Una de las averías más graves que tiene la democracia liberal a comienzos del siglo XXI es la disolución del periodismo entre los millones de burbujas que flotan por la red. El acceso directo a la información no es lo mismo que las fuentes que el informador profesional busca, trabaja y utiliza para trasladar al público, con rigor y veracidad, un hecho noticioso. La teoría clásica nos dice que el periodista se sitúa entre quienes, por un lado, tienen en su poder la información y, por el otro, la opinión pública que es de manera individual sujeto del derecho a la información, que no es otra cosa que conocer aquello que, afecte directamente o no, resulta relevante y de interés. La lección de eficacia periodística que ha dado la redacción de Vozpópuli, sacando a la luz lo que el poder trataba de esconder, demuestra que la esencia de este trabajo trasciende el paso del tiempo y sobre todo el cambio tecnológico.
El Gobierno de España se vio a escondidas con quien no debía y al negar el hecho en el primer momento demostró que no tenía ni la menor intención de comunicarlo. Por supuesto, en ese trance, se desprecia a quienes se encuentran entre medias, es decir, a los profesionales de la información que firman lo que publican. Las mentiras camufladas, en forma de medias verdades, han tratado de enmarañar todavía más, aprovechando el tamaño del campo de juego que se ha abierto con la información diseminada a través de millones de canales.
Podemos contar lo que se descubre sin temor a que un grupo de encapuchados, pistola en mano, entren en nuestras casas, como ocurre cada día en el país tiranizado por Maduro y la señora Rodríguez
Cada persona tiene en su mano la posibilidad de divulgar o redistribuir saltándose una intermediación que haga el trabajo clásico de distinguir entre la paja y el grano. Si algo se diferencia las dictaduras -Venezuela lo es por culpa del chavismo, guste o no- es que esta información ha salido a la luz porque en una democracia avanzada, como la española, podemos contar lo que se descubre sin temor a que un grupo de encapuchados, pistola en mano, entren en nuestras casas, como ocurre cada día en el país tiranizado por Maduro y la señora Rodríguez. Ya se sabe que si no es el lechero el que aporrea la puerta de madrugada, mal asunto.
El tránsito en el aeropuerto
Ábalos no debería seguir en el Gobierno, pero hay que prepararse para soportar una manera de gobernar que otros no se pueden permitir. El ministro de Transportes ha dado, por resumir, cuatro versiones que han evolucionada desde la negación hasta la confirmación de un saludo que duró 25 minutos pero que como ha contado Vozpópuli fue de hora y media. Menos mal que cada verdad a medias ha sido desmontada con hechos tan incontestables como rigurosos.
Lejos de recoger velas, el Gobierno ha tratado de convencer a la opinión pública de que el encuentro de Ábalos y la vicepresidenta de Venezuela no se produjo en suelo español. Tanto el Tribunal Constitucional como los europeos, a los que se debe España no solo cuando se refieren a Junqueras, dejan claro que no hay zonas de exclusión en los territorios europeos. Las zonas de nadie no existen. No ha lugar para la tierra neutral en los pasillos del aeropuerto. De ser así, estarían abarrotados de asilados venezolanos sin que la autoridad, la Policía Nacional, pudiera hacer nada. El tránsito se hace en España, no en el limbo. Para ir de la T1 a la T4 hay que darse un paseo de 8 kilómetros como hizo la señora Rodríguez acompañada de personal del Gobierno español tal y como se detalla en otra de las detalladas y completas informaciones de Vozpópuli.
El independentismo catalán
En la actualidad, es muy fácil confundir porque se ve, no se lee. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha utilizado este tipo de técnicas de confusión y verdades a medio camino con la mentira. Su comportamiento no es exclusivo ni mucho menos. Va a haber que empezar a dejar claro que en España hay alumnos del “trumpismo”. El independentismo catalán se complace con las críticas de la prensa de Madrid de la misma forma que Trump considera un éxito el espacio que le dedican los periódicos de Nueva York y Washington así como el resto de la opinión publicada de ambas costas norteamericanas.
El Gobierno de Sánchez ha subido el tono contra quienes informan sobre la mentira que han tratado de colar sin éxito. Sus malas maneras y el comportamiento políticamente arrogante en las respuestas se asemeja a ese desprecio que Trump ejerce contra la prensa como uno de los ejes de su mandato. El periodismo cuenta lo que sabe. No es crispación sino el libre ejercicio del derecho a la información. Si alguien no quiere que algo se sepa, se comprueba y se publica. Tenemos derecho a saber, y no solo cuando gobierna el PP.