Opinión

Paracuellos, Guernica y el país del nunca jamás

Quizás aparten la filosofía de las aulas para que los alumnos no tomen perspectiva de la idiotez que impera en estos representantes y, sobre todo, de su dimensión y cronicidad

  • El presidente ucraniano comparece por vídeo-conferencia en el Congreso -

Nuestra tarea pendiente la definió Ortega en 1914 cuando todavía no habían comenzado a tronar los cañones que segaron varios millones de vidas en la Primera Guerra Mundial. Lo hizo en Meditaciones del Quijote donde el joven filósofo reflexionaba sobre 'lo español' y desconfiaba del concepto de patriotismo que se proponía a los ciudadanos tras tres siglos y medio de “descarriado vagar” y deformación de lo que se conoce como identidad nacional. “Lo que suele llamarse España no es eso, sino justamente el fracaso de eso”.

Después, continuaba: “Es necesario que nos libertemos de la superstición del pasado, que no nos dejemos seducir por él como si España estuviese inscrita en su pretérito”. De este modo, “los que amen hoy las posibilidades españolas tienen que cantar a la inversa la leyenda sobre su pasado”. Era primavera y Ortega moldeó estas reflexiones mientras observaba el Monasterio del Escorial.

Es una lástima que la Filosofía vaya a tener tan poco peso en la educación obligatoria y que quienes manejan el timón del país la aparten con tanto atrevimiento de sus quehaceres. Porque luego pasa lo que pasa. En una de las últimas tardes de este eterno invierno madrileño, compareció Volodímir Zelenski -por videoconferencia- ante los representantes del Parlamento e hizo una referencia al bombardeo de Guernica para ilustrar sobre las penurias que sufren estos días los ciudadanos de su país.

Su discurso no fue aplaudido por el radical Enrique Santiago -Izquierda Unida- y lo apostilló Santiago Abascal, quien se apresuró a recordar la matanza de Paracuellos del Jarama. Se me ocurren pocos ejemplos más esclarecedores sobre esta España cuyas cenizas se empeñan en apisonar una y otra vez quienes deberían aparcar de una vez el debate sobre lo que fuimos y lo que deberíamos ser... para abordar el que cada vez es más acuciante e irrealizable: ¿Qué somos, qué seremos y cómo lo lograremos? Quienes deberían dar respuesta a estas acuciantes cuestiones parecen empeñados en triturar una y otra vez el concepto de 'país', que de tantas veces que ha sido sometido al rodillo, hoy tiene forma de polvo.

Paracuellos y el eterno 'guerracivilismo'

No hay forma de concentrar las energías en la confección del futuro cuando el debate se centra en el pasado y en el concepto deformado de España. Ni que decir tiene lo que sucede cuando se refieren al Estado de derecho, que se han ocupado de secuestrar entre grandes desencuentros que, en parte, son fingidos. Porque lo que se escenifica en el Parlamento se deja a un lado cuando toca repartirse el Tribunal de Cuentas o RTVE. O cuando se trata de poner consejeros en Enagás. Por ejemplo.

Lo que ocurrió tras el discurso de Zelenski ya lo exponía Voltaire en sus Cartas filosóficas, en las que afirma: siempre que se habla de la libertad, “uno de los argumentadores entiende casi siempre una cosa y su adversario otra. Luego se presenta un tercero en discordia, que no entiende al primero ni al segundo, pero que tampoco lo entienden a él”. En tiempos de fanatismo, como el actual, en el que los odios se agigantan y las grietas se ensanchan, “el único remedio para curar esa enfermedad epidémica” -opinaba- “es el espíritu filosófico, pues suaviza las costumbres humanas y evita los accesos del mal”. Esto quedó escrito en 1734. Quizás aparten la filosofía de las aulas para que los alumnos no tomen perspectiva de la idiotez que impera en estos representantes y, sobre todo, de su dimensión y cronicidad.

De la memoria histórica, Guernica, Paracuellos, el Valle de los Caídos, Isabel la Católica, don Pelayo y Corocotta no se alimentarán nuestros hijos

Porque se puede afirmar que un pueblo ha llegado a elevadísimas cotas de estupidez cuando el presidente de un país en guerra -al que quieren colonizar- reclama comprensión y apela a la solidaridad internacional -y derrapó al señalar empresas españolas, pero es un error comprensible en su situación- y es respondido con el desplante de los comunistas y la matraca histórica guerracivilista del líder de Vox. En quien parece que hay unos cuantos que han depositado mucha esperanza. Demasiada.

Pocos episodios recientes ilustran de una forma más luminosa sobre las enfermedades de este país en descomposición, en el que el patrioterismo vacío, el sectarismo y el odio irracional hacia el Estado -en varios barrios- han enturbiado la política y la convivencia; y han demorado las reformas estructurales necesarias. Es un futuro muy negro el que le aguarda a España mientras desenterrar a Franco sea una baza más rentable que el debate sobre lo que queremos ser. Y esto último incluye la reflexión sobre cómo los excesos y maldades del presente impactarán sobre nuestros nietos, que pagarán todas nuestras deudas y nuestras largas y superficiales reflexiones sobre glorias y guerras que se vivieron en el pasado.

La desesperante España actual

Pocos motivos existen para sentirse orgulloso sobre la España actual, pero quizás también sea posible aferrarse a otra de las ideas de Ortega para evitar caer en la desesperación y alumbrar al futuro. El filósofo subrayaba en el mismo ensayo el carácter arisco y soberbio de nuestras grandes figuras artísticas y ponía el ejemplo de Goya. Todas sus obras alcanzan el corazón de quien las observa, pero siempre impactan de forma áspera e inesperada. Porque surgen de “lo salvaje”, es decir, de lo que no tiene en cuenta lo anterior y se construye a partir del “caos”. Con cierta soberbia, pero con genio y, sobre todo, efectividad.

Quizás haya quien considere más enriquecedor el debate sobre la búsqueda del sistema educativo -más bien instructivo- más objetivo y eficiente; o sobre el modelo fiscal más justo o la forma más eficiente de hacer conjugar lo público y lo privado en los servicios públicos. Se podría reclamar menos sectarismo a la hora de abordar la reforma del sistema de pensiones, de la sanidad o de las estrategias de protección de las fronteras. Quizás habría que volver a concebir el modelo autonómico para evitar duplicidades e irresponsabilidades; y abordar sacrificios para que el déficit y la deuda no hipotequen el Estado que legaremos a las siguientes generaciones.

Pero a la vista de la incapacidad de quienes manejan la barca española y de la constante demora de las necesarias reformas, tal vez habría que evitar caer en la desesperación e interiorizar esa interesante idea de Ortega, que impulsa a los ciudadanos a actuar como “Adanes”. Esto implica concebir España como lo que realmente debería ser (y en realidad es), y es la suma de talentos, capacidades y padecimientos de sus ciudadanos. Hay que pintar el lienzo, sin esperar la ayuda del Estado. Pintar porque es nuestro deber.

A la vista de la incapacidad de los dirigentes para endurecer sus cimientos y aderezar su superficie, quizás ha llegado la hora de dejar de observarlos y de esperar algo de ellos. Porque de la memoria histórica, Guernica, Paracuellos, el Valle de los Caídos, Isabel la Católica, don Pelayo y Corocotta no se alimentarán nuestros hijos. Máxime en este momento de crisis mundial en el que el empobrecimiento ha impactado contra nuestro rostro con una fuerza terrible. Ellos son muy indecentes. Toca ser Adanes para convertirse en lo contrario.

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