Opinión

'Cambalache', elevado a la categoría del clásico

Los clásicos son clásicos por algo.
Sobreviven a épocas, modas, estilos, regímenes, doctrinas, censuras, sesgos y correcciones políticas de todo tipo y de todo tiempo. Y lo hacen, simple y llanamente, porque son buenos. La sensibilidad los concibe,<

  • Yolanda Díaz, Carles Puigdemont, Jaume Asens Y Antoni Comín durante un encuentro en el Parlamento europeo

Los clásicos son clásicos por algo.
Sobreviven a épocas, modas, estilos, regímenes, doctrinas, censuras, sesgos y correcciones políticas de todo tipo y de todo tiempo. Y lo hacen, simple y llanamente, porque son buenos. La sensibilidad los concibe,
el intelecto cultivado los cimienta y la brillantez con la que se construyen hacen que sobrevivan a todos los intentos, tan estúpidos como inútiles, de aparcarlos.
El concepto de clásico es aplicable a todas las vertientes de la creatividad, desde un poema a una escultura, desde una ópera a una pintura. No obstante, no es fácil colgar la etiqueta de clásico sin entrar en sesudos e interminables debates que nunca culminan con acuerdos o consensos.
Desde mi punto de vista, fue Hegel el que acertó de pleno en sus Lecciones sobre la estética a la hora de definir con acierto el término. Para el representante cumbre del idealismo alemán, la obra artística “clásica” es la que consigue alcanzar el difícil y armónico equilibrio entre “forma” y “contenido”. De este modo, la idea que quiere transmitir el artista se manifiesta de manera perfecta en la creación material en la que la
está expresando. Pongo un ejemplo ilustrativo. Pensemos en algo que todos aceptamos como clásico: una escultura de la Grecia Antigua de la diosa Atenea. Pues bien, para los griegos, una escultura de la diosa no era una estatua sino que era la propia Atenea. Las representaciones del dios eran el mismo dios. El artista griego fue capaz de expresar su espíritu absoluto en su arte. Ésa es la razón por la que su arte es clásico.
El concepto ha saltado la barrera de épocas y estilos y es aplicable a toda obra capaz de captar de forma atemporal una “idea”, aunque la idea diste mucho de un bello y justo dios de la Antigüedad.
Por eso me acordé de Cambalache viendo ayer el telediario. Ver las noticias cundo intentas saborear un buen plato es la mejor actividad que se puede realizar para renegar de tu propia especie (además de cargarte el mágico momento de la degustación sublime de un plato exquisito). El glosario de esperpentos
que se despliegan en la pantalla son exprimidores de lagrimales, desequilibradores de espíritu y desasosegadores de intelecto (además de inhibidores de la funcionalidad de las papilas gustativas). Las noticias sociales son tanto o más deprimentes que las políticas puesto que ambas están impregnadas en la misma mugre de mentiras, relativismos, falsedades, deslealtades, engaños, intereses o agresividades. Por si fuera poco, las deportivas, que mantenían el aura del mérito y el esfuerzo como vectores de sus contenidos, se han visto también contaminadas de una forma bochornosa por el asunto Rubiales.
El visionado de los noticiarios nos hace pensar, con desolación, que la demoledora letra de Cambalache, tango tan magistral como deprimente, está de absoluta actualidad. Les insto a escuchar este impagable “pensamiento triste que se baila” en alguno de sus maravillosos intérpretes. Como a todo buen clásico, son muchos (y buenos) los que se han arrimado a su sombra: desde Julio Iglesias a Andrés Calamaro, desde Luis Eduardo Aute a Ismael Serrano, pasando por Raphael o Nacha Guevara. Por supuesto, nadie lo hizo con la
autenticidad de Carlos Gardel, aunque mi versión favorita es la de Serrat (quizás porque con él lo descubrí y eso deja su impronta).
Relájese, escúchelo, disfrútelo y… analícelo.
¿A que no le queda más remedio que darme la razón? Le ayudo en la disección semántica:
1.- “…Vivimos revolcaos en un merengue y, en el mismo lodo, todos manoseaos…”. A pesar de que el gran Enrique Santos Discépolo escribió esta letra en 1934, 90 años después no me puede negar que describe perfectamente la situación española actual. Si me apuran, la cosa ha ido incluso a peor porque el contenido de la pringue que nos cubre no es barro sino algo mucho menos deseable, aunque de similar color marrón.

