“Los impuestos se pagan con el sudor de todo hombre que trabaja.” Franklin D. Roosevelt
Hace pocos meses que la ministra Montero pronunció, en sede parlamentaria, unas palabras que resultaron proféticas: “No le vamos a subir los impuestos ni a la clase media ni a la clase trabajadora.” El anuncio provocó una fuerte ovación en las bancadas socialista y de Podemos y entre quienes apoyan a la coalición gubernamental, los independentistas catalanes y los diputados de Bildu.
Digo que resultaron proféticas porque siempre que un político, de cualquier partido de gobierno, promete que no subirá los impuestos, acaba ocurriendo lo contrario antes o después. Pasó con el Partido Popular cuando se llenó la boca anunciando bajadas de impuestos desde la oposición para llevar finalmente a cabo la mayor subida de la democracia, con el ministro Montoro declarando, ufano, que había descolocado a la izquierda. Vuelve a ocurrir con el PSOE, que está estudiando subir el IVA a la educación y sanidad privadas y a los planes de pensiones, junto con medidas fiscales restrictivas al trabajo en remoto. Es algo que no debe sorprendernos, pero no por ello debemos callar ante el terrible error que supone, por el mal que genera entre quienes menos tienen.
La política fiscal tiene dos efectos fundamentales: el recaudatorio, por un lado, que busca ingresos para poder pagar los servicios del estado de bienestar; y el de provocar estímulos negativos, por otro, para desincentivar el consumo de bienes o servicios que se consideran dañinos. Este es el caso, por ejemplo, del impuesto especial a las labores del tabaco o a los carburantes, con los que el gobierno pretendería un bien social asociado al menor consumo de los bienes asociados a ellos; se trata, evidentemente, de una excusa buenista envuelta en esa moralina de cura laico a la que tan dados son los socialdemócratas, que saben, siempre, lo que es bueno para todos, y que no pretende otra cosa que recaudar más de los contribuyentes.
Desde el inicio de la crisis han cerrado más de 100.000 empresas; cuando más de un millón de personas han renunciado a buscar empleo; cuando uno de cada dos jóvenes no tiene trabajo
Cuando la ministra Montero anunció esa congelación de los impuestos a las clases medias y trabajadoras, y cuando sabemos que las últimas subidas de impuestos castigarán, precisamente, a esas 'clases', no podemos dejar de considerar los terribles efectos que tiene secar el manantial del que bebe el Estado del bienestar. Hemos conocido que el paro se redujo en casi 30.000 personas, una magnífica noticia que los medios afines al Gobierno han blandido como símbolo de la inminente recuperación. Y claro que es motivo de alegría cualquier reducción del paro, por pequeña que sea, especialmente cuando nuestra tasa del 16% dobla la media europea; cuando en un año hay casi 700.000 parados más, y otros tantos se encuentran inmersos en un expediente de regulación temporal de empleo, esa anestesia que esconde los verdaderos problemas del mercado laboral y condena a los empresarios que no ingresan un solo euro, por falta de actividad, a seguir pagando las cuotas de la Seguridad Social; cuando un 10% de ellos aún no ha cobrado un solo euro; cuando sabemos que desde el inicio de la crisis han cerrado más de 100.000 empresas; cuando más de un millón de personas han renunciado a buscar empleo, porque las circunstancias lo impiden; cuando uno de cada dos jóvenes no tiene trabajo.
Claro que debemos alegrarnos de casi 30.000 hayan encontrado empleo. Pero lo que debemos preguntarnos es cómo es posible que cerca de cinco millones de nuestros conciudadanos en edad de trabajar no puedan hacerlo, o cómo es posible que una de cada tres personas que ha perdido su empleo en la zona euro entre abril y junio viva entre nosotros. Y, ahí, la política económica del gobierno tiene mucha responsabilidad.
El ejemplo italiano
La mayor parte de nuestros vecinos europeos han optado por llevar a cabo reducciones de impuestos que acompañan, en varias ocasiones, reducciones del Estado. Mientras que las rebajas y aplazamientos fiscales en España no alcanzan el 1% del PIB, en Portugal superan el 11%, en Francia el 8%, en Alemania el 7% y en Italia el 13%. En Alemania se aprobó hace tiempo la rebaja del IVA a la hostelería en nada menos que 12 puntos, hasta el 7% y durante 12 meses, además de reducciones del tipo general al 16% desde el 19% y del reducido al 5% desde el 7%. Italia ha aprobado la bajada de impuestos para todas las rentas de entre 28.000 y 40.000 euros, mientras se sigue discutiendo la rebaja del IVA en hasta 10 puntos para los sectores más afectados por la crisis actual. Al mismo tiempo, el 70% de los italianos ha aprobado en referéndum la reducción en un tercio de los parlamentarios, en un acto que supone una señal evidente de reducción del peso del Estado; tras este resultado, el número de representantes populares pasará a 600 (uno por cada 100.000 habitantes), que son menos que los que mantenemos en España (615 entre Congreso y Senado, uno por cada 78.000 habitantes) y que son, también, muchos menos que los más de 770 asesores de nuestro presidente del gobierno.
No se trata de bajar los impuestos por bajarlos. Se trata de reducir la presencia del Estado en nuestras vidas. Se trata de devolver a los ciudadanos españoles la libertad de elección que el Gobierno nos detrae. Se trata de reactivar la economía en una crisis de dimensiones históricas. Se trata de no dejar a nadie atrás, pero no sustituyendo la caridad cristiana con la del Estado, sino permitiendo que cada cual pueda decidir su futuro, estimulando y no castigando a los empresarios que generan empleo. Que la política económica del Gobierno es la contraria de la que debería ser lo dicen los terribles datos de empleo y los de destrucción del PIB, con un 18.5% de contracción en el segundo trimestre del año, el mayor de toda la Unión europea, cuya media se situó en 7 puntos por debajo. Mientras tanto, toda la acción del Gobierno parece encaminada a reducir a la nada la actividad económica, la libertad individual y la más alta representación del Estado, para, una vez logrado, alzarse ante un pueblo destrozado culpando al capitalismo y ofreciendo la bandera del socialismo como solución. No necesitamos más impuestos, necesitamos más trabajadores que puedan pagar los que ya tenemos.