Opinión

Jaume Collboni y la astucia del caberú

Jaume Collboni Cuadrado nació en Barcelona el 5 de septiembre de 1969. Es el mayor de dos hermanos. De su padre se sabe poco, salvo que era ingeniero, que se quedó sin trabajo en

  • Jaume Collboni y la astucia del caberú.

Jaume Collboni Cuadrado nació en Barcelona el 5 de septiembre de 1969. Es el mayor de dos hermanos. De su padre se sabe poco, salvo que era ingeniero, que se quedó sin trabajo en los años 70 (cuando Jaume era un niño) y que esa circunstancia amenazó seriamente el porvenir de la familia. Falleció en un hospital de Madrid a finales de marzo de 2020, en lo peor de la pandemia del coronavirus; según su hijo, la causa no fue la COVID-19, sino un postsoperatorio que no pudo salir peor. La madre de Collboni, Alicia Cuadrado, trabajó en el Ayuntamiento de Barcelona. Su hermana pequeña, con la que se lleva muy bien, se llama Iolanda. La familia paterna procede de Cataluña (de Palamós, para ser exactos) y la materna de Andalucía.

Collboni vivió su niñez en varios lugares y barrios: el Baix Guinardó, donde nació; La Teixonera, el Barrio Gótico, el Pueblo Nuevo y el distrito del Ensanche. Estudió siempre en la escuela pública, aunque en centros muy distintos: pasó de la escuela Icària, un lugar pionero en la innovación pedagógica, a la que entonces se llamaba Escuela Obispo Doctor Irurita. Era un bastión pedagógico del franquismo más rancio: los niños de azul y las niñas de rosa, primero subían las escaleras ellos y luego ellas, y todo el santo día rezando. “Fue un viaje en el tiempo”, dice hoy Collboni; “yo no había rezado en mi vida, pero aterricé en una escuela anclada en el franquismo y me tuve que adaptar”.

Luego estudió Derecho en la Universidad de Barcelona. Allí comenzó su actividad en grupos asamblearios, sindicales y políticos. Llegó a ser secretario general de la Asociación de Jóvenes Estudiantes de Cataluña (AEJEC) entre 1992 y 1995, es decir, cuando tenía entre 23 y 26 años, una edad en la que la gran mayoría de los estudiantes ya ha terminado la carrera y está empezando a trabajar… a no ser que se haya sido un devoto de la cafetería más que de las aulas. Pero no fue Collboni mal estudiante. Tampoco una lumbrera, digámoslo todo. Después de licenciarse hizo un posgrado en dirección de sistemas de la información. Pero no parece haber ejercicio mucho tiempo como abogado, ni con demasiada intensidad. Lo suyo era la política.

Se apuntó al PSC-PSOE en 1994. Hay que decir que le fue bien, tanto en el partido como en la UGT. Es difícil encontrar en aquella generación de socialistas a alguien que haya sido tantas cosas, que haya ocupado tantos cargos, algunas veces a la vez. Era el clásico tipo que siempre estaba ahí cuando había que hacer algo, sobre todo si se trataba de comunicación o de dar la cara ante el público.

Era guapo y lo sabía, siempre lo supo, con un aire a lo George Clooney. Es un hombre optimista que sabe sonreír y caer bien. Es perseverante o, por mejor decir, obstinado, a veces hasta la terquedad. Le gusta mucho leer, le gusta todavía más andar en bici y se ha ocupado de que las dos o tres veces que se ha tirado en parapente le hayan hecho parecer un héroe de guerra. Es un consumadísimo instagramer. De su pasión por la música, sobre todo por el jazz, son buena prueba los nombres que les ha puesto a sus gatos: la hembra se llama Aretha y en macho es Franklin. Aretha Franklin. Con eso está dicho todo.

El magnético y seductor Collboni, siempre con su sonrisa (es difícil encontrar a un político catalán que sonría mejor), impulsó el gabinete técnico de UGT en Cataluña. Volvió a irle bien. Rozando el cambio de siglo lo llamaron para la dirección nacional del sindicato. Antes, o a la vez, había sido otras cosas mayores o menores, como consejero del distrito de Horta-Guinardó, en Barcelona. Eran los tiempos en que el ecosistema político catalán funcionaba con personajes que hoy se nos antojan casi extinguidos, de otro tiempo y otro clima, como Pasqual Maragall, Artur Mas o Joan Clos. Luego todo cambió y sobre Cataluña se abatió la plaga de langosta del procès, que acabó con la prosperidad, dividió a los catalanes y dio unas alas hasta entonces inimaginables a la extrema derecha en toda la nación.

Dentro del PSC, Miquel Iceta y Josep Martí Álvarez ya habían puesto sus ojos avizores en él. La cosa fue rápida. En 2005 le hicieron coordinador del grupo del PSC en el Parlamento catalán; a él, que no era diputado. En 2008 lo metieron en la Ejecutiva del PSC. En 2010 lo eligieron diputado autonómico, al año siguiente secretario de comunicación (quién sino) y un poco después portavoz del grupo parlamentario en la Cámara catalana. En 2014 lo eligieron presidente de la federación barcelonesa del PSC. Eso es lo que se entiende por ir lanzado, sobre todo cuando eres respetuoso con quienes te apoyan y te empeñas en no seguir la tradición inmemorial del partido, que es apuñalar a tus amigos por la espalda a la primera oportunidad.

