Opinión

Cataluña y las razones que la razón no entiende

Las últimas encuestas andorranas habían sumido en la depresión a más de uno al anunciar que, según la acreditada frutería que GESOP gestiona para El Periòdic d'Andorra, el bloque secesionista

  • Carles Puigdemont

Las últimas encuestas andorranas habían sumido en la depresión a más de uno al anunciar que, según la acreditada frutería que GESOP gestiona para El Periòdic d'Andorra, el bloque secesionista no dejaba de ganar terreno en la recta final sin que se supiera muy bien por qué motivo, de modo que a última hora del miércoles los indepes se situaban en una horquilla de entre 67 y 70 escaños, con el umbral de la mayoría absoluta en 68. ERC, el partido del prisionero de Zenda en Estremera, ampliaba su ventaja a costa de JxCat y la CUP, las otras fuerzas independentistas. En su particular mano a mano, ERC y C’s empataban en estimación de voto, pero los republicanos sacaban al partido naranja hasta cinco escaños de ventaja en virtud de una escandalosa ley electoral que prima la Cataluña rural carlista en perjuicio de la urbana.

De modo que quienes anhelaban una victoria, siquiera simbólica, del bloque constitucional, abordaron la jornada de ayer con aprehensión apenas enmascarada por el profundo cabreo causado por el hecho de que los partidos que han propiciado el golpe de Estado catalán no solo se hayan podido presentar a unas nuevas elecciones como si aquí no hubiera pasado nada, sino que han sido incapaces a lo largo de la campaña de cualquier asomo de autocrítica por haber roto familias y haber situado la región al borde de la quiebra económica para mucho tiempo. Lo cierto y verdad es que no solo no han hecho autocrítica, sino que, muy al contrario, en las últimas dos semanas hemos asistido impávidos a la confirmación de su voluntad de seguir delinquiendo, seguir atentando contra la Constitución, seguir propalando su determinación de llevar a estación término esa enloquecida República Independiente de Cataluña capital Tirana.    

Por eso era tan importante lo que pudiera ocurrir ayer. Porque con un Gobierno de pusilánimes en Moncloa, incapaz en sus miedos, sus complejos y en sus mochilas cargadas de corrupción, de poner pies en pared y mandar parar a los sediciosos, solo la movilización ciudadana podía rescatar a España de este su mayor aprieto en décadas, quizá en siglos. Siempre he sido optimista, a pesar de la contumacia de unas encuestas que, en contra de cualquier raciocinio, seguían dando la victoria sin paliativos a los causantes del desastre. Lo he sido desde que el 29 de octubre paseé a cuerpo gentil por la Diagonal y el Paseo de Gracia como uno más de los cientos de miles de ciudadanos catalanes que salieron, banderas de la España constitucional al viento, a defender sus derechos, despertando del suicida letargo que ha permitido medrar a su antojo a los apóstoles de la mentira.

Las encuestas andorranas tenían básicamente razón y mi optimismo era infundado. Noche triste. Magnifico el esfuerzo de Ciudadanos, representante hoy de la parte más sana de aquella sociedad. El que con casi 160.000 votos más que la segunda fuerza, el JxCat del prófugo Puigdemont, haya conseguido apenas dos diputados más, configura con tintes demoledores la irracionalidad de una ley electoral como la catalana diseñada en su día a la medida por el gran golfo y padre del prusés, Jordi Pujol, para ganar elecciones regionales ad aeternum contando con la adhesión de la Cataluña profunda, trampa consentida, como tantas otras cosas, por los Gobiernos centrales. La de Inés Arrimadas es una bella victoria, una extraordinaria victoria lograda en las peores circunstancias posibles, pero es también una amarga victoria, puesto que no le va a permitir gobernar Cataluña. Es ganar la costa a nado para morir en la orilla.

