Opinión

China y la estrategia de la araña

Muy lejos parece quedar la pregunta de qué fue primero, si la democracia o el crecimiento económico

  • Xi Jinping, presidente de la República Popular de China

Verano de 2016, 21 años, mi primera vez haciendo voluntariado fuera de España, concretamente en Guinea Ecuatorial. Tres semanas en el continente africano que se convirtieron en una gran fuente de aprendizaje y descubrimiento. Entre todo ello, un hecho curioso en los desplazamientos que hacíamos a lo largo del país: las infraestructuras, principalmente carreteras en aquel momento, desarrolladas íntegramente por empresas chinas. Sí, sí, han oído bien, China presente en un pequeño país del golfo de Guinea a cargo de liderar los grandes proyectos de infraestructuras de desarrollo de este país. Han pasado más de seis años desde ese momento, donde ví con mis propios ojos, hasta dónde llega la larga y densa red de influencia tejida por China. Llevamos meses siendo testigos de grandes cambios y movimientos que agitan las relacionales internacionales y que todavía no se sabe con certeza si producirán el establecimiento de un nuevo orden mundial.

Hace unos meses escribía sobre el relegado papel de Europa en la esfera mundial por la toma de decisiones que, a largo plazo, no nos han hecho ningún bien y contradicen todo aquello de lo que nos enorgullecemos al confundir tolerancia con lo intolerable y cortoplacismo con el consentimiento explícito y connivencia implícita a todo aquello que no defendemos. Esta semana, Ibai Llanos y los cantantes británicos Dua Lipa y Rod Stewart han rechazado actuar en el mundial de Qatar alegando que irían allí cuando se cumplan todas las promesas de derechos humanos realizadas por el país cuando se les concedió ser la sede del mundial de fútbol.

Especialmente cabe atender a la influencia china en activos estratégicos como ha sido su entrada con un 25% en el accionariadodel puerto de Hamburgo

Volviendo a China, a principios de mes, el ministro de finanzas alemán, Christian Lindner, se pronunció en relación a la necesidad (o no) de replantearse las relaciones de los países europeos con sus principales socios comerciales, en particular, con China. Especialmente, la influencia china en activos estratégicos como ha sido su entrada con un 25% en el accionariado del puerto de Hamburgo. Decisión respaldada y aprobada por el Gobierno alemán pero con tirón de orejas incluido por parte del partido liberal con el que conforma coalición el socialdemócrata Scholz, imponiéndose con firmeza a que, bajo ningún concepto, China podría ostentar más de 25% del capital de esta infraestructura. ¡La duda ofende! Y, aun así, a muchos les podrá parecer una gran contradicción que el partido liberal ponga trabas a la libertad de mercado. De nuevo, un claro ejemplo de confusión entre tolerancia a lo intolerable o buenismo exacerbado que ilustra cómo es dejar entrar al caballo de Troya en nuestra propia casa en pleno siglo XXI.

Apenas una semana más tarde, Alemania prohíbe la venta a China de dos fabricantes de chips. Mientras, al otro lado del charco, Joe Biden ha recrudecido este año los aranceles a las exportaciones de semiconductores, algo ya iniciado por Trump pero ahora extensible a más empresas de dichos sectores, tras más de dos décadas donde el crecimiento económico chino no puede ser entendido sin la tecnología americana. No obstante, dado que el caramelo se envuelve con un envoltorio distinto, parece que se ve con otros ojos. Este mes, dos grandes citas mundiales como han sido la Cumbre del Clima celebrada en Egipto y la del G-20 en Indonesia, evidencian de nuevo la bipolaridad y pugna entre Estados Unidos y China. La primera, mediante la presencia de otras cien naciones que, al margen de las dos grandes, suponen entre todas ellas menos del 60% de los emisores de gases de efecto invernadero. Y la segunda, liderada por la pugna entre estas dos potencias y sus rencillas a las que esperemos no haya que añadir una nueva llamada Taiwán.

Descolonización e injerencia

No obstante, China ve su particular área de influencia en las regiones abandonadas a su suerte por Europa y Estados Unidos como son África y Latinoamérica tras una abrupta descolonización en el primer caso y una injerencia en los gobiernos latinoamericanos por parte de Estados Unidos que han dejado mucho que desear (en Argentina con el golpe de estado del general Videla, en Bolivia con el golpe de estado del general Banzer o en Chile con la dictadura del general Pinochet, por citar algunos ejemplos).

Por su parte, los países africanos intentan transicionar hacia el modelo “correcto” de prosperidad vendido por Occidente con el que dejar atrás viejos problemas internos (étnicos, en muchos casos gracias a las reflexivas y consideradas divisiones territoriales realizadas en época colonial, véase la alta carga irónica de la frase anterior). Entre esos valores occidentales, está la entrada en el mercado internacional de capitales que ha dado la llave del continente africano a China.

El autoritarismo chino se puede llegar a exportar como un modelo que realmente suponga la salvación a los graves problemas internos que atraviesan estos países


Hace ya muchos años que el olvido de Occidente se ha topado con una China a la que su propio territorio se le queda corto como área de influencia. Ante una democracia que no ha traído lo que se esperaba, el autoritarismo chino se puede llegar a exportar como un modelo que realmente suponga la salvación a los graves problemas internos que atraviesan estos países: una mentalidad más colectivista frente al egoísmo individualista, propio de los países liberales.

Si analizamos las economías que en diez años serán grandes potencias desbancando a los países europeos nos encontramos con regímenes muy poco democráticos como son India e Indonesia. Lejos parece quedar la pregunta de qué fue primero la democracia o el crecimiento económico. La mano invisible de la influencia económica china cada vez es más visible, y la social, tan solo está germinando. Pero el caldo de cultivo ahí está y hemos contribuido todos nosotros en gran medida al abandono e incomprensión de otras maneras de entender y vivir la vida.

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