestario PSOE-Bildu, apostó por el acuerdo con Ciudadanos, y ha mantenido abierta, a pesar de los miércoles de furia parlamentaria, una rendija de la compuerta que podría en algún momento conducirnos a la mesa del acuerdo con la oposición en los grandes temas de Estado. Hasta ahora, Calvo ha actuado como casi único freno al poder omnímodo de Iván Redondo, a la ambición expansionista del omnipotente jefe de Gabinete, y al desprecio con el que éste, por convicción o por delegación, ha tratado al partido. Y ese ha sido, es, el principal pecado de Calvo: no haber aceptado que la titular de la Vicepresidencia Primera de Gobierno hace tiempo que no era ella, sino Redondo.
Calvo ha pedido irse, pero cuidado, al señorito no le gusta que le pisen las sorpresas; al señorito le sobra Carmen Calvo, pero no acepta que nadie decida ni el cómo ni el cuándo
En estos años Carmen Calvo ha soportado puenteos, arrinconamientos y desautorizaciones. Lo que no entraba en sus cálculos es que para el presidente del Gobierno solo fuera una pieza más de su tablero. Mucho menos que la sometiera a la humillación más dolorosa, por mucho que ahora, incomprensiblemente, haga como si nada hubiera pasado, la que no puede dejar pasar si quiere seguir siendo una voz autorizada del feminismo socialista en disposición de mantener el pulso hasta el final con el pseudofeminismo fanático; si quiere preservar una porción de su crédito político y poder mirar a los ojos a su gente.
Calvo sigue dando la cara, pero ha pedido irse. Hay también razones personales, pero en la decisión ha pesado más la decepción política, las puñaladas traperas de Sánchez asestadas por manos ajenas. Sí, Calvo ha pedido irse y con su probable salida Sánchez eliminaría el último eslabón que conecta el Gobierno con el PSOE de la Transición. Calvo ha pedido irse, pero cuidado, al señorito no le gusta que le pisen las sorpresas; al señorito le sobra Carmen Calvo, pero no acepta que nadie decida ni el cómo ni el cuándo. Ni siquiera la interesada. Y es que en este PSOE ya no queda libertad ni para hacer la maleta.
La postdata: promesa cumplida
El consejero de Economía de Cataluña, Jaume Giró, anunciaba días atrás que la Generalitat ha ideado un original mecanismo para cubrir las fianzas de las 34 personas acusadas por el Tribunal de Cuentas de haber hecho un uso ilegal de fondos públicos bajo su control. Fondo Complementario de Riesgos, dotado inicialmente de diez millones de euros, es el eufemismo elegido para “dar cobertura” a las reclamaciones judiciales o administrativas contra altos cargos (o ex) del Govern. O sea, para eludir la responsabilidad civil de los presuntos malversadores. Margen de sobra para atender las urgencias actuales, 5,4 millones, y futuras (Puigdemont et al.).
Giró es un hombre de palabra. Desde la Fundación La Caixa financió el sueldo que el Observatori dels Drets de la Pompeu Fabra pactó con Jordi Sánchez entre 2015 y 2017. A Puigdemont le ha transmitido que mientras él sea conseller al fugado no le va a faltar de nada. Conocedor del mundo financiero, Giró ha diseñado un producto cuya principal misión es dificultar la respuesta del Tribunal de Cuentas a lo que a simple vista huele a una imaginativa pero nueva modalidad de estafa. Para ello tiene que contar con la complicidad de una entidad bancaria privada. Veremos quién se presta, si hay alguien dispuesto a jugar este peligroso juego de estraperlo, a colaborar en este penúltimo pulso del secesionismo a las instituciones.