Para el fugado todo es prescindible, menos su persona
Pascal ha sido una figura bastante triste a lo largo de estos meses. Sus declaraciones se veían inmediatamente desmentidas por el establishment puigdemontiano, dejándola en una evidencia impropia para quien ocupaba el cargo de coordinadora general del partido de Puigdemont. Poco le dejaron coordinar, indiscutiblemente. Su cena con Rubalcaba, aún por aclarar – algún día deberemos volver a ese oscuro episodio -, sus gestiones para que se evitase la proclamación de la república de los diez segundos, sus posturas más cercanas a la política convergente de siempre, no le han servido de nada. A la hora de su condena ni siquiera ha estado a su lado Artur Mas, su gran valedor en estos tiempos convulsos.
Puigdemont no escucha, no atiende, no reflexiona. Está crecido desde que en Alemania han dicho que no consideran que se le pueda extraditar por los delitos de rebelión y sedición. No cae en que, si fuese un político alemán, hace años que estaría en una cómoda cárcel germana. Otrosí: omite bastardamente que la misma sentencia niega categóricamente que en España existan los presos políticos. Le da igual, es un artista a la hora de retorcer hechos y palabras.
El cesado ambiciona un movimiento separatista de modelo caudillista y para eso precisaba cargarse a la antigua Convergencia y a sus últimos valedores. Los radicalinski de la ex CDC han triunfado en este congreso, a expensas de la votación final que ratifique la orgía caníbal que se ha visto este sábado. Ha triunfado el regüeldo tabernario de los que se encuentran más que satisfechos deglutiendo las últimas migajas del que fue el partido de más peso en Cataluña.
El eco de esos eructos llegaba hasta el congreso del PP, en el que Pablo Casado hizo llorar de emoción a García Albiol al decir en voz alta, y eso tiene mucho mérito, que estaría al lado de aquellos que reciben balas en sus buzones particulares. Porque esto está pasando en Cataluña, y no es cosa de ahora, precisamente. En la puerta del domicilio de Lluís Armet, allá por los años ochenta, le colgaban chorizos acompañados de notas injuriosas; a Josep María Sala, por indicación de Interior, se le tuvo que asignar escolta, porque investigaba el turbio asunto de las loterías de la Generalitat. Aquellos amables, sonrientes y democráticos convergentes son quienes han conseguido ganarles la baza a los que pretendían el pacto como método político.
Lo de Pascal ha sido un error común entre los suyos. Creer que, llegados a este punto, podían virar de rumbo y volver a aquellas tardes en el Ritz, como en el cuplé, tomando té y pastas con Duran Lleida y el ministro de turno para acordar prebendas y ventajas, es un fallo estratégico brutal, de principiantes. Gente bisoña como Pascal, que se ha visto ocupando un cargo que le venía demasiado grande en un momento de maximalismos en el que no hay más que dos trincheras, la de los que defienden incumplir la ley y saltársela a la torera y la de los que no están dispuestos a pasar por tamañas horcas caudinas.
Personas como ella le sobran a Puigdemont, a Rull, a Turull, que pretenden llevar al Estado a una confrontación, ahora sí, en la que haya violencia para poderse justificar ante los suyos. En esa estrategia los intereses de la ciudadanía son lo de menos. Para Puigdemont y los que le apoyan, solo cuenta el líder. Si la gente ha de pasarlo mal les trae sin cuidado. Una estrategia, aunque les pese escucharlo, digna de la Aktion Nerón, que condenaba al pueblo alemán a quedarse sin electricidad, sin gas, sin agua potable, sin suministros, sin nada. “Si nos han derrotado, es porque el pueblo ha sido débil y no ha estado a la altura de las circunstancias históricas”, dijo aquel ser terrible que ustedes ya saben. Tierra quemada y poco más. Es lo que ofrecen como programa para los próximos tiempos estos fanáticos.
Consejos para después de una derrota
Maquiavelo aconsejaba al príncipe que, para obtener lo que se desea más pronto y con menos peligro, se finja renunciar a ello. “Hay que ser zorra para conocer las trampas y león para hacer escapar a los lobos”, aseguraba la persona que acuñó el adjetivo maquiavélico, tantas veces usado en política de manera demasiado generosa para el nivel que gastan nuestros padres y madres de la patria.
No parece que Pascal o quien será el nuevo presidente del PDECAT, David Bonvehí, tengan la talla política suficiente para actuar maquiavélicamente. Tampoco vemos en el panorama desolador que emerge del congreso de los neoconvers ningún nombre que puede refundar el dentro derecha nacionalista. Todos los que podrían inculcar un mínimo de sentido común en ese terreno sembrado de minas están fuera del partido. Gente como Antoni Fernández Teixidó o Roger Muntañola están fuori ruolo. Ya se han ocupado de eso Puigdemont y los suyos. Sin una Unió Democràtica ni un Duran Lleida activos políticamente va a ser poco menos que imposible encauzar el torrente de lava radical que se está apoderando del separatismo. Esta es una de las consecuencias de aquella Convergencia que también devoraba a sus propios hijos. Miquel Roca, el propio Duran, hasta Mas.
Paradójicamente, los resultados de la asamblea del PDECAT benefician mucho a Esquerra Republicana, que ha pasado a situarse, sin moverse ni un centímetro de sus posiciones, en la centralidad de la política catalana. Quién nos lo iba a decir. Más allá de los exabruptos poligoneros de Gabriel Rufián o las homilías incendiarias de Tardà – recuerden, la política es teatro y del malo - en la formación de Oriol Junqueras existe un deseo claro de no volver a vulnerar el ordenamiento legal vigente, de llegar a acuerdos con el Estado y de, en suma, intentar regresar a la normalidad.
Uno puede imaginarse a Junqueras sonriendo ante lo sucedido en el congreso de sus, de momento, socios de gobierno. Nada pierde por esperar. Fuentes cercanas al máximo dirigente de Esquerra aseguran que, privadamente, califica a Puigdemont como boig, loco, al que hay que dar cuerda para que se ahorque él solo.
De lo que haga Esquerra a partir de ahora, de si se apunta o no a la Crida de Puigdemont y de si mantiene o no la tensión creada a partir de último pleno del Parlament van a depender muchas cosas. Y de lo que haga Torra, claro.
Lo dijo certeramente aquel gran estadista que fue Winston Churchill: “El soberbio prefiere perderse antes que preguntar el camino a nadie”. No parece que nadie vaya a decirle a Puigdemont por dónde se va a Ítaca.
Miquel Giménez