Durante la comparecencia de esta semana, el diputado Rufián afirmó que el presidente Rajoy había entrado en el Congreso como diputado por Pontevedra en el año 81. Seguramente Gabriel Rufián quería con esto hacer una gracieta poniendo de relieve que Rajoy había sido diputado antes de que él naciera. Incluso aunque fuera cierto, que no lo era, eso dice más de su edad que de otra cosa, pero, para extrañeza de su Señoría, Rajoy le contesta que no, que él entró en la cámara en el año 86. Seguramente tensionado por el ocurrente tuit que ya había puesto en su cabeza, quiso persistir en el error y explicarle al Presidente que sus apuntes decían que se había incorporado a las Cortes cinco años antes.
La confusión de Rufián es intrascendente, banal y trivial, pero esconde una verdad de aquello que el presidente Rajoy llama política para adultos. El diputado Rufián confundió el año porque no supo diferenciar entre diputado autonómico -Rajoy lo fue en el año 81- y diputado nacional.
Y esta escena de repente bulle como un buen ejemplo de lo que hoy pulula por los pasillos del Congreso: diputados ansiosos por el recurso fácil, por el vídeo para las redes sociales, por el aplauso del chascarrillo. Otro tuit que colgar en la hemeroteca de gracietas con las que convencernos de que es ese, y no otro, es su trabajo en pro de los ciudadanos.
El diputado Rufián tenía delante la quintaesencia de todo lo que él desaprueba políticamente y no pudo (o supo) ni tan siquiera estudiarse bien su trayectoria. Como tampoco supo diferenciar un informe policial de una declaración o entender que un juez instructor no es el que juzga.
Da pudor reconocer que había demasiadas dimensiones que el diputado republicano no supo comprender a la hora de entender qué representaban las posturas políticas de la persona que tenía delante.
No es importante confundirse de fechas. No pasaría de una anécdota si no fuera porque es un síntoma. Síntoma de unos políticos que se postran a la eventualidad de los trendig topics. Imagino a Rufián buscando en su teléfono y preguntándose - ¿qué dicen de mi? ¿gané? ¿perdí?- sin saber siquiera que por principio pierde simplemente al no saber que un testigo no necesita de abogado.
Viene repitiendo el presidente Rajoy que la política para adultos es el respeto que uno tiene por la responsabilidad que ejerce. La búsqueda de una trascendencia que no cabe en una frase ocurrente o la consciencia de la responsabilidad que uno ostenta cuando se dedica a lo que es de todos. En su intervención se detuvo varias veces a explicar conceptos como verdad, libertad, presunción de inocencia, democracia, realidad. Resumió para todos que la preocupación por la trascendencia de su tarea el día que uno adquiere el ejercicio de un cargo público no puede, no debe caber, en 140 caracteres. Pese a los numerosos motivos que nos da el tiempo actual para pensarlo, el ejercicio consciente de la política no debe ser un meme.
Y tiene razón el Presidente. La adultez no es una cuestión de edad. Por eso Diputado Rufián no se ha dado cuenta que no importa que el presidente Rajoy ya se dedicara a la política cuando él nació. Rufián ha vuelto a demostrar que no será adulto porque no quiere. Porque crecer es asumir que la seriedad se la gana uno y no se la otorgan los demás. Que trascender no es un objetivo sino un riesgo cuando uno demuestra que no está preparado y que, años después, no va a hacer nada para remediarlo.