Cataluña es la tumba del PP

Lo único que al parecer no habían detectado las encuestas de la fruta de Andorra era la victoria de los restos de Convergencia, ahora llamados JxCat, sobre sus conmilitones de ERC. De la jornada de ayer queda una Cataluña totalmente italianizada, que se configura como un enloquecido camarote de los hermanos Marx, una realidad ingobernable de la que van a seguir saliendo empresas, si es que queda alguna que no lo haya hecho ya, para consolidar ese horizonte de declive económico, de paro y pobreza. Una realidad que confirma la fractura social, la ruptura de Cataluña en dos mitades irreconciliables a corto plazo, demostrando que la droga del independentismo ha dejado muy tocada a media Cataluña, que la adicción es muy grave y que haría falta un gigantesco sanatorio de desintoxicación para bajar a esa gente a la realidad, para sanar a una sociedad enferma que sigue prefiriendo despeñarse por un barranco abducida por las groseras mentiras de este nacionalismo reaccionario convertido hoy en secesionismo. En Cataluña hay razones que la razón no entiende.

Derrota del PP sin paliativos. No la del PPC, al final una víctima más de la alargada sombra de una política de pactos con CiU que embarcó a los Gobiernos de González y de Aznar con las tropas del mariscal Pujol, resumida en el cuento de que tú me apoyas en Madrid a cambio de que puedas hacer de tu capa un sayo en Cataluña, que yo no me voy a rasgar las vestiduras por mucho que robes allí siempre que yo pueda robar aquí. Derrota radical y fin de fiesta de la derecha española que desde la muerte de Franco ha venido representando el Partido Popular. Doble fiasco. El de una vicepresidente que, virreina de Cataluña por un día, campeona de una supuesta “operación diálogo”, se dedicó a viajar más allá del Ebro para someterse a los masajes de un Junqueras que, ante sus mismas narices, preparaba con mimo la fiesta del golpe del 6 y el 7 de Septiembre y la farsa del referéndum del 1 de octubre. Y fracaso radical de un presidente que, víctima de sus miedos a hacer política, creyó sorprender al mundo con unas elecciones precipitadas que dejaban intacta la columna vertebral del independentismo. La realidad ha demostrado que ganar el pulso a estos mangutas sin desmontar sus estructuras de poder era, más que una pretensión vana, un suicidio. Bien, Mariano, bien: has hecho un pan como unas tortas. Cataluña es la tumba de Soraya y también, y por mucho que se empeñe, la de Mariano. Pero sobre todo es la tumba del PP.

Pelear o rendirse: no hay alternativa   

Los catalanes constitucionalistas seguirán soportando la represión violenta de todo lo español que sobre ellos ejerce un secesionismo capaz de desplegar contra el discrepante la espada de fuego del creyente (“Les catalans plus cons que les corses”). Los resultados plantean con toda crudeza una realidad agobiante de la que los españoles de vida muelle, miembros de esta infantilizada sociedad en la que vivimos, no quieren ni oír hablar: al final de todo conflicto de secesión debe haber vencedores y vencidos, ganadores y perdedores. Así han sido las guerras a lo largo de la historia. Pretender otorgar nuevas concesiones a quien desprecia todas y cada una de ellas en aras de un único último objetivo, es absurdo. Respetar los derechos de esos millones de votos catalanes y españoles solo se podrá lograr derrotando a un supremacismo cada día más descaradamente nazi. Haciendo triunfar la democracia, obligada a defenderse con el uso legítimo de la fuerza, lo cual ineludiblemente pasa por convocar a los españoles a las urnas para ver qué quieren hacer en su conjunto con el nacionalismo catalán. Creer que este envite xenófobo tiene solución templando gaitas, es una falacia. De modo que si España quiere mantener Cataluña como una parte del Estado deberá atarse los machos. Esto no lo va a arreglar un político demiurgo dispuesto a hacernos tragar una pastilla milagrosa para vendernos que el problema desaparecerá de un día para otro. Y el menos capacitado de todos para ganar ese envite es Mariano Rajoy. Todas las generaciones tuvieron que pelear por su futuro. Pelear o rendirse de antemano. No hay alternativa.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli