Ayer, el CIS publicó su macroencuesta para las elecciones generales, más de 16.000 entrevistados, una muestra que ninguna empresa o partido podrá replicar por la complejidad y el coste que implica. Son muchos los analistas-especialistas en encuestas que se ocuparán de tratar sobre la veracidad y credibilidad de los resultados; este artículo se circunscribirá a las consecuencias estratégicas que puede llevar aparejado el CIS de abril.
La encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas dibuja un panorama electoral contundente, el PSOE casi duplicaría a la segunda fuerza electoral, el PP, que mantendría la primera posición del bloque de la derecha. El triple empate técnico se situaría en la parte baja de la tabla, con Ciudadanos, Unidas Podemos y Vox enzarzados entre el 11% y el 13%. Lejos quedarían encuestas que dibujaban un escenario “to close to call”, una expresión anglosajona que significa que los dos rivales con opciones de gobierno están demasiado cerca como para pronosticar el resultado.
Una encuesta que posicione a un claro ganador puede producir el efecto contrario, dirigiendo el voto hacia la abstención u otras opciones
Las campañas tienen un componente psicológico que no se puede desdeñar: sesgos cognitivos que nos conducen a pensar que estamos en el bando ganador, disonancias cognitivas producidas por informaciones que contradicen nuestras creencias y que nos llevan a obviarlas o desacreditarlas, heurísticos de representación que categorizan la sociedad, míos y adversarios… Todos ellos errores de cálculo que nos hacen tomar decisiones rápidas en función de diagnósticos ligeros. En este juego debemos situar la influencia del CIS en la decisión del voto.
Las encuestas no solo son un elemento informativo que dibuja un determinado estado político con porcentajes y horquillas de escaños; sitúan al elector en el mapa electoral y lo condicionan para tomar sus decisiones. Pero como todo, en ciencias sociales las cuentas no son exactas. Alguien podría pensar que si existe un ganador claro eso le beneficia porque se produce el “efecto ganador” -bandwagon-, cuya teoría dice que se produciría un efecto sumatorio que aumentaría todavía más el resultado de la encuesta. Pero lo cierto es que una encuesta que posicione a un claro ganador puede producir el efecto contrario -underdog-, que desincentiva el voto a la fuerza ganadora hacia la abstención y/o otras opciones, ya que el elector da por segura la victoria y no se ve obligado a apuntalar su primera opción de voto.
Toda esta explicación precede a la tesis final de este artículo: las encuestas sirven a los partidos para diseñar sus estrategias de campaña, pero también para modificar comportamientos electorales en función de las expectativas y demás componentes estudiados por la psicología social. ¿Usted se cree la encuesta? Pues dependerá si le reafirma en sus creencias o no, pero el trabajo demoscópico no es brujería, ni religión, no se trata de creer o no creer. Además, uno de cada tres electores todavía no saben qué votaran y las encuestas pueden ser un factor que les ayude a determinar su voto.