Ya sea en el Congreso de los Diputados, ya sea en sus impostadas ruedas de prensa concebidas para el autobombo, las marionetas clonadas sueltan sus memeces, coreográficamente acompañadas de gestos


2.- “…Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor!…”. No me digan que no es lo que se nos viene a la mente cuando escuchamos algunas intervenciones de nuestros representantes electos. Ya sea en el
Congreso de los Diputados, ya sea en sus impostadas ruedas de prensa concebidas para el autobombo, las marionetas clonadas sueltan sus memeces, coreográficamente acompañadas de gestos y movimientos de manos sacados del mismo manual “El perfecto contador de la nada”, haciendo impunes alardes de ignorancia e inconsecuencia supinas.
¿Por qué tenemos que tragar cosas que no son ciertas, que están mal construidas, que carecen de consistencia intelectual, que son incorrectas en muchos casos (involuntarios) cuando no, directamente, mentira (voluntarios)? ¿Para cuándo una política de mínimos?

Cualquiera que haya opositado alguna vez en su vida o haya estado cerca de un amigo o familiar que lo haya hecho, estará informado acerca de la barbaridad de requisitos curriculares, titulaciones y méritos que se exigen para conseguir alcanzar plazas fijas de jueces, profesores universitarios, médicos o militares, por poner algunos ejemplos de empleados públicos que ejercen, normalmente con brillantez, sus profesiones. Y, todo ello, solo para optar a la oposición, que después hay que sacarla compitiendo con otros que se lo han currado de una forma, cuanto menos, similar.
Todo lo contrario ocurre en el caso de los políticos. El hecho de que para ser diputado o senador (y, lo que es aún más fuerte, ministro o presidente del gobierno), no exista más requisito de partida que ser español es, sencillamente, incomprensible. No juzgo, simplemente no entiendo. ¿Cómo puede ser esto así? Todo el mundo comprende que un puente tiene que estar pensado y diseñado por equipos donde ingenieros, geólogos y arquitectos sepan de vectores de fuerza, resistencia de materiales y características orográficas de la zona. También se entiende perfectamente que, para cambiar una válvula cardíaca, sea bastante preferible que maneje el bisturí un cardiocirujano que no el personal de la limpieza del quirófano. Sin embargo, dirigir el país lo puede hacer cualquiera…
No se trata de ser más o menos democrático. Se trata de establecer un umbral de partida. Dirigir un país no es menos importante que verificar la compraventa de un apartamento, y no hay más remedio que hacerlo ante un notario. Firmar la baja por enfermedad del portero de un equipo de hockey de tercera división (si es que eso existe), lo tiene que hacer un médico. Sin embargo, desde un Premio Nobel al tonto de la clase, todos tienen la misma posibilidad de llevar las riendas de una nación, basta con que se les
vote.
Es evidente, por lo tanto, que los esfuerzos no se centren en prepararse lo mejor
posible sino en hacer lo imposible para captar los votos
. Y así nos luce el pelo.
3.- “…¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! ¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón!…” . Esta frase necesita poca aclaración. Por supuesto que en el hemiciclo hay personas muy respetables y honestas pero también están los que van a su absoluto interés personal. Si hay que tragar, se traga; si hay que aplaudir, se aplaude y si hay que vender a su madre, se vende. De la misma forma que en los cuarteles de la Guardia Civil luce el “Todo por la Patria”, a veces entran ganas de poner a la entrada del
congreso, en el friso sobre los leones, “Todo por el Escaño”.
4.- El impagable tango termina con una frase demoledora: “…Es lo mismo el que labura (trabaja), noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que roba, que el que mata, o está fuera de la ley…”. Cuando vemos la cordial y encantadora conversación entre nuestra vicepresidenta Yolanda Díaz y el huido de la justicia Puigdemont, o las cortesías blanqueadoras con los democratísimos representantes de Bildu, cuesta pensar que el poema empieza diciendo “…Siglo XX, cambalache, problemático y febril…”. Llevamos dos décadas del XXI y cada afirmación de Enrique Santos sigue rebosando absoluta actualidad.
Lo dicho, un clásico, “…que a nadie importa si naciste honrao…"

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