La ucedeización del PP parece ya irreversible. Estaba ahí hace ya tres años, cuando Mariano Rajoy enfilaba el final de la anterior legislatura, pero en Moncloa se las apañaron para comprar tiempo. Rajoy se dejó más de tres millones de votos y 63 escaños en 2015, pero consiguió mantenerse en el poder gracias al caos que había sembrado en el campo contrario.
Entendían que si se rompía la alternancia ellos conservarían el poder eternamente, pasase lo que pasase, hiciesen lo que hiciesen. Pero era un espejismo, la clásica autocomplacencia en la que incurren los que llevan demasiado tiempo al calor de la moqueta y el coche oficial.
Tras la tempestad ha llegado la calma que, en el caso del PP, se traduce en más desafección que nunca. El batacazo electoral en Cataluña quizá sea su demostración más visible. Éste ha traído como consecuencia el ascenso de Ciudadanos, al menos en las encuestas que, aunque en España tienen un efecto más inductivo que predictivo, sí sirven como indicador cuando el viento ha cambiado de dirección.
Ciudadanos ofrece al votante del PP una alternativa aseada y algo más fiel a los principios que los chicos de Rajoy, dispuestos a negociar con todo y sobre todo con tal de aferrarse a la poltrona. Lo estamos viendo con los presupuestos y el nauseabundo pasteleo con los nacionalistas vascos, a quienes está concediendo lo mismo que hace no tanto se negaba a negociar con los nacionalistas catalanes.
Si Ciudadanos entregara el Ejecutivo autonómico a una coalición de izquierdas, le estaría regalando, a sólo un año de las elecciones, un ingente presupuesto, una sonora victoria y el control de Telemadrid
Moncloa, con todo, es consciente que la política interesa a muy poca gente y que sus afanes sólo llegan al gran público en momentos puntuales, coincidiendo con casos de corrupción y asuntos de seguridad nacional como el terrorismo o la crisis provocada por el secesionismo en Cataluña. Pero lo de Cataluña no han sabido aprovecharlo, más bien todo lo contrario, les está suponiendo un coste. Respecto a la corrupción, quizá olvidada pero no perdonada, faltaba un nuevo escándalo para que todo se pusiese del revés.
Y es aquí donde entra el master de Cristina Cifuentes, un asunto menor al lado de tramas como la Gürtel, los ERE de Andalucía o el culebrón de los Pujol, pero dirigido contra la línea de flotación de un partido del que se sospecha por principio. El caso, al parecer filtrado por un profesor vengativo, en otro momento o en otro partido no hubiese tenido tanta relevancia, pero al PP le está esperando todo el mundo -tanto los propios como los ajenos- con la escopeta cargada. Es tal la cantidad de agravios que el tándem Rajoy-Soraya ha ido creando a su paso que cualquier cosa que les afecte se va a sobredimensionar. Nadie saldrá en su defensa. Crearon intereses, no afectos. Estas son las consecuencias.
A grandes rasgos, y sin entrar en detalles ya conocidos por todos, la presidenta de la Comunidad de Madrid se agenció un máster, lo hizo por pura vanidad porque ella no lo necesitaba para nada. Un enjuague al que, por cierto, se prestó entusiasta la Universidad Rey Juan Carlos. Pues bien, este error fatal de hace ya siete años le va a terminar costando el puesto, ya en directo, ya en diferido. Es decir, o ahora o dentro de un año.
De que sea ahora o en las próximas elecciones depende enteramente de Ciudadanos, socio de Gobierno en la Comunidad y heredero natural de lo que quede del PP en Madrid. Están ante un importante dilema. Si la dejan a flote verán como poco a poco va hundiéndose pero, a cambio, siempre les acusarán de haberla sostenido hasta el final.
Pueden también dejarla caer tal y como pretenden Podemos y el PSOE mediante una moción de censura conjunta. Ahí habrán salvado la honra pero entregarían el Ejecutivo autonómico a una coalición de izquierdas sobre la que no tendrían la más mínima influencia. Les regalarán a sólo un año de las elecciones un ingente presupuesto, una sonora victoria y el control de Telemadrid.
A ellos les corresponde decidir. Ciudadanos no se apresuró en 2015. Evitó entrar en gobiernos regionales a pesar de que en algunos podría haberlo hecho sin problemas. Hizo bien. Gobernar es exponerse y equivocarse. Buena parte del descrédito que arrastra Podemos viene de las prisas por mandar. Quizá lo que más les convenga en esta hora sea mantener esa proverbial prudencia. El premio es sustancioso y no siempre que se llega antes se llega mejor.