Opinión

En defensa de las instituciones

La democracia necesita las instituciones, y necesita que funcionen bien, no que sean sustituidas por oligarquías populistas armadas de motosierra

  • Javier Milei -

La sucesión de pútridos escándalos en que naufraga la política española denuncia el estrepitoso fracaso de muchas instituciones, incapaces de ejercer su obligación de control y contrapeso de los poderes públicos y sus posibles abusos o fracasos. Esta semana nos enteramos de que Muface llevaba ¡36 años! pagando un burdel al futuro suegro de Pedro Sánchez, demostrando que el problema es endogámico, antiguo y de todos los gobiernos: el Tribunal de Cuentas señaló la irregularidad una vez, y se archivó sin más. Resumiendo, las instituciones han fracasado, con la admirable excepción de la mayoría de los jueces y la UCO de la Guardia Civil, y con la Fiscalía y el Tribunal Constitucional en la cumbre de la traición.

El problema de fondo es la inhibición de una sociedad que sigue viendo lo público con una mezcla de temor, desdén, envidia y deseo de enchufe

Pero tan lamentable fallo no dice que las instituciones no sirvan para nada por naturaleza, sino que su fracaso es consecuencia de su manipulación y colonización por los partidos y poderes varios, hasta el bochornoso caso de las señoritas de alquiler de Ábalos colocadas en empresas públicas o participadas. Han conseguido que no funcionen y que, lejos de protegernos, sirvan para encubrir la corrupción, el abuso de poder y la ineptocracia. Y el problema de fondo es la inhibición de una sociedad que sigue viendo lo público con una mezcla de temor, desdén, envidia y deseo de enchufe. Ningún diseño constitucional o institucional sobrevive al desinterés, la apatía y la indolencia ciudadana, ni siquiera a esa “ira del español sentado”, que denunciaba Álvaro Pombo.

Contra la moda populista de motosierras sanguinarias y autoritarismo encubierto, la democracia moderna es un sistema de contrapesos y vigilancia mutua entre instituciones a partir del sabio principio de que no debemos esperar ser gobernados por ángeles, sino por gente como nosotros o, como en el caso presente, mucho peor que la media. Sin instituciones funcionales de todo tipo, representativas o independientes -administraciones, justicia, servicios y orden público, auditorías, supervisores-, públicas y privadas, no hay Estado ni democracia liberal.

La corrupción de lo público comienza, como la del pescado, por la cabeza. Uno de los libros de historia económica más interesantes de los últimos años es Por qué fracasan los países, de Acemoglu y Robinson, donde documentan la tesis de que la calidad de las instituciones es el factor más influyente en el desarrollo material y sociopolítico de los países. Un caso ejemplar es el de México y Estados Unidos: hacia 1810 nada indicaba que el heredero de Nueva España fuera a ser adelantado rápidamente por el vecino del norte, que además le humillaría y arrebataría tres cuartas partes del territorio en pocos años. La razón es que las instituciones del México soberano fueron mucho más precarias, inestables y corruptas que las del vecino y rival. Así que una buena razón para defender las instituciones es la materialista: cuanto mejor funcionen, mejor le irá a la riqueza y bienestar social, y viceversa.

El peaje de la democracia

El Estado moderno desarrolló una nueva concepción de las instituciones como su esqueleto básico. Es lo que va del “Estado soy yo” de Luis XIV al crecimiento de instituciones públicas cada vez más profesionales. Montesquieu y Adam Smith admiraron el sistema chino imperial de funcionarios profesionales seleccionados mediante exámenes oposición, en vez de por la gracia del soberano. El proceso se adaptó a occidente y se aceleró con las revoluciones liberales, haciendo del Estado moderno de origen liberal un sistema de instituciones a la vez dependientes de la administración pública y supervisoras de ésta.

El precio de un Estado de instituciones profesionales fue, claro está, la burocracia, ese poder en la sombra de las legiones de cargos y funcionarios de carrera capaces de bloquear las decisiones que no les gusten, como denunciara John S. Mill en Sobre la Libertad: “ninguna reforma tendrá lugar que sea contraria a los intereses de la burocracia (…) donde todo se hace por medio de la burocracia, nada, en absoluto, se hará de aquello a lo que la burocracia sea realmente adversa”. También Tocqueville y Marx llegaron a la conclusión, por vías independientes y con conclusiones antagónicas, de que la enorme y prestigiosa burocracia francesa de hacia 1848, salida de la revolución de 1789, era el mayor enemigo de cualquier nueva aventura revolucionaria por su innato conservadurismo.

Muchos alemanes votaron a Hitler pensando ingenuamente que las sólidas instituciones alemanas frenarían los excesos nazis, pero ocurrió exactamente lo contrario: el poder nacional-socialista creció desde las instituciones que había colonizado o duplicado

Y así la tensa oposición entre la detestada burocracia y la siempre insuficiente democracia devino una constante de nuestro tiempo. Ahora bien, las crisis de la democracia llegan precedidas de una disminución de los privilegios de la burocracia. Muchos alemanes votaron a Hitler pensando ingenuamente que las sólidas instituciones alemanas frenarían los excesos nazis, pero ocurrió exactamente lo contrario: el poder nacional-socialista creció desde las instituciones que había colonizado o duplicado, hasta crear un Estado nazi dentro del alemán. No hicieron sino aprender del fascismo italiano y superarlo. En el extremo contrario, Lenin comprendió que la durabilidad de la dictadura bolchevique exigía destruir casi todas las instituciones estatales previas.

Así que, por mucho que nos fastidien las inercias burocráticas y su tiranía, podemos estar seguros de que la destrucción de las instituciones donde anida es un paso previo al desmantelamiento de la democracia.

La famosa motosierra que puso de moda Milei en Argentina y ahora representa a Elon Musk en su papel de valido despótico de Trump, es un ataque al Estado democrático justificado con el argumento del ahorro

La obesidad mórbida burocrática traducida en ejércitos de funcionarios y empleados públicos privilegiados y a menudo superfluos, pide cada cierto tiempo una dieta de recorte de la fronda administrativa que elimine duplicidades, limite el gasto corriente, elimine ramas muertas y suprima trámites absurdos y ventanillas paralizantes (y a sabiendas de que la burocracia hará lo indecible por sabotear su adelgazamiento). Pero el recorte siempre debe seguir un plan racional con objetivos claros y debate transparente, y sin olvidar nunca que la meta es mejorar las instituciones, no liquidarlas.

La tentación contraria, representada por la famosa motosierra que puso de moda Milei en Argentina y ahora representa a Elon Musk en su papel de valido despótico de Trump, es un ataque al Estado democrático justificado con el argumento del ahorro y la sencillez administrativa, siempre muy atractiva para la mayoría… hasta que recorta sus derechos.

Entonces se descubre el verdadero significado de atrocidades como la ocurrencia de Musk de que 60 senadores destituyan a los jueces molestos que frenan sus atropellos a la Constitución. Cuidado, porque el recorte anárquico y brutal del Estado suele preceder al recorte de la democracia misma. Atención a los ataques a las instituciones disfrazados de “ahorro” sin ninguna justificación económica ni funcional. La democracia necesita las instituciones, y necesita que funcionen bien, no que sean sustituidas por oligarquías populistas armadas de motosierra como en la Matanza de Texas.

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