Opinión

Concha Velasco: cómo aprendí a quererla

Mucho se habrá hablado sobre Concha Velasco para cuando este artículo se publique, muchos homenajes y obituarios s

Mucho se habrá hablado sobre Concha Velasco para cuando este artículo se publique, muchos homenajes y obituarios se habrán escrito, y más o menos todo el mundo incidirá en lugares comunes. Así que voy a intentar hacer este homenaje lo más personal posible. Discúlpeme el lector si no doy un repaso a la filmografía de Concha Velasco, pero estoy segura de que le bastará a usted con clicar en un buscador de internet para encontrarla bien detallada.

Me avergüenza decir que cuando yo era muy joven estaba muy de moda entre los modernos de Malasaña ( sí, ya entonces existíamos los modernos de Malasaña que nos movíamos entre la Vía Láctea y el King Creole) criticar a las estrellas patrias. Concha Velasco, Lola Flores o Carmen Sevilla eran para nosotros rancias y casposas.

Si a mí me llegas a preguntar a los veinticinco años qué opinaba de cualquiera de ellas te hubiera dicho que no me importaban lo más mínimo. Y solo habría sabido mencionar dos películas en las que apareciera Concha Velasco: La chica yeyé, que ni siquiera se llamaba así, y Santa Teresa de Jesús, que ni siquiera era una película.

En la soberbia intelectual propia de la juventud yo pensaba que al producto patrio había que despreciarlo y que una tenía que ir al cine a ver obras de directores finlandeses o iraníes en las que a poder ser no se hablara una palabra; y y que una, en su casa, tenía que escuchar música de grupos que cantarán en inglés y que a poder ser distorsionaran las guitarras hasta que sonaran lo más parecido a un maullido de gato. Pero una no podía ver películas españolas ni escuchar a señoras que cantaban que querían ser una chica una chica yeyé

En aquellos tiempos Concha Velasco era una figura omnipresente. Sus películas se reponían constantemente en televisión y se creaba un curioso efecto por el cual si cambiabas de canal con el mando a distancia te podía aparecer una Concha de veinticinco años cantando en minifalda en televisión española, y al segundo, en Antena 3, otra Concha de cuarenta en negligé ( lo que entonces se llamaba una señora estupenda) haciéndole carantoñas a un señor calvo, en una película de aquellas del destape.

Concha Velasco, como digo, estaba en todas partes porque además, por si lo de las películas fuera poco, también presentaba galas y programas varios. Y aparecía en series. No sé, yo tenía la impresión de que era una señora que estaba constantemente en mi vida , como un actor secundario de la trama o como un decorado de tramoya, pero a la que no le prestaba mayor atención.

Todo eso cambió cuando fui, años más tarde, ya entrados los dos mil, al teatro, a ver Filomena Maturano. He de decir que si compré las entradas fue solo para que mi madre viera en carne y hueso a Concha Velasco, a la que admiraba profundamente. Y debo admitir que a mí en aquel momento Concha Velasco me daba bastante igual y que lo único que quería era complacer a mi madre y hacerla feliz.
Pero viendo a Concha Velasco sobre las tablas, la cabeza me hizo clic.
En el escenario estaba una señora de sesenta y siete años que parecía que tuviese cuarenta. Milagro.
El segundo milagro fue que realmente aquella mujer me hizo llorar.

Si me preguntan ahora de qué trataba la obra probablemente no me acuerde de nada ( si no me voy a Google a buscar el argumento). Recuerdo a grosso modo que la tal Filomena era italiana, era prostituta (o al menos era una mujer de vida licenciosa) y que amaba profundamente a sus hijos, más que a su propio amante. Poco más. Recuerdo que me pareció que estaba ante una actriz excepcional. Y recuerdo que, cuando acabó la obra, Concha salió a la puerta del teatro a saludar a una multitud que la estaba esperando. Y que me reconoció.
Y me sorprendió mucho porque en aquella época yo era más famosa que ahora, pero tampoco era tan famosísima como para que ella pudiera reconocerme. Yo le expliqué que mi madre era una gran admiradora y creo recordar que Concha le firmó un autógrafo. Y había algo tan auténtico, tan dulce, tan entregado en ella que me ganó por completo.

Vivo en el centro de Madrid, me encanta el teatro, y he tratado a lo largo de mi vida con muchísimas actrices. Por supuesto que la gran mayoría son encantadoras con sus admiradores, porque saben que de ello depende su trabajo. Tienen que serlo. Pero en muchos casos se nota que están actuando, porque es muy difícil fingir lo que no se siente. En eso se basa precisamente el estudio de la proxémica y la comunicación no verbal, y por eso en muchas ocasiones se contrata a especialistas en comunicación no verbal para evaluar en vídeo las entrevistas de candidatos a puestos de responsabilidad en una multinacional o para analizar las declaraciones de sospechosos de crímenes.
Con todo esto vengo a decir que Concha no fingía. Que es fácil detectar el entusiasmo impostado en una persona, por muy actriz que sea, cuando la tienes a un palmo de distancia y cuando has estudiado comunicación no verbal. Pero, repito, Concha no estaba actuando. Concha pareció verdaderamente conmovida con el hecho de que mi madre -que entonces era una mujer muy mayor y apenas podía andar- estuviese casi a punto de llorar por conocerla, y fue increíblemente cálida.

