Degradación es una palabra fea. Anuncia siempre algo que está en movimiento, que no ha finalizado. Algo que fluye y se desplaza y, aunque lleva el sello de lo inevitable, no tiene por qué serlo. Pero, sí, es fea. Degradación es un vocablo desagradable y sin embargo está bien presente entre nosotros. Avanza convenientemente entre nuestras cosas sin que nos inmutemos. La anestesia que nos inoculan con palabras tiene efectos lisérgicos incluso en las personas más informadas. La degradación vive del cansancio, de la repetición y el hastío. Y por ese triunfa ante la atenta mirada de ciudadanos inmovilizados por la costumbre. Cada vez que veo en la televisión a Félix Bolaños creo estar viendo a un maniquí de esos que coloca El Corte Ingles en su escaparate de la calle Preciados. Le cambian la corbata un día, la americana otro, es el mismo siempre. Da igual que me pare a ver o no al estafermo. Y si hablara, lo mismo: siempre tiene la culpa la derecha, ellos son justos, patriotas, amantes de la ley y de la Constitución.
Una España llena de idiotas
Pedro Sánchez nos ha acostumbrado a mirarlo sabiendo que en él vemos el disparate y la mentira; la trampa que vive siempre en ventaja, y así, un día tras otro y mientras no cambie, hace que nos acostumbremos a este estado de postergación y embrutecimiento que ya no extrañamos. Seis meses antes de la Guerra Civil, la prensa más sensata -la poca que había y conseguía saltarse la censura impuesta por Gil Casares y Azaña-, calificaba de política del embrutecimiento aquel ambiente tóxico y retorcido en el que hozaban los radicales de Largo Caballero, la Pasionaria y Calvo Sotelo. El embrutecimiento no sólo estaba en el lenguaje, como ahora; estaba en el desprecio al otro, como ahora. Y no digo más, no sea que se me entienda justo aquello que no quiero decir. Aquella era una España en la que sobraban violentos pero no había idiotas. La de ahora está llena de idiotas, pero, por suerte, sin violentos. Idiota en el sentido griego del término: toda aquella persona que se desentiende de la cosa pública era un idiota en la Grecia de Pericles.
Una lectura con algo de riesgo, el de asumir que las cosas no fueron como te contaron; el de descubrir que el heroísmo, el patriotismo y la piedad no fueron patrimonio de ninguna de las dos Españas
En este punto vuelvo a recomendarles encarecidamente el libro de Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío, Fuego Cruzado. La primavera de 1936 (Galaxia Gutenberg, 2024).
Si le interesa lo que sucedió seis meses antes del golpe de Estado y está dispuesto a dejar por un momento su verdad y la versión que le llega en la voz de su abuelo, este es su libro. Lo es si cree que los hechos están por encima de las emociones. Se trata, pues, de una lectura con algo de riesgo, el de asumir que las cosas no fueron como te contaron; el de descubrir que el heroísmo, el patriotismo y la piedad no fueron patrimonio de ninguna de las dos Españas; el de comprender que cuando Azaña ya no puede embridar el carro de la República y de la democracia, la revolución era lo siguiente. En fin, siento pena porque estoy a punto de terminar una obra necesaria y digna que busca la verdad y la ecuanimidad, que no la equidistancia, de forma muy saludable.
Por cierto, y ya metidos en estos pagos, antes de la lectura de Fuego Cruzado ya pensaba que la Guerra Civil pudo evitarse. No comparto la tesis del inevitable fatalismo español. Pudo y debió evitarse, y la lectura de este libro confirma lo que digo. En fin, un imprescindible.
Mejor la ignorancia que las preguntas
Amigo lector, los malos políticos y las malas personas cultivan siempre un estado de bajeza que en modo alguno tiene que ver con la estulticia. Son listos. Listísimos. Un tipo que ha convertido el orín en lluvia fresca que cae sobre los hombros de sus compatriotas es más estimable, por perverso, de lo que parece. Haces siglos que Tomás de Aquino nos lo dejo escrito: ¡Cuidado, el enemigo -el demonio-, se vale mejor de nuestra inteligencia que de nuestros yerros!
No tiendo a la melancolía, todo lo contrario. Siempre me he defendido bien ante el muermo y la desesperación, y esta vez, estando como está el país, también. Pero que así quiera vivir estos días del verano no me impide preguntarme qué no está degradado ahora mismo en España. Es cierto que es mejor vivir en la ignorancia antes que formularse algunas preguntas. Y también lo es que, como enseña François de La Rochefoucauld, hay varios tipos de ignorancia: no saber lo que debería saberse, saber mal lo que se sabe y saber lo que no debería saberse. En cuál de ellas estamos, me pregunto. En las tres, seguramente.
La larga sombra de Zp
Hoy sabemos que hay un ministro de Exteriores que se degrada apoyando al lobista Zapatero, no condenando al sátrapa Maduro e ignorando a Naciones Unidas, que ya ha calificado las elecciones de megafraude. Por qué una democracia como la nuestra, y ustedes perdonen mi inocencia, no condena lo que vemos todos. Por qué no pide lo más sensato tras unas elecciones que es que se expongan las actas del día de los votos. Que en todo esto esté la mano de un zascandil como Zp no hace más que confirmar que a este país, desde Fernando VII, lo puede gobernar un ganapán cualquiera. (Ganapán es el hombre que se gana la vida llevando recados o transportando bultos de un punto de otro. En este sentido Zapatero lo sería, y su amiga Delcy la vicepresidenta de las maletas secretas en Barajas, también)
Mucha policía y mucho ruido
Degradación es también una palabra que explica a un país que tiene más cuerpos policiales que nadie en Europa y al que los chorizos le entran sin que lo note y se le escapan sin que la policía se entere cómo y porqué. Degradación es cuando la policía ayuda a un prófugo a escapar. Cuando la Guardia Civil y la Policía Nacional reciben órdenes de no actuar. Cuando un ministro del Interior una vez más vive instalo en ese estado de levitación en el que no sabe, no contesta, no siente, y ni parece ni aparece.
Cuando uno se pregunta quién nos defiende de tipos como Puigdemont, y vemos que el resultado dejó de ser trágico para instalarse en lo cómico. La degradación es una palabra que se escribe sola y con mayúsculas. Y con mayúsculas, y desde el partido que puso sus siete votos para que Sánchez siga siendo presidente, se ha llamado al juez Llarena “Tejero sin bigote”, y el Gobierno calla, nada que decir. Escucha uno al ministro Óscar Puente y hace que piense en aquel Psoe de unos días antes del golpe militar de 1936 que reclamaba una justicia radical y contundente, pero de clase. O sea, la de ellos. Vaya, la de TC de Conde Pumpido y su el tribunal del 7-4.
¿Qué no está degradado en mi país? Los católicos acaban de celebrar la Asunción de la Virgen, el día en que María subió en cuerpo y alma a los cielos. La verdad es que siento alivio sabiendo que algunas cosas, por extrañas que parezcan, no cambian. Quedan pocas en España. En todo caso, mejor una asunción que esta molesta degradación.
torrvejense
Me surge una pregunta. ¿Calvo Sotelo formaba parte de "aquel ambiente tóxico y retorcido en el que hozaban los radicales de Largo Caballero y la Pasionaria"?
Procusto
El personal no es tan miope como para desconocer la degradación de la partitocracia vigente: las leyes sirven exactamente para una cosa y para la contraria; basta con colocar en los centros de decisión a los inescrupulosos convenientes para interpretarla. Lo que pasa es que también prolifera el escepticismo porque en alguna ocasión en la que se ha reaccionado electoralmente buscando árnica, la decepción ha sido mayúscula.
vallecas
La degradación se produce cuando se cruza la línea roja sabiendo que no hay vuelta atrás. Cuando después de una noche en vela se decide traspasarla y aceptar sus consecuencias hasta el impredecible final. Bolaños, Robles, Marlaska se han degradado. Óscar Puente (y Sánchez) no. Nunca estuvieron "gradados". Cunado oigo decir que "somos un gran país" o que "no sabemos lo que tenemos" me dan ganas de lanzar el TV por la ventana. Es cierto que tenemos una malísima Constitución que permite que medren personajes como Sánchez, pero lo peor es la gente. Gente que no permitiría a su hermano o a su hijo mentir y en cambio se lo permiten a Sánchez. Ojala fueran idiotas, ignorantes o pasaran de votar. El re-votante de Sánchez es un analfabeto funcional y un tarado mental.