En 2015, primarias de por medio, Collboni encabezó la lista socialista al Ayuntamiento de Barcelona. Fue una costalada terrorífica. El ecosistema catalán había cambiado ya y el procès se aproximaba a su gólgota. La candidatura de Collboni perdió casi la mitad de los votos que había conseguido en los anteriores comicios (cuando el candidato fue Jordi Hereu) y pasó de 11 concejales a cuatro. Quinta fuerza política. Eso es estar en vías de extinción, o al menos así lo parecía. Logró tan solo un asiento más que el PP, que estaba en un estado casi museístico. Pero Collboni colaboró para darle la vara municipal a la populista Ada Colau, que había logrado 11 asientos en un consistorio fragmentadísimo.

Pero es muy peligroso dar por muerto (políticamente) a alguien que sonríe tan bien y que maniobra mejor. En los siguientes comicios, los de 2019, Collboni dobló el número de sus votos y el de sus concejales. Volvió a apoyar a Colau para la Alcaldía. Su cortés reverencia ante aquella tormentosa mujer fue premiada con la primera Tenencia de Alcaldía y con la primera vicepresidencia de la Diputación de Barcelona. “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”, que escribió Juan Ruiz de Alarcón.

En medio de todo este trajín, la vida de Collboni parecía una montaña rusa llena de brillos y negruras. Su madre, Alicia Cuadrado, se perdió un día en que salió a pasear con el perro. Se montó un operativo gigantesco, no porque fuese la madre de Collboni, sino porque estas cosas, en España, funcionan bastante bien. Apareció la señora completamente despistada, pero viva y en muy aceptable estado. Luego se supo que se trataba del mal Alzheimer.

Otro desastre. En abril de 2011, Jaume Collboni dio en casarse con su amor más duradero, el productor de televisión Óscar Cornejo. Eso está muy bien, qué duda cabe, pero es que Cornejo resultó ser el creador de programas como Sálvame, Aquí hay tomate y otros de parecido pelaje. A la boda asistieron, cómo no, Miquel Iceta y hasta el expresidente de la Generalitat, José Montilla. Pero es que también se presentaron Jorge Javier Vázquez, Belén Esteban, Risto Mejide, Karmele Marchante, Lydia Lozano y otros coleópteros semejantes. Aparte de que muchos de quienes lo vieron menearon la cabeza, abatidos, mientras murmuraban “esto no puede acabar bien, esto no puede acabar bien, estoles va a traer malísima suerte”, la boda de marras fue utilizada, entonces y después, por las dos extremas: la derecha y la indepe. Ahora veremos cómo. La pareja se divorció cinco años después sin mayores desangramientos. Collboni siguió sonriendo y cuidando de Aretha y de Franklin.

Collboni abandonó su puesto en el gobierno municipal de Barcelona en febrero de este año, 2023. Lo dejó claro: quería preparar su candidatura (por tercera vez) a la Alcaldía. Ada Colau puso cara de circunstancias. El resultado de las elecciones fue un auténtico sudoku. Los puigdemontistas o indepes de derechas ganaron por los pelos, con Xavier Trias “que us bombin” a la cabeza. Luego quedó Collboni. Detrás, Colau. En cuarta posición, bastante lejos, ERC. Y los quintos fueron los del PP.

Las cuchilladas para obtener la alcaldía se parecieron bastante a la Noche de San Bartolomé de 1572 en París. Oíanse los aullidos y los gritos de horror, las voces de “traición” y los más gruesos denuestos de punta a punta de la ciudad. Al final se logró un imposible: que Collboni fuese investido alcalde con el apoyo de la gente de Colau y… ¡del PP! Seguramente pronto sabremos en qué cedió, ay, él tantas veces extinto y tantas veces resucitado político socialista para lograr semejante equilibrio, pero lo primero que sucedió fue que los medios adictos a Vox y al independentismo más montaraz coincidieron en zaherir cruelmente a Collboni por lo estrambótico de su alianza política y… por ser gay. En pleno 2023. Es decir, que le vejaron por andar en muy malas compañías y por ser homosexual, vileza indecente e indigna de nadie que se reclame persona libre y de buenas costumbres. Pero es de sobras sabido que en política, y no solo en política (aunque en realidad estamos hablando de política y nada más), el odio puede más que la lealtad y la calumnia más que la honestidad. No suelen hacerse prisioneros. Y, como decía Benjamin Franklin, es frecuente ofender y vejar a quien se odia.

Hoy, a estas horas, Jaume Collboni se ha vuelto a librar de la extinción y es alcalde de Barcelona. Mañana, pues ya veremos.

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El lobo etíope (canis simensis), también llamado lobo abisinio o caberú, es una de las 37 especies de cánidos que pueblan el planeta, aunque esa cifra cambia con cierta frecuencia. Habita en ciertas zonas de Etiopía, por lo general muy altas, y en ninguna parte más, aunque en otro tiempo ocupó amplias extensiones: ha sido expulsado de ellas por el cambio climático, por la extensión de los cultivos humanos y por otros proceses semejantes.

Es un animal muy hermoso y elegante que guarda cierto parecido con el dingo australiano, aunque las pruebas genéticas parecen demostrar que se trata tan solo de una coincidencia: no tienen mucho que ver ambas especies. Muestra una sólida estructura familiar, es muy “casero” y también muy amable y seductor.

Está al borde de la extinción… desde hace décadas. Dicen los científicos que ahora mismo no quedan más de 550 ejemplares en libertad, lo cual lo coloca en un estado crítico; pero hace pocos años no eran más de 160 y con cuatro concejales; y sobrevivieron, lo cual quiere decir que el caberú es, aparte de muy astuto, duro de roer. Suele resurgir de sus cenizas. Le hagan alcalde o no, que eso es lo de menos, aunque al caberú muchas veces no se lo parezca, pobrecito.

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