Constituidos los ayuntamientos, se hizo en España un silencio parecido al que reina en una cocina cuando acaba de centrifugar la lavadora. Ahora vuelve el fragor con la formación de una docena de gobiernos autonómicos y del Ejecutivo central.
Las negociaciones, en un contexto de vetos cruzados, han sido (y están siendo) un galimatías. De momento, el PP ha reforzado su poder, pese a sus magros resultados, gracias a los acuerdos con Ciudadanos y al apoyo de Vox, de modo que el centro-derecha ejercerá de contrapeso municipal y autonómico al Gobierno de Pedro Sánchez. El PSOE ha aguantado el tirón, aunque lastrado por el hundimiento de Podemos.
La posición más complicada en este tablero endiablado la tiene Ciudadanos. El partido de Albert Rivera viene soportando enormes presiones desde las elecciones andaluzas de diciembre. La eclosión de Vox complicó su estrategia de acercamiento a Pablo Casado para frenar a Pedro Sánchez. Y ahora andan haciendo malabarismos. Tercera fuerza a nivel nacional, es partido bisagra… e imán de todas las bofetadas.
Los primeros golpes llegaron desde la izquierda y sus medios afines, que lo brearon por entrar en el juego del “trifachito”, aunque sospecho que esa indignación estrepitosa esconde la urgencia de neutralizar a la oposición más que la defensa de la castidad ideológica frente a la ultraderecha. Los dirigentes de Ciudadanos reprochan al PSOE, con razón, que se ponga a exigir pureza mientras se encama con lo peor de cada casa.
Puede que las exigencias de Macron a Rivera tengan algo que ver con su alianza de conveniencia con Sánchez para afianzar el poder de Francia en las instituciones europeas
Luego apareció Macron blandiendo la zapatilla. O repudiaban a Vox o los ponía de cara a la pared en la Eurocámara. Puede que al presidente francés le falte sutileza… o que le pese la alianza de conveniencia con Sánchez, su nuevo mejor amigo, para afianzar el poder de Francia en las instituciones europeas. En todo caso, no deja de ser paradójico que Macron haga alarde de la política de cordones sanitarios cuando Marine Le Pen es ya el partido más votado en Francia.
Para completar el cuadro, llegaban desde Barcelona las admoniciones de Manuel Valls, el socio que convirtió a Ada Colau en alcaldesa de Barcelona. El mal menor, dijo Valls, y ha recibido elogios a su talla de estadista… y el repudio de Ciudadanos.
Y ahora viene una nueva tanda de presiones para Rivera y sus huestes. Esta vez para que permita la investidura de Pedro Sánchez con su abstención. Fuego graneado desde todas las trincheras. Y los argumentos tienen todo el sentido. Se trata de evitar que Sánchez se apoye en los independentistas. Hay quienes acarician incluso la idea de una alianza. PSOE y Ciudadanos superan, con sus 180 escaños, la mayoría absoluta. Eso daría a España una ansiada estabilidad política. Esta vez, Pedro Sánchez como mal menor.
Es curioso ver coincidir a Esperanza Aguirre y José Luis Ábalos. A fundadores de Ciudadanos, como Francesc de Carreras, y al 'voxista' Ortega Smith. A Jiménez Losantos y a El País (que estaría mucho más cómodo como principal apoyo mediático de un Sánchez blanqueado, sin adherencias poco presentables).
Ciudadanos, sin duda, tendrá que aclarar cuál es su estrategia. Pero tampoco es justo hacer recaer sólo sobre ese partido la función de dique de contención del nacionalismo
Frente a todos ellos, están quienes, como Rivera, recuerdan los primeros diez meses de mandato de Sánchez, en los que quedó consagrado como un marrullero poco escrupuloso, dispuesto a aliarse con fuerzas que buscan revertir el orden constitucional, a indultar golpistas y a traer relatores con tal de seguir en el poder. Diez meses en los que los puentes quedaron dinamitados. Sánchez, dicen, no es fiable. Y lo único que pretende es usar a Ciudadanos como coartada: como no me dan su apoyo, me obligan a buscar alianzas con nacionalistas de todo pelaje.
Rivera tiene una opción audaz: tomar la iniciativa, ya que Sánchez no lo hace, y poner encima de la mesa las condiciones a su apoyo, desde la bajada de impuestos a la reforma de la ley electoral para que, de una vez por todas, el nacionalismo deje de condicionar la vida política española. No sé si Sánchez aceptaría, pero en todo caso tendría que definirse y el panorama quedaría despejado.
El sueño de Rivera no es liderar un partido bisagra, que sirva para apuntalar “males menores”. Quiere ser alternativa de poder, pescando en caladeros populares y socialistas. Su pretensión de desbancar a Pablo Casado como líder de la oposición, que parecía factible tras las generales de abril, se ha desinflado. El PP ha sobrevivido al naufragio. Paralelamente, el partido naranja ha descapitalizado Cataluña al sacar a los principales dirigentes y ha mostrado inconsistencias en el proceso negociador.
Ciudadanos, sin duda, tendrá que aclarar cuál es su estrategia. Pero tampoco es justo hacer recaer sobre ese partido la función de dique de contención del nacionalismo. Esa es la responsabilidad de todas las fuerzas constitucionalistas.