Opinión

David Trueba y el discreto encanto de la casta cultural

Las élites artísticas españolas viven en una burbuja alejada de los conflictos de la gente común

  • David Trueba en la pasada gala de los Premios Goya

Durante la agitación del 15-M, muchos nos planteamos una pregunta incómoda: ¿existe en España una casta cultural? Desde Podemos se hablaba mucho de la casta política, también de la empresarial, pero nunca se aludía a que pudiera existir una casta cultural que impidiese un avance del país (o, al menos, una conversación razonable sobre nuestros problemas). En España se suceden los casos de corrupción en los partidos políticos, también en bancos y hasta en la CEOE, pero apenas se conocen historias de corrupción cultural (quitando alguna excepción que confirma la regla, como los tejemanejes de Natalio Grueso en el centro Óscar Niemeyer de Avilés). La respuesta a esa pregunta, la de si existe una casta cultural en España, nunca llegó a cuajar del todo, y me ha vuelto a la cabeza cuando una amiga me ha mandado una columna reciente de David Trueba en El País, donde el cineasta recordaba un verano clave de su vida, bajo el título de “Mi fracaso escolar” . El comentario con el que mi amiga acompañaba el enlace era rotundo: “que no le haya dado vergüenza escribir esto, sino más bien orgullo, dice todo sobre él y sobre nuestro entramado cultural”.

Trueba cuenta en el texto su verano de 1992, cuando estaba a punto de cumplir los veintitrés años. Andaba cerca de terminar su carrera y había pedido el ingreso en una escuela de cine de Los Ángeles, carísimo lugar (suponemos) en el que le admitieron gracias a una carta de recomendación de Rafael Azcona, mítico guionista español, “con el que comía todos los martes”. Seguramente no hay que recordar que el hermano mayor de David es Fernando Trueba, que llevaba una década arrasando en taquilla y cuya última película, El sueño del mono loco (1989), estaba protagonizada por la estrella internacional Jeff Goldblum. Ese verano Fernando estaba grabando en Portugal Belle Époque, por la que ganaría un Óscar, lo que permitió a David -encargado del making of de la película- pasar una semanas en las verbenas de los pueblos acompañando a Penélope Cruz, Ariadna Gil y Maribel Verdú, “que aún eran actrices desconocidas por allá”. En las pausas del rodaje, nuestro joven guionista aprovechaba para charlar con el legendario Fernando Fernán Gómez. ¿Cómo puede contar alguien todo esto sin la más mínima alusión al denso colchón de contactos y privilegios que lo hacen posible?

Mimado del progresismo

Por si fuera poco, antes de salir hacia Los Ángeles, alguien le concierta -como quien no quiere la cosa- una cita con la responsable de Cultura del El País y David termina de corresponsal en Hollywood, entrevistando a Tom Cruise, Demi Moore, Nicole Kidman, Michael J. Fox, Sidney Lumet y Meg Ryan. Lo típico que le ocurre a cualquier veinteañero español que comienza su carrera.  Es probable que David Trueba sea el mejor ejemplo de la inanidad de nuestras élites culturales. Sus historias ni matan ni engordan, pillas una a medias en La 2 y te puedes quedar viéndola sin sentir rechazo alguno, pero tampoco te aporta nada sustancial. Algunas son como refritos del cine clásico europeo, pero sin el factor sorpresa y envueltas en papel ‘couché’ audiovisual para adaptarlas a la estética contemporánea. La burbuja en la que ha crecido, arrullado por las grandes corporaciones culturales españolas, le ha aislado por completo de la vida cotidiana del país, hasta el punto de poder perpetrar textos como el que comento. Por supuesto, no estamos ante un caso aislado: nuestra esfera cultural está repleta de davidestrueba.

Tenemos un progresismo anclado en 1978, que piensa que toda socialdemocracia es benéfica y toda derecha franquista

Exquisito en los modales, pendiente siempre del matiz, Trueba es tan delicado que casi te olvidas del hecho de que no tiene absolutamente nada que decir, más allá de desparramar de manera discreta su propia autosatisfacción. Releyendo ahora varias de sus entrevistas, recordé un aforismo del gran Nicolás Gómez Dávila sobre las clases altas occidentales: “Burguesía es todo conjunto de individuos inconformes con lo que tienen y satisfechos de lo que son”. Confieso que vi completa su última película, la artesanal y eficiente Eugenio, pero pensando en su cine y en sus declaraciones públicas también me dio por pensar en que tenemos un progresismo que todavía vive anclado en 1978: piensan que toda socialdemocracia es benéfica, que toda derecha española es franquista y que todo ser humano mejora con una suscripción al El País y otra a Fotogramas. Mientras no tengamos élites culturales más despiertas, España seguirá anclada en la modorra imperante desde 1978, la que nos convierte en un país cada vez más mediocre. Pero aún estamos muertos del todo: “El nivel cultural del público ha descendido, pero eso también tiene una parte buena: es menos pedante”, explicaba hace poco el actor Rafael Álvarez “El Brujo”, dando una de las claves del desastre. Necesitamos ese pasito atrás para ver mejor el muermo de décadas que nos paraliza.

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