Desde entonces procuré ir a todas las obras de teatro en las que actuaba Concha Velasco, e intentaba ir acompañada de mi madre. Y no voy a contar nada que todo el mundo no sepa: Concha Velasco era una actriz insuperable, con un registro amplísimo, que podía interpretar tanto comedias ligeras como dramas lacrimógenos , pasando de una emoción a otra como quien entra y sale por puertas giratorias, y que era creíble en cualquier papel que interpretara.

También ponía atención cuando me contaban cosas sobre su vida: y lo que viene a continuación es más o menos parte de lo que me contaron y que puedo contar. No porque quiera hacer salseo sino porque Concha no solo fue una gran actriz sino también una mujer muy valiente.

Concha se quedó embarazada de su primer hijo en un momento en el que en España ser madre soltera suponía una condena social. Muy en particular para una mujer a la que se había promocionado poco menos que como la novia de España. Si bien el aborto estaba prohibido en España, abortar no era imposible en suelo patrio, ni mucho menos, y desde luego podía ser hasta fácil si se tenía el dinero para pagar a uno de los muchos médicos discretos que operaban en la Castellana. Y si se contaba con un poco más de dinero una se podía marchar a Londres. Concha hubiera podido abortar si hubiera querido.

Concha no podía casarse con el padre de su hijo porque el señor ya estaba casado y muy casado en una época en la que en España no existía el divorcio. Pero mucho menos quería deshacerse del niño. Había estado enamorada del padre y ella sentía a su hijo como la consecuencia natural de una historia de amor. La historia de amor era tan enrevesada como para que hubiera un momento en el que -según me contaron- la amante y la esposa legítima vivieran en el mismo edificio. La identidad del padre de su hijo ya se desveló en su momento - era el director de fotografía Fernando Arribas- pero Concha Velasco guardó celosamente este secreto durante años, hasta tal punto que media España, yo incluida, creía que su hijo Manuel era el hijo de Manolo Escobar.

Años después Concha conoce a un actor guapísimo, Paco Marsó. Muy guapo pero no tan buen actor como ella. Y este señor hace algo impensable en la época. Adopta como propio al primer hijo de Concha. Quizá personas un poco más jóvenes que yo no consideren que haya nada de heroico en un gesto que hoy vemos como algo completamente natural en un hombre que ame de verdad a una mujer pero… Personas que tengan mi edad y que hayan nacido en pleno franquismo saben que al hombre que hacía algo así no le llamaban ni heroico ni generoso. Le llamaban desde calzonazos a planchabragas pasando por otros adjetivos no tan bien sonantes. Concha le estuvo siempre enormemente agradecida por que prohijara a Manuel y vete tú a saber si aquel agradecimiento le llevó a soportar todos los carros y carretas que Paco metió en el camino de aquel matrimonio.

Paco arruinó a Concha, como a estas alturas todo el mundo sabe, y encima la convirtió en "la cornuda de España" , frase que no me he inventado yo sino que acuñó la propia Concha refiriéndose a sí misma: "Yo era la cornuda de España. Y debería haber luchado más. Él se fue de casa. Estaba enamorado de otra. Yo no lo eché. Lloré arrastrándome por el suelo. Entonces creí que se iba por problemas de dinero, pero no.".

Había problemas de dinero, claro que había problemas de dinero. Paco Marsó reconocería más tarde que tenía problemas con el juego y que hubo noches en el casino en las que llegó a perder casi un millón de las antiguas pesetas (para que se hagan ustedes una idea, en la época con ese millón te podías comprar un piso en Bermeo). Para colmo los negocios de Marsó fueron siempre ruinosos, lo que le supuso a Concha deudas con Hacienda. "Al divorciarme he ganado que cuando suena el timbre de casa no piense que es una citación judicial" diría ella más tarde.
Y como guinda del pastel envenenado, una verdad que todos conocían: Marsó no era un santo en ningún sentido y le había sido infiel a Concha en numerosas ocasiones con profesionales del sexo.
Porque era un poliadicto. Adicto al juego y adicto a las mujeres, eso lo reconoció el mismo. ¿Adicto a otras sustancias…? Eso fue un rumor y puesto que Marso ya ha fallecido, en rumor prefiero dejarlo. Porque no tiene ningún sentido arrastrar el nombre de nadie por el fango, mucho menos cuando la mujer que hubiera podido hacerlo decidió respetar el nombre del padre de sus hijos.
Y esto debo remarcarlo , porque mientras Marsó iba hablando de su matrimonio, previo cheque, en todo tipo de programas sensacionalistas salseados de rosa y más rosa, Velasco declaraba que "peor prostitución es la de la gente que va a los programas de televisión a contar cosas de los demás. Esa sí que es una prostitución consentida e incluso remunerada".
Hay que dejarlo muy claro. En los peores momentos de Concha Velasco , en aquel famoso año en el que tuvo que vender su casa para pagar deudas con Hacienda y no le quedó otra que irse a vivir a un pisito no precisamente humilde, pero sí modesto en relación con el tren de vida que ella había llevado, Concha nunca cayó en la tentación de vender su intimidad a cambio de un cheque, como sí hizo Marsó. Jamás hablo mal de él y siempre le trató con el máximo respeto.
A ese respecto he escuchado a muchas presuntas feministas decir que ése no es precisamente un comportamiento admirable, que ninguna mujer debe consentir que le maltraten de esa manera y que Concha tenía todo el derecho a hablar mal de Paco o incluso a haber cobrado por ello. Que no hay nada de digno en su silencio.
Pero si algo amaba Concha era a sus hijos y una cosa es desahogarte en privado y otra hacer pasar a tus hijos por la vergüenza y el mal trago de tener que ver cómo arrastran por los mentideros una relación, la de tus padres, que al fin del cabo forma parte de tu identidad y de tu historia. Ser una mujer digna y consciente no te hace poco feminista, más bien al contrario.

Y ahora es cuando voy a pasar a hablar de sus hijos porque he tenido la suerte de presenciar la excelente relación que Concha tenía con su hijo Manuel. Era una relación de adoración mutua tan obvia que casi podías cortar con un cuchillo el aire entre ellos, de lo denso que se volvía. Cuando les he visto juntos se miraban y se tocaban como lo harían dos amantes clandestinos. La complicidad era evidente. Parecía que hubiera una burbuja invisible que les rodeaba y en la que nadie podía penetrar a no ser que ellos dieran permiso.
Y yo sé perfectamente que no todas las madres consiguen que sus hijos les amen. Desgraciadamente he conocido a madres que le han dado todo a sus hijos ( amor, dedicación, entrega, dinero) y no han recibido nada a cambio. Así que no pienso que es deber de una madre que sus hijos le amen. Pero sí que ,cuando veo ese tipo de camaradería tan grande entre un hijo y una madre, o una madre y una hija, sé que detrás hay un inmenso trabajo. Sé que es un vínculo firme muy difícil de construir, pero aún más difícil de destruir. Se que es algo a admirar y tener en cuenta. Por eso, si bien yo admiraba muchísimo a la Concha actriz, admiraba tanto o más a la Concha madre.

No puedo decir que no tuviera yo el honor de figurar entre su íntimo círculo de amigos, me encontraba más bien entre los admiradores periféricos. Dicho lo cual, siempre que coincidí con Concha me admiraba su inteligencia, su ingenio y su elegancia. Siempre fue maravillosamente vestida, maquillada y peinada, lo cual tenía mucho más mérito porque se maquillaba y se peinaba ella misma. La elegancia se confunde muchas veces con ropa y con dinero. Pero la verdadera elegancia tiene que ver con simplicidad, equilibrio y armonía… y sobre todo con la independencia. Porque las mujeres verdaderamente elegantes son fieles a un estilo y nunca se dejan llevar por las modas.
Cualquiera que eche un vistazo al ingentísimo archivo de fotos de Concha Velasco a través de los años verá que siempre fue una mujer elegante, desde que llevaba la minifalda y la melenita bob hasta sus últimos años con gafas de pasta y melena blanca. Pasó de ser un bellezón sexy a un icono de estilo, y lo hizo sin llevar nunca ropa carísima ni promocionar a modistos firmas de moda.

Concha Velasco demostró que el mejor accesorio que puede llevar a una mujer es la confianza. Que cuanto más más hace una mujer, más se la ve; y cuanto más se la ve, más se la acepta. Pero eso solo se logra cuando ella se acepta a sí misma y defiende con dientes y uñas sus decisiones, tanto profesionales como vitales.

De la misma manera que Concha Velasco defendió su posición vital al seguir adelante con el embarazo de un niño sin padre reconocido, en un momento en el que hubiera podido perder muchos trabajos por eso, también defendió la decisión profesional de haber trabajado en películas de destape más o menos olvidables. Y la defendió porque ella creía que todo trabajo es digno y que de todo trabajo se aprende.
Y ,sobre todo, que un trabajo es digno cuando su fin es el más digno de todos: el de mantenerse no solo a una misma sino también a la familia que una ha elegido, una familia que ha llegado no por azares del destino sino porque una la ha deseado y la ha buscado.

Resumiendo. Si Concha Velasco ha sido alguien tan unánimemente admirada y querida es por una razón muy simple: porque la perseverancia y la resiliencia son las madres del éxito. Tanto en lo profesional como en lo personal.

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