Triste al ver que el pluralismo ha sido arrasado en las candidaturas de todos los partidos (“Los partidos políticos expresan el pluralismo…” dice el artículo 6 de nuestra Constitución…), me dispuse a comentar, como refugiándome de un mal tiempo, un libro maravilloso: “El laberinto junto al mar”, de Zbigniew Herbert, un poeta y ensayista polaco que con estos ensayos nos revive la Grecia, Creta y Etruria clásicas.
Zbigniew Herbert (1924-1988) escribió estos ensayos que, sin ser aportaciones eruditas, ni tampoco investigaciones propias, constituyen síntesis fascinantes de las civilizaciones antiguas del Mediterráneo. Las civilizaciones cretense, griega y etrusca, con sus mitos y la materialidad de su cultura, su misterio y su historia, son descritas por Herbert de una manera que nos produce algo así como una revelación.
En efecto, yo estudié asignaturas de Historia Antigua y más tarde tuve la fortuna de conocer los museos de Atenas y de Heraclión, pero hasta leer el libro de Herbert no he comprendido -y sentido- la complejidad y la belleza de las primeras y sofisticadas civilizaciones europeas. Al plantearme resumir sus páginas para esta columna, me encontré con el consabido temor del dibujante que comprueba que su dibujo no hace justicia a la hermosura del paisaje o del modelo, y renuncia a seguir intentándolo. Me limito, pues, además de recomendar su lectura, a copiar uno de sus párrafos, referidos a uno de los desastres mayores del género humano, la destrucción de la Acrópolis y del Partenón ateniense: “En aquellos momentos, la Acrópolis era para mí una escultura; no un conjunto arquitectónico, sino una escultura. La columnata de la parte sur del Partenón reducida a escombros me partía el corazón. Las piedras luchaban contra el ataque de la nada”.
Las tres contribuyeron a que el objetivo no fuese necesariamente volver a la República, sino fraguar un consenso político que nos aproximara a las democracias europeas
En su lugar, y para animarme y animar a mis lectores, voy a escribir de la editorial que publica “El laberinto junto al mar”, y como hablaré de su importancia, de mi deportiva afición a leer, me referiré a otras editoriales, cuyos libros forman parte de mi memoria, memoria de horas que recuerdo como de plenitud y hasta de felicidad. Hace años, al resumir una obra de Stefan Zweig, expresé mi opinión de que la editorial Acantilado -donde se publican buena parte de los ensayos de Zbigniew Herbert-, estaba llegando con muchísimo éxito a un gran número de lectores -y especialmente de lectoras- que se refugian en la lectura de autores cultos, clásicos en su acepción más amplia, huyendo de una llamada cultura del entretenimiento…y que, muchas veces, es una ¿cultura? que escondidamente pregona contra el compromiso civil y contra los demás seres humanos.
Acantilado, la editorial de “El laberinto junto al mar”, fue resultado de la energía, buen gusto y sabiduría de Jaume Vallcorba Plana (1949-2014), un profesor de literatura y filología que se dio a conocer con sus Quaderns Crema (creados en 1979). Tanto Acantilado, como sus Quaderns Crema (estos últimos escritos en catalán), constituyen, en mi opinión, una de las manifestaciones más significativas de la gran cultura que se consolida en España con el Estado de las Autonomías, y con la plena libertad creativa en castellano y en los demás idiomas cooficiales. No es casual que Barcelona, la sede de las iniciativas de Vallcorba, será la ciudad campeona de la edición del libro español, en diversos idiomas, y por eso, Barcelona estaba reinsertándose en una tradición que se remonta a los primeros tiempos de la imprenta, y de la que Cervantes dio testimonio cuando Don Quijote entra en Cataluña.
La colección de libros de bolsillo de ‘Alianza Editorial’ llegó a ser símbolo de una época en la que la cultura estuvo en la vanguardia de la reivindicación democrática
Si para mí Acantilado significa esta época actual, con todas sus agónicas contradicciones, la colección de libros de bolsillo de Alianza Editorial llegó a ser símbolo de una época en la que la cultura fue, en gran medida, la palanca con la que se removieron las bases ideológicas de la dictadura franquista. Creada en 1966 por José Ortega Spottorno, el hijo del filósofo Ortega y Gasset -y senador constituyente en 1977-, fue Javier Pradera (1934-2011) quien desarrolló su impresionante lista de títulos. Ortega Spottorno y Pradera, publicando obras de autores extranjeros (y los españoles más grandes), contribuyeron decisivamente a que la reivindicación democrática no fuese volver a la República, sino lograr un Estado como el de las democracias europeas, y eso implicaba consenso político.
La tercera editorial de mi memoria fue Espasa Calpe, fundada en 1925 por Nicolás María de Urgoiti (1869-1951), un empresario vasco promotor de empresas periodísticas y culturales. En su famosa colección de libros de bolsillo se editó “Charlas de café”, de Santiago Ramón y Cajal. Ese libro, que era de mi abuelo en su edición de 1941, me impactó cuando lo leí siendo poco más que un niño. Además de enaltecer una moral completamente opuesta a la entonces oficial de la dictadura, Cajal defendía en ese librito “el don divino de la voluntad”, donde él encontraba el fundamento de cualquier lucha a favor de la libertad. Por eso debía gustarle a mi abuelo Juan José, y por eso los recuerdo a los dos juntos